Domingo, 09 Enero 2022 00:16

Importaciones destruyeron Industria, manufactura, agricultura y empleo

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Aunque muchos defienden el libre comercio, lo realmente cierto es que miles de personas perdieron sus empleos, sus fábricas y sus sueños, pues no hay industrias, trabajo, campo ni pymes.

Terminando el 2021 hicimos la acostumbrada visita al barrio El Restrepo al sur de Bogotá, el centro comercial a cielo abierto más importante de la ciudad, solo que muestra una falencia, el producto chino desplazó al artista colombiano del calzado, el cuero y las manufacturas. Fue lamentable ver que los pocos que hacen lo posible por sobrevivir en un mercado inequitativo, empezaron a cerrar fábricas y comercios.

Con la apertura económica de 1991, la bancarrota de los empresarios era algo cantado, unos con efecto inmediato, otros fabricantes y sectores que sistemáticamente fueron saliendo de circulación, dejando atrás un compendio de trabajo, crecimiento, desarrollo y empleo. Algunos aguantaron el viaje, soportaron una competencia insostenible que en ocasiones estuvo acompañada de prácticas espurias, un fenómeno imposible de frenar, que como un tsunami arrasó con grandes marcas y empresarios.

Ahora la historia empresarial se origina en el también emblemático sector o suburbio bautizado Siete de Agosto, ubicado en la localidad de Barrios Unidos de Bogotá. La historia de las vecindades en la capital colombiana es bastante llamativa, ya que muchas fueron posibles con donaciones hechas por mecenas que dejaron haciendas de renombre y significativa productividad para ponerlas al servicio del incipiente urbanismo.

Pasó con la hacienda El Salitre, Hacienda Quiroga y otros predios que dejaron la ruralidad para entrar en la llamada selva de cemento. El fundador del barrio Siete de Agosto es el ciudadano Salomón Gutt, un inmigrante judío con raíces rusas que llegó a Colombia y adelantó todo tipo de inversiones, desde las agropecuarias en donde fue importante con café y azúcar hasta el rentable negocio de la finca raíz.

 

 

Según los cronistas en 1919, Gutt adquirió unos predios en Chapinero, más exactamente en el ala occidental del distinguido sector, eran tierras de la hacienda El Laberinto de Leones, en donde optó por fundar el barrio Siete de Agosto, el que nos acogió en esta romería empresarial.

Los conocedores y estudiosos del tema como el antropólogo e historiador Enrique Martínez Ruíz dicen que el empresario Salomón Gutt, muy posiblemente, leyendo la importancia de la Batalla de Boyacá, decidió ponerle como nombre al sector, la fecha de tan determinante día, el de la conmemoración de la independencia. El tema tuvo fondos muy económicos y con un mercadeo acertado, ya que el nuevo barrio hizo que muchos fueran a comprar lotes.

Los primeros clientes del señor Gutt fueron labriegos con estirpe indígena que llegaron a Bogotá, víctimas del desplazamiento, la pobreza y la violencia en los campos. No se puede pasar por alto que en el siglo XIX los colombianos enfrentaron y sufrieron 19 guerras civiles, la de despedir el ciclo y saludar el siglo XX, la de los Mil Días, cruenta e impía.

El gancho de venta de lotes para construcción de vivienda no paró con el Siete de Agosto, un año después Rubén Possin, cuñado de Salomón Gutt, le da vida al barrio 20 de Julio, una estrategia chauvinista y patriota que dejó muy buenos reductos económicos. Casi podría decirse que sumaron riqueza por obra y gracia del Divino Niño, aún por fuera de los planes y atractivos de la sureña jurisdicción.

Con el tiempo el Siete de Agosto, un barrio creado un siglo luego de la independencia colombiana, se afianza como barrio obrero en donde paulatinamente van erigiéndose viviendas tipo republicano, algo elementales, una copia de algunas soluciones del centro bogotano.

Justo en este sitio histórico se abrió paso un nuevo eje empresarial que puede contar cerca de 80 factorías, en donde el arte del cuero, el calzado y la marroquinería tienen marca propia. Hoy el Siete de Agosto alberga muchos fabricantes que decidieron hacerle frente a la competencia exógena con unos valores agregados nada desestimables, talento, conocimiento, experiencia, compromiso y calidad.

Perfectamente puede decirse que varios de los nuevos inquilinos del Siete de Agosto experimentaron un revés o apostaron por el emprendimiento, como quiera que sea, hay vitrinas con manufacturas de verdadero gusto, calzado sobre medidas y unas chaquetas en cuero que enamoran a quienes pasan por el dinámico sector.

Una empresa que llegó lejos en Bogotá fue Calzado Wilcons, firma generadora de empleo, en su momento dueña de nueve puntos de venta en Bogotá y uno en Pereira. Esta empresa llegó a contemplar su plan de expansión por el resto del Eje Cafetero, Armenia y Manizales, inclusive su propietario Wilson Hernández Torres tuvo en mente arrancar la ruta comercial por Ibagué. Las ideas fueron muchas, ya que estuvo la opción de ir más allá, conquistar mercados en el Valle del Cauca y alcanzar Pasto, pero resultaba muy complejo manejar inventarios y ejercer controles.

Los tiempos previos a la apertura económica fueron de total éxito económico, todo era mucho más sencillo, hacer empresa no tenía tanto inconveniente y era factible contratar gente eficiente y pagarles buenos sueldos, el mercado fue bondadoso y daba para cosas buenas.

 

Wilson Hernández Torres

 

En charla con Diariolaeconomia.com, el empresario santandereano Wilson Hernández Torres, aseguró que la situación en su casa fue tan apremiante que a la edad de nueve años salió a buscar mejores horizontes, pues en medio del intenso y duro trabajo de su padre, el entorno económico llegó a ser crítico. El asunto no daba espera y Hernández arribó a Bogotá sin cumplir los diez años, con tan buena fortuna que un empresario caleño le dio la oportunidad de aprender, cortar e instruirse sobre la fabricación de botas.

Este hombre nacido en marzo de 1957 en Landázuri un municipio agrícola de la provincia de Vélez en Santander dio sus primeros pasos laborales en 1967, con tanto empeño y compromiso que aprendió, no solamente a cortar, sino muchos pasos para darle acabado a un calzado de calidad. En medio de su niñez, Wilson supo de su verdadera vocación, el arte de crear y fabricar calzado, todo un naciente reto.

Más adelante la vida le fue dando premios y responsabilidades a este Landazureño, pasó al nivel más alto y allí aprendió todo sobre el manejo de taller, a tal punto que llegó a uno en donde se hacía distribución de materiales para la fabricación de soluciones de personal de trabajo. Esa labor fue esencial en su formación, porque le dio las herramientas y el conocimiento para catapultarse dentro de una industria, en ese instante, vertiginosa.

Igual trabajó la línea de bolsos, fue tan brillante su trabajo que le hizo carteras y accesorios a Mario Hernández por allá en 1982. Su formación lo llevó a fabricar billeteras, carpas para camping, talegas para golfistas como también estuches para máquinas de escribir Remington y Olivetti, las marcas de moda en mecanografía y oficina.

Ese trasegar hizo de Wilson Hernández Torres, un hombre polifacético en el ramo por cuanto aprendió de todo un poco, eso sí muy entonado con la manufactura porque sabía que tenía arte, creatividad, visión y disposición para hacer verdaderas joyas en cuero. En carteras y zapatos aprendió de modelaje, este hombre que no conoce la derrota, fue modelista empírico.

Actualmente Hernández hace calzado sobre medidas y al gusto del cliente, un negocio que le ha dado muchas satisfacciones, pues aparte de generarle ingresos, lo ayuda a sobrellevar ese trago amargo del pasado en donde fue muy grande como empresario pues tuvo 42 trabajadores en planta que hicieron de Wilcons, una fábrica pujante, propietaria de prestigio, diseño y ventas importantes. Tan significativa fue su compañía que le llegó a confeccionar y producir calzado a marcas de gran relieve y renombre de Colombia.

Hoy de todo el imperio construido por Wilson queda una pequeña fábrica con almacén incorporado, en donde les da gusto a los amigos del bien calzar, pues manufactura zapatos sobre medidas. Al igual que muchos otros grandes fabricantes que salieron del mercado, este artista del cuero fue víctima de las importaciones chinas masivas que ponían calzado muy por debajo del costo de producción, algo que hizo imposible competir en precio, eso sí muy inamovibles como colombianos en calidad.

En este momento Wilson trabaja con cueros seleccionados, de primera línea y hace uso de una mano de obra sumamente exigente. Este es un punto clave porque el poco personal que hay, lo tienen algunas fábricas que trabajan calzado para exportación y de gama alta. Lamentablemente, expuso el empresario, el personal calificado en calzado se ha ido acabando poco a poco.

 

 

“El empleado experto que tengo empujando el carro conmigo lo tuve que traer de Bucaramanga, un fabricante de calzado muy capaz y reconocido, caracterizado por hacer del cuero, arte y confort”, anotó Hernández Torres.

 

Retomando aspectos de su señor padre, Argermiro Hernández, su hijo, el empresario de formación en la difícil escuela de la vida, evocó que su progenitor realizó labores muy duras, trabajo la minería de carbón en Landázuri, fue aserrador y desyerbó potreros para albergar ganado, unas labores demasiado rígidas que le daban un dinero para alimentar sus nueve hijos.

La situación fue complicada también para la señora María Elisa Torres, madre de Wilson que mantuvo un hogar al amparo de las buenas costumbres, el apego por el trabajo, la honradez, el amor a Dios y el respeto al prójimo. Los dos, hombro a hombro, don Argemiro y su señora, lucharon por sacar un hogar numeroso adelante.

El tiempo pasó y hace ocho años, por una diabetes que se complicó, doña María Elisa se fue al mundo de la paz permanente, cayó abatida por la enfermedad en el descanso eterno, en donde con toda seguridad ha de brillar para su don de dama y madre abnegada, la luz perpetua. Su ausencia golpeó la familia, pero todos al unísono y con empeño salieron adelante, de alguna manera rindiéndole homenaje a su inmarchitable memoria.

Con 85 años encima y mostrando fortaleza, don Argemiro aún vive, superó el Covid-19, que lo apabulló y quiso arrancarle la vida, pero ese pulso afortunadamente lo ganó el ejemplar trabajador y orgulloso hombre del campo. La historia empresarial de Wilson es muy interesante, empezó fabricando billeteras en el barrio San Carlos en el sur de Bogotá, un trabajo largo y complicado, ya que cortaba en su empresa en el otro extremo de la capital, desbastaba en Chapinero, en la fábrica del también industrial Pedro Corredor, un reconocido elaborador que infortunadamente falleció. Al terminar su trabajo en Chapinero, Hernández tenía que retornar a San Carlos, en donde armaba y finalmente cosía en Juan Rey, nada fácil su tarea, un recorrido extenuante y dispendioso.

Posteriormente vendía sus productos en la empresa Manhattan, allí hizo sus primeros “pinitos” hasta que los directivos de la compañía se dieron cuenta de las creaciones espectaculares que Wilson hacía y fue cuando le pidieron que dejara los productos en la empresa y así evitar la venta callejera, hecha a pie y con demasiado esfuerzo.

Durante dos años progresó, Wilson saboreó las mieles del éxito y estando en San Benito, en límites con San Carlos, el empresario rentó una casa a donde fueron de visita los ladrones dejando al emprendedor en peor condición que cuando empezó. De allí pasó al Country Sur, volvió a sacar sus alas y trabajó con un vendedor de calzado Carini, quien lo puso a fabricar bolsos, un trabajo que Hernández hacía día y noche, el sueño por largo rato tuvo que esperar, por cuanto se dormía dos noches por semana.

 

Lo importado sale económica y socialmente caro

 

 

La historia de Hernández Torres fue bonita mientras trabajó, despegó y logró reinventarse, empero no todo fue color de rosa. Su fábrica estaba instalada en el barrio Los Alcázares en el norte de Bogotá, ese fue el sitio que le dio trabajó a 42 personas en planta. Con la llegada de los chinos y con la apertura de 1991 avalada por Cesar Gaviria Trujillo, la empresa se fue al piso, no hubo tiempo de reaccionar.

El empresario debió irse al barrio El Restrepo en la búsqueda nuevos horizontes, quizás contratando mano de obra menos costosa e incursionar en otros frentes. A ese barrio se fue con tres tractomulas cargadas, pero el problema con el producto chino se agudizó y la debacle fue total, finalmente llegó al Siete de Agosto con un camión Ford-600 solamente, el resto quedó en el recuerdo, ahora los tres tractocamiones, no se ven y si aparecen no son suficientes para cargar el dolor, la pérdida y el desconsuelo de quienes le dijeron con firmeza y empresa, sí, al país.

 

La quiebra fue tremenda, en diez años perdí en promedio entre 550 y 600 millones de pesos de la época, una suma tremenda y un cierre de la organización que afectó a muchas personas, puesto que se quedaron sin trabajo, sin expectativa de nada. Un daño por el que no respondió absolutamente nadie, creo que, para ajustar, aprobaron los TLC, unos mecanismos comerciales que llevarán a la bancarrota a más de uno, pero así es la vida”, sentenció el Gerente de Creaciones Wilcons.

 

Por fortuna las ventas de la firma fueron muy buenas y una estrategia de Hernández fue pagar obligaciones y no acumular deudas, en El Restrepo su imagen se mantiene impecable porque salió de allí sin la gran empresa, pero con la frente en alto.

Lo peor de todo el asunto es que las importaciones siguen creciendo, no interesa el dólar alto, no afecta el impagable costo de los fletes ni nada en absoluto, el producto chino sigue campeando sobre la ruina de quienes escribieron páginas de oro en el empresariado colombiano. Los grandes fundadores de la industria y los más rimbombantes fabricantes terminaron yéndose, por los costos y la poca respuesta del público, no valía la pena seguir en un mercado en donde se jugaba naipe con cartas marcadas.

Según el fabricante, China es un escenario palpable, injusto y arrasador, pero una cruda realidad, quizás faltó preparación, pero todo sucedió muy rápido, haciendo imposible competir con precios, volúmenes y tecnología, en Colombia muy pocos conocen y valoran la calidad, por eso adquieren calzado nada confiable. En este momento, aseveró Wilson Hernández, es imposible recordar la cantidad de fábricas de gran prestigio que salieron del mercado.

Algunos fundadores han muerto, como es el caso de Calzado Gambinelli y otros de gran musculatura industrial como Camilo Real, productor de calzado BASE, un zapato muy fino que dejó de existir por culpa del Covid-19, luego de permanecer 40 años en el sector.

Hoy los fabricantes colombianos de calzado y marroquinería dependen de las compras que haga el mismo nacional, es el momento de poner en marcha esa campaña, “colombiano compra colombiano”, pues con la demanda interna pidiendo producto local habría margen de salvación.

En lo que tiene que ver con Gobierno, las peticiones son muchas, en vista que países como México y Brasil, las garantías son todas, en esos lugares la industria manda. Manifestó que los empresarios mexicanos y brasileros están amparados por el estado que reconoce en cada fábrica su aporte en generación de riqueza, empleo y tejido social. En Colombia, expuso, no hay protección para quien fabrica y por el contrario quién importa bienes en detrimento del empresario formal, tiene, posiblemente, más y mejores avales.

En el eje industrial del Siete de Agosto, en medio de la pandemia, no hubo visitas, ayudas ni nada que salvara empleos o factorías. Los auxilios se fueron para otras empresas, quizás con mayor robustez financiera.

Un fenómeno para tener en cuenta es que el comprador colombiano aprecia muy poco lo que tiene y la industria nacional, algo increíble porque ese producto que miran con desdén los paisanos, lo piden y lo pagan de manera generosa los clientes internacionales. Creaciones Wilcons llega con producto a más de 15 países, destinos que valoran y respetan la manufactura hecha en Colombia.

 

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Al taller de Wilson llegan compradores de África, Canadá, Australia, Alemania, Inglaterra, España y de muchas otras latitudes. No solamente mandan hacer un calzado exclusivo y a la medida, sino que llevan volumen y refieren otras personas interesadas en el calzado elaborado con maestría, atributo y detalle.

Una observación que hizo el fabricante es que antes de 1990 al país le iba mejor, el empresariado tenía mercado y ganaba, a la gente le alcanzaba la plata, el poder adquisitivo era visible, pero llegó la desgravación arancelaria de 1991 y se llevó empresas de todo tipo, incluyendo textiles y confecciones. El modelo económico adoptado desde ese tiempo exterminó las pymes, sacó al campo de circulación y propició un lastre social alarmante que amerita una mirada oportuna para acordar soluciones de choque y salidas concertadas. Tal y como están las cosas hoy, señaló el fabricante, las industrias serán las únicas que tengan punto final.

Muchas empresas tuvieron 50, 100 y 200 empleados, diversas pymes que pagan bien, pues un operario de Wilcons ganaba en 1986 150.000 pesos, un salario que cubría buena parte de las necesidades y dejaba algo para el ahorro. Los trabajadores con 20.000 pesos se daban tremendas fiestas, había demanda y la economía era dinámica.

El calzado de Wilcons estuvo a punto de ir en su totalidad a Bahamas, hubo un empresario totalmente decidido a llevar el producto para ese paradisiaco sitio del Caribe, pero todo empezó a deteriorarse. La empresa fabricó 600 pares de zapatos semanales en promedio, con el fenómeno chino bajó a 200, luego a 100 hasta que no era rentable manufacturar, porque la gente no pagaba la calidad del calzado, se quedó con la oferta china de menor valor.

El tema no fue fácil porque la carga laboral era grande, los costos parafiscales hicieron todo inviable y el empresario pyme empezó a colapsar. El calzado y las manufacturas prácticamente pasaron a la historia.

Hoy en medio de la situación, luchando contra lo imposible, pero manteniéndose heroicamente en pie, Wilson Hernández Torres, ve con orgullo que la mano del artista se prolongará, uno de sus hijos mostró vena y ello asegura el relevo generacional, así como la prolongación de una marca que sigue siendo apetecida, muestra de ello los siete meses de cierre por pandemia en donde los clientes pidieron producto y movieron la empresa.

Un lema firme de Hernández es que lo único que no puede alterarse en la empresa es la calidad del calzado o del producto ofrecido, si no es excelente, un bien no puede ir al mercado, ante todo la honestidad, la garantía y la marca.

Wilson como muchos industriales que estuvieron en la gloria, en el olimpo de los mejores por sus conocimientos, actitud, innovación, diseño, así como vanguardismo, lloró, y mucho. Una respuesta que con dolor de empresario dio el valiente fabricante.

 

“No fue fácil pasar de la opulencia y el prestigio ganado con trabajo, a la tragedia propiciada por unos cuantos. Después de tener una fábrica tan pujante, hecha a pulso y con sacrificio, no es grato ver cómo se desploma. En el Restrepo hubo un prestamista que les llevó soluciones financieras a los zapateros. Una vez me visitó en la fábrica y me preguntó, ¿Wilson, no le da miedo que algún día le llegue la quiebra?, yo vi la empresa tan sólida y confiable que le dije, no. Jamás imaginé que las economías asiáticas y otras de avanzada nos rompieran y nos atomizaran como lo hicieron”, comentó el Gerente de Wilcons.

 

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Concluyó que en el deterioro de la industria muchos fueron responsables y quedaron como un zapato, de un lado el Estado que apostó por un tipo de economía en favor del agricultor y fabricante internacional, dejando por fuera a los colombianos, a quienes obligaron a quebrar, a los que sobrevivieron los premiaron con una carga impresentable de impuestos. De agache pasaron quienes con importaciones lavaron dinero y le faltaron gravemente al país.

Con todo y el escenario oscuro, este empresario alimenta tibiamente la ilusión, pues si hay un gobierno responsable, consciente y decidido, abrirá tantas puertas cerradas por las incontables equivocaciones. En su opinión llegó la hora de la empresa, del campo y de la verdadera recuperación económica, la del valor agregado.

La vida trascurre con optimismo en la vida de Wilson, con 65 años de edad y cinco hijos, conoció de Dios el milagro y la generosidad, hoy cree que, si hay portentos, debe llegar el regalo divino de la recuperación empresarial y productiva, en donde la mano del omnipotente, seguramente se verá extendida.

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