René Sierra
En el 2014, durante el primer año del segundo gobierno de Santos, el entonces ministro de Minas, Amylkar Acosta, integró las energías renovables no convencionales al sistema energético nacional. No obstante, en cuatro años sólo se avanzó en procedimientos para la reducción del IVA y exención de aranceles para atraer inversión, así como en la expedición de los lineamientos de impacto ambiental para proyectos de uso de energía solar fotovoltaica. Es decir, la bien intencionada iniciativa, si bien nació tarde, también durmió el sueño de los justos, lográndose iniciar únicamente dos proyectos de energía renovable no convencional: un piloto eólico en La Guajira y un parque solar en el Valle del Cauca.
Entretanto, el gobierno Duque pretende mostrar hoy resultados importantes en esta materia. Pero debo decir que lograr un pico de capacidad combinada de 725,38 Mwp – medida de energía solar en la industria de fotovoltaico-, si bien es importante, también es tímida. Esto no nos da para estar entre los cinco mejores países de América Latina con resultados reales para atraer inversión extranjera en energía renovable. En este sentido y sin querer aguar la fiesta, no entiendo por qué la industria celebra el premio entregado recientemente al ministro Mesa por el Consejo Latinoamericano y del Caribe de Energías Renovables (Lac-Core); esto por su aparente éxito en el tema de renovables.
Para conocer las dos caras de la moneda, el país debe igualmente conocer que la entidad en mención se financia, entre otras formas, de la postulación de entidades privadas y públicas para otorgar reconocimiento. Claro está que dicho premio a la eficiencia quizás le dé al ministro Diego Mesa un extra-bono para entrar en alguna puerta giratoria, tal y como ocurrió en su momento con el ex ministro Hernán Martínez.
La realidad es que, ocho años después, nuestra apuesta a la transición energética aún está en pañales. No se nos pueden incluso meter gato por liebre al exponer públicamente y, con presidente de la República a bordo, de avances significativos en las industrias de nitrógeno y energía fotovoltaica, cuando lo que hace Reficar actualmente es tratar de autoabastecerse, sin existir un nicho tecnológico real en hidrógeno que permita trasladar el tema al sector productivo.
El sector industrial representa el 22% del consumo total de energía y el transporte utiliza el 40%. Desde el año 1972, los gobiernos en Colombia han prácticamente basado los resultados económicos al ya escaso producido energético fósil, con la diferencia de que las vacas gordas entraron en crisis y hoy solo nos queda ordeñar al máximo los yacimientos que tenemos en producción.
Esto, si por alguna razón no se logra avanzar en los desarrollos de fracking. Y si bien estamos en época de influencers, es complejo incluso entender a un presidente en afán de shows mediáticos, al estilo Epa Colombia. Primero, montado en el único carro operado por hidrogeno en Colombia, cuando la matriz energética de la UPME en su Plan Energético Nacional muestra que el consumo de combustibles líquidos en nuestro país se duplicó en los últimos 50 años y, segundo, verlo con casco blanco en Reficar celebrando éxitos, cuando todos en la industria conocemos que no hay realmente un plan serio en materia de renovables para mostrar.
Sin embargo, quizás los medios vuelvan a viralizarlo en mayo próximo; esta vez durante el Congreso Internacional de Energía Renovable a realizarse en Cartagena y, una vez más a mediados de junio, anunciando con bombos y platillos los resultados que arrojen los pilotos de fracking. Ese día se le escuchará decir que él entrega un país próspero, sin odios y sin problemas en materia energética. ¡En Colombia todo es posible! No obstante, quien asuma la gobernabilidad después del siete de agosto, tendrá servida parte de la regulación ambiental para la ejecución de proyectos de energía renovable, así como varios planes, pilotos y proyectos en marcha. Esto es bueno, pues el país está en una carrera contra el reloj.
Acá, hay que ser claros que, entre el empalme y la adaptabilidad económica pasarán por lo menos un año y, de ahí en adelante el interés tendrá que orientarse a esfuerzos en tecnologías de descarbonización, sin descuidar la eficiencia energética en el mediano plazo. Y no obstante que pareciera que la ruta ya está marcada, quisiera poner en el tapete las posibilidades de obtener hidróxido de litio en nuestro subsuelo.
Normalmente, el litio se obtiene en roca o en formaciones salinas como ocurre en el salar de Atacama o triángulo del litio entre Chile, Argentina y Bolivia. De ahí que quizás mi apuesta suene descabellada, pero los resultados que son públicos en las formaciones petrolíferas de Leduc en Alberta, Canadá demostrarían que el mineral puede igualmente encontrase en la salmuera de formaciones no saturadas.
Entenderé de los costos que implica la perforación de pozo, pero el análisis podría hacerse en el interior de los perforados ya marginales o incluso en los que hoy están en pico de producción. Si hay interés, no será difícil acceder a esos resultados de E3 Metals en Canadá o, incluso, atender los análisis preliminares que sé ya existen en una importante universidad de Colombia.