Por: Carlos Noriega
Tras unas supuestas declaraciones de los gobiernos de Brasil y Argentina, nuevamente tenemos en boga el delirio apocalíptico de crear una moneda de marco común para las transacciones entre los países de esta región. Algo que a priori se puede interpretar como algo bueno o, incluso, equipararlo a un hito tan importante como el primer paso del macroproyecto del euro en Europa.
Sin embargo, y como en la política, el diablo está en los detalles; cosa que, para el caso, valdría más decir el infierno completo y no solo su regente. Pero, ¿cuáles son las razones para desechar tal ambiciosa meta? Aunque me encantaría explayarme con toda la profundidad que el tema merece, debo priorizar y condensar las dos que considero principales.
La primera, de carácter académico, reposa en la naturaleza y función de ese bien extraño, pero interiorizado socialmente, al que llamamos dinero. Si bien, no se tiene una certeza histórica de su nacimiento, si la tenemos en cuanto a sus funciones, las cuales podemos enlistar en; 1) medio general de intercambio, 2) reserva de valor y 3) medio de curso legal para el pago de tributos. Obviamente, la lista es un poco más extensa, pero estas son, desde el ámbito académico, las que hieren de muerte al delirio de la moneda común.
Comienzo, pues, con el ítem uno; “medio general de intercambio”. Pese a lo que la lógica nos dicta, el valor y la confianza en una moneda no reza solo sobre las formalidades y solemnidades que el Estado imponga o pretenda. Es cierto que, el respaldo de un obelisco, como el Estado, genera mucha tranquilidad frente a la duda de usar dicha moneda como medio general de intercambio, pero ello no es una razón absoluta, sino una más en la lista.
Por ejemplo, está el caso del Petro, esa “criptomoneda” sacada de la manga por la dictadura venezolana, para hacer frente a una hiperinflación que termino asesinando al bolívar fuerte. La principal distinción entre ambas era que, el Petro, tiene su respaldo en las grandes reservas de petróleo certificadas que tiene el vecino país. No obstante, y aun cuando también cuenta con la legitimidad de ser moneda de curso legal, esta no ha evolucionado siquiera a una fase avanzada de protomoneda, como si lo ha logrado otras como el Bitcoin.
La justificación salta a la vista y creo que todos saben la respuesta, la desconfianza hacia el emisor, gracias a su pésima política económica y monetaria, avasalla sin piedad cualquier cualidad positiva que posea el Petro. Ahora bien, para el caso de la moneda común para Latam, basta con preguntarse si los países impulsores (Brasil y Argentina) tienen un buen nivel de confianza como para estar en la junta del órgano emisor. Por qué ¿De qué sirve una moneda que nadie recibe como pago?
Continuo con la “reserva de valor”. Un factor determinante para el éxito de un proyecto monetario es que los poseedores tengan una capacidad de compra más o menos estable a lo largo del tiempo o, en palabras más castizas, que la inflación no se coma el poder de adquisitivo de la moneda.
Las razones son obvias y no vale la pena profundizar, pero si es necesario aclarar que la idea central es dejar de usar el dólar como moneda intermediaria en las transacciones de la región. Así que la verdadera competencia es entre la reserva de valor que posee el dólar, versus la reserva de valor de la moneda latinoamericana. Creo que sobra decir quien lleva las de ganar, y por goleada.
La segunda, lejos de la academia, está en el problema político que la nueva moneda puede generar. La estabilidad política de esta región es tan frágil como cristal fino. Cualquier alteración, ya sea de orden público, económico, social o climático, es garantía de una caída en el valor cotizado de la moneda, lo que, seguramente, traerá discordias entre los países, así como inestabilidad económica en la región.
En definitiva, una región tan primitiva económicamente como lo es Latinoamérica requiere proyectos de gran envergadura que promuevan un desarrollo económico sólido y basado en una productividad a nivel primermundista. No es momento de un delirio populista unificador bajo el símbolo de una moneda que, a lo mucho cinco años después su puesta en circulación, termine olvidada y archivada en la lista de los grandes fracasos económicos de la historia.