En Colombia la reducida población campesina sigue trabajando con las uñas, adelanta una labor en medio del desprecio, el olvido y la arrogancia de gobiernos y otros sectores que deben encadenarse con el productor primario para llevar alimentos a las mesas de los más de 48 millones de nacionales.
Sobra decir que, en la pandemia, o por lo menos en su punto más alto, fueron los campesinos junto a los médicos quienes se echaron el país al hombro porque mientras los galenos se la jugaban por atender los casos de Covid-19 sin perder el norte del sistema de salud como un todo, los productores del campo le cumplieron a Colombia con una generosa oferta de alimentos que evitó un problema de mayor complejidad.
Puede expresarse sin temor a ponderar, que el país tiene una deuda económica y social con la clase campesina la cual fue blanco de la violencia en todas las épocas y bajo el poder de varios actores. Como si fuera poco, al campesino se le maltrata y no se le tiene en cuenta a la hora de las grandes decisiones pues no tienen los grandes y pomposos gremios que hoy hablan de todo menos de un bienestar general para los labriegos que usualmente quedan por fuera de las sinergias y las consultas. Durante más de tres décadas el agricultor ha llevado del bulto, le pusieron precio mínimo a su labor y lo han sacado sistemáticamente de sus parcelas, quizás es más rentables verlos morir en los cinturones de miseria de las grandes capitales a donde llegan con las mínimas aspiraciones. La vereda alimenta y dignifica, el cemento de la urbe, desprecia, señala y mata.
Actualmente el campesinado solamente es necesario para las campañas presidenciales y a futuro las otras convocatorias democráticas ya que produce buenos votos, los que aporta con inocencia y anhelo, pero que después termina castigándolo por las decisiones equivocadas con unos gobiernos que los postraron hasta el punto de importarles cerca de 15 millones de toneladas de alimentos, muchos con alta oferta en Colombia.
Según los últimos sondeos, en Colombia la población rural es de 11 millones de habitantes aproximadamente en tanto que la campesina se acerca a los siete millones, un dato muy parecido al de hace 50 años.
Un común denominador de las zonas campesinas es el olvido, los pequeños productores no cuentan con servicios básicos, bienes públicos óptimos e infraestructura, cada cosecha es un problema porque las vías no existen, salvo en algunas regiones. Es posible que la agricultura haya tenido mejores condiciones en los caminos reales de la colonia.
La experta en temas agropecuarios y miembro de la junta directiva de la Asociación de productores de Cultivos Promisorios de Pacho, Promipacho, Inés Rojas, le dijo a Diariolaeconomia.com, que la realidad campesina es cruda por todo ese componente de olvido, ausencia de política pública, violencia y proscripción. Sostuvo que año tras año, la conmemoración del día del campesino deja de ser una fiesta merecida porque la actividad agropecuaria se sufre y se trastoca sobre todo desde la apertura económica y los tratados de libre comercio que llevaron a muchos a la ruina o a cambiar de oficio.
La muy brillante técnico en producción animal, egresada del SENA, anotó que lamentablemente el sector campesino en Colombia no cuenta con el amparo de los entes gubernamentales puesto que en el ámbito nacional no se tiene en cuenta la vocación agropecuaria y se tiene como una simple población que mete las manos en la tierra o ejecuta fuerza descomunal en los potreros.
“Los campesinos somos la Cenicienta de Colombia, algo reprochable porque en lugares como Europa, el labriego es potentado y goza de todos los privilegios. En Estados Unidos quien siembra o hace ganadería tiene todos los recursos, maquinaria, carreteras y subsidios. En este país ser campesino cuesta mucho, los insumos son impagables por los sobrecostos y para rematar, la mano de obra se está yendo para las ciudades. Si uno va a las veredas encuentra a los abuelos cuidando los nietos, un escenario bastante crítico en cuanto a situación económica se refiere”, declaró Inés Rojas.
Por encima del conflicto armado, con el que el campesino ha tenido que convivir por décadas o siglos, los inconvenientes de la economía agraria pasan por el desorden existente en los entes gubernamentales y los intereses políticos. En opinión de Rojas, la politiquería ha sido gran responsable de la precarización en los campos colombianos en donde se vive mal, se come mal y no se conoce el término rentabilidad.
A los campesinos, expuso la líder, se les llevó injustamente a matricularse en la pobreza, otros con menos fortuna, terminaron en la miseria, sin derecho a la renta básica, totalmente por fuera del sistema de salud y pasando física hambre.
En Colombia, aseveró la dirigente de Promipacho, los beneficios están reservados para las grandes multinacionales o las empresas con mayor musculatura financiera, los campesinos más humildes quedan por fuera del mercado crediticio porque les piden el oro y el moro, esta vida y la otra, en fin, las exigencias son todas, proyecciones y la obligación de recibir a un asistente técnico que al parecer gana por poner palos en la rueda a los perentorios préstamos. Rojas dijo que son firmas amañadas, sin el mínimo interés por los pequeños productores, que entre una petición y la otra van dejando la visita rezagada.
Cuestionó el sistema de crédito para los labriegos y no reparó en afirmar que la asistencia técnica está de capa caída, una gestión inexistente que sumada a una serie de proyectos que jamás se cumplen por el cambio de alcaldías, hacen que la ilusión de los necesitados campesinos se evapore.
Urge cambiar el sistema de comercialización
Un invonveniente de los productores del campo es la venta de sus obtenciones ya que muchos corren a las centrales de abastos en donde les pagan unos precios irrisorios y por fuera de la rentabilidad. El problema se puede corregir con voluntad política, pero infortunadamente está como la honestidad brillan por su ausencia.
Ha habido casos en los que a los productores les han remunerado la carga de mazorca a 20.000 y 25.000 pesos para luego venderla a 120.000 pesos, todo un exabrupto. La solución sería la venta directa a través de asociaciones en donde el agricultor gane lo justo, cubra su inversión y obtenga utilidad, pero para Inés Rojas, seguir con la intermediación de las centrales mayoristas implicará dejarles el negocio a unos pocos mientras lo que se rompen el lomo pasan todas las necesidades.
“La comercialización debe cambiar, los intermediarios se quedan con la plata y los gremios de la producción agropecuaria solamente defienden a los grandes empresarios. Habría que ver cómo opera con el pequeño productor Fedegán o Fenavi en donde algunos aseguran, no entran los que tengan 600 gallinas. Es la hora de democratizar la gremialidad, de abrir espacios para los más pequeños y de llevarles oportunidad a todos, no dejando el oficio solo en vacunadores sino capacitando ganaderos y pequeñas empresas avícolas, por hablar de dos sectores”, señaló Inés Rojas.
Las masivas importaciones de alimentos, muchos producidos en Colombia, resultan humillantes y ofensivas porque menosprecian el trabajo local y terminan siendo una burla con la complacencia de quienes deben garantizar la rentabilidad. Explicó que el producto importado impacta el nacional porque un campesino local no tiene como competir con ayudas, subsidios y producción a gran escala. El asunto no es nada fácil porque mientras en Colombia, un agricultor invierte para obtener una tonelada de maíz, con esa misma plata un maicero estadounidense produce dos o tres toneladas.
La experta dijo que los recursos parafiscales que canalizan los gremios agropecuarios deberían llegar también al pequeño agricultor del subsector que sea pues a la fecha esas unidades productivas de menor tamaño no reciben nada, todo se queda en el bolsillo de los grandes, un tema a revisar para propender por mayor equidad en el campo.
La ruralidad está en un atraso enorme, no goza de conectividad, está por fuera de las plataformas y desconectado del mundo real. Algunos lugareños con un modesto teléfono celular deben caminar como mínimo una hora atraves de las montañas hasta lograr señal y así poderse comunicar con sus familiares y algunos clientes. Las salidas tecnológicas, insistió Rojas, solamente son útiles para los grandes productores que invierten en su propia infraestructura.
En las veredas no hay Internet porque ese es un negocio poco atractivo para las grandes firmas dedicadas a ese tipo de comunicación digital, solo ven rentabilidad en los centros urbanos. Las escuelas no cuentan con la red y por eso muchos niños y jóvenes migran a las ciudades en donde tienen acceso a la tecnología.
Las falencias son todas, en el contexto profesional, hay gente del campo que se forma o busca con todo esfuerzo ir a la Universidad para apuntarse en carreras afines al campo, estudios estrictamente agrícolas y pecuarios, empero al llegar al mercado laboral se desmotivan y arrepienten, pues el salario es algo más del mínimo, otra bofetada. Igual situación pasa con los técnicos del Servicio Nacional de Aprendizaje, SENA, a quienes les ofrecen una miseria y pasan proyectos productivos, las trabas son todas en los bancos en donde refutan la falta de bagaje crediticio y todo lo imaginable para que ese profesional o técnico no pueda poner a funcionar su emprendimiento o empresa.
Rusia y Ucrania, un nuevo problema, pero igual, enorme solución
Por estos días el tema central en cualquier conversación es la guerra entre Rusia y Ucrania que ya deja saldos enormes en abastecimiento y precios, conflicto que al parecer se irá de largo y con el concurso, posiblemente de nuevos agentes, una mala noticia para el mercado y los demandantes de fertilizantes y otras materias primas.
A criterio de la conocedora de Promipacho, ese faltante de abonos de síntesis química se está afianzando en la más grande de las oportunidades porque obliga a cambiar el chip y retornar a la agricultura ancestral, la orgánica y la misma que prosperó hace más de 50 años con boñiga y compostajes. Hay alternativas y cambios que exige la misma humanidad por el tema de salud, pero que el ejecutivo debe promover. Los problemas, indicó, no se puede ocultar, ya el tema de la hambruna está en los despachos de los gobiernos y sin duda habrá escasez.
Hay concentrados que han subido entre 10.000 y 15.000 pesos por bulto, una suma grande para quien tiene una pequeña actividad pecuaria y ve disparados los costos de producción. Las alzas que son mes a mes, impactan los precios de huevos y carne de pollo, otra notificación dura para el consumidor.
Frente a la alerta existente, la apuesta dijo la directiva, es por los cultivos de ciclo corto, o perecederos, advirtiendo que deben estar en la actual coyuntura subsidiados. Invitó también a trabajar muy fuerte en valor agregado porque la era de los commodities está quedando en el recuerdo.
La Asociación de Productores de Cultivos Promisorios de Pacho, Promipacho, adelanta trabajo social con familias desplazadas, campesinos vulnerables, pequeños productores y madres cabeza de hogar. Con la recesión económica al agricultor o granjero le ha costado más registrar mayor productividad y mejores rendimientos. El gran desafío para el colectivo, es sembrar alimentos, garantizar la seguridad alimentaria y como muchos países lo han hecho reactivar el aparato productivo, encadenarlo con agroindustria y evitar un caos.
Expresó su preocupación por las recurrentes crecientes del río que se lleva la carretera en el tramo que conduce a la Palma, dejando incomunicada a la Provincia de Rionegro que deja de sacar inclusive flores de Pacho, muy apetecidas por su belleza y colorido, un renglón generador de empleo y dinamizador de la economía regional.
Hoy Pacho y la comarca siguen sembrando la emblemática naranja, diseminando caña y produciendo panela de gran atributo pues no en vano se están certificando las enramadas para llevar al mercado panela de incuestionable calidad. Igual hay oferta más amplia de cítricos, ganado y flores exóticas.
Un modelo de economía familiar se abre paso en la región puesto que se busca complementar la actividad agrícola con productos de pancoger, asegurando nutrición, calidad de vida y buenos negocios.
Agricultura desde la infancia y nada de ganancia
Camino al ordeño, bajo un frío intenso y soportando la incomodidad del aguacero, Jorge Espinosa, un agricultor de Cabrera en Cundinamarca, se lamenta por la situación del campesino, al que dice, la sociedad lo mira con descortesía y el Gobierno lo desecha si no hace parte de las grandes asociaciones, las de los recursos parafiscales.
Anotó que sembrar es una labor que se hace más por vocación porque la rentabilidad se marchitó hace mucho rato. El bulto de abono que compró hace unos meses a 150.000 pesos, hoy vale 280.000 pesos, todo un lío porque entre fertilizantes, fungicidas y otros insumos, dispararon los costos de producción en desmedro de quien madruga y se acuesta tarde labrando o criando vacas sin las ganancias esperadas.
Diferente a otras épocas, en las centrales de abastos están recibiendo el bulto de mazorca a 100.000 pesos y pagana el tomate a valores que van entr4e 50.000 y 55.000 pesos la canasta. Es posible que haya algún alivio, afirma, pero deplora la ausencia del Estado con crédito barato, con iniciativas para rejuvenecer las explotaciones y la lejana ayuda para llevar a la ruralidad unos bienes de capital modernos, con tecnología para entrar por la senda de la competitividad y mayor productividad.
“Somos campesinos, gente trabajadora que sacrifica tiempo y vida por llevar comida a la mesa de los colombianos, pero como nos ven de ruana, no nos apoyan y tampoco nos escuchan, sin exagerar hacemos una labor por cariño a la tierra y por no abandonar un oficio que con tanto compromiso realizaron nuestros padres y ancestros. Paradójicamente entre esas épocas y las de hoy nada cambia, solo que ahora nos importan lo que producimos lo cual incluye café, cebolla y papa, todo un despropósito”, apuntó el señor Espinosa.
El campo colombiano produce aparte de café, banano, cacao, aguacate y productos agroindustriales, tubérculos, plátano, cereales, hortalizas, verduras y legumbres. Hay variedad en árboles frutales y una dinámica muy grande en ganadería y cría de especies menores, así como en aves de corral.
En los 32 departamentos que conforman el mapa político de Colombia, en sus 1.103 municipios y en unas 1.122 entidades administrativas locales, el campesino es protagonista. No importa el clima, o el sitio del extremo trópico, el labriego siempre está presente y lleno de responsabilidad para evitar que las familias colombianas pasen necesidades.
En los picos helados de las montañas andinas, en esas cordilleras increíbles dotadas de páramos, valles escondidos y zonas de difícil acceso, ahí, sin electricidad, saneamiento básico, acueducto o cualquier otra demanda básica, en esas inhóspitas tierras está el trabajo abnegado del lugareño, aperado con ruana gruesa, sombrero y botas, listo para ir entre la densa neblina a los ordeños, a las zonas de cultivo y a los sitios de carga.
Igual en la llanura, en las fértiles sabanas, zonas templadas cargadas de diversidad, y en las costas, está la amable y noble gente del campo sembrando y cosechando alimentos, recogiendo cacao, maíz, yuca, ñame, algodón, frutas fríjol, hortalizas y café entre tantos productos, no menos importante es la tarea de ganaderos y juiciosos criadores de animales de granja o corral. Siguen, afortunadamente laboriosos los pequeños, medianos y grandes empresarios de la ruralidad sin importar los climas cambiantes, el alto costo del dinero, las importaciones y otras amenazas que así vengan intimidantes, no arrodillan al agricultor.
Por entre arbustos y árboles, corren los perros criollos, ladrando día y noche como insignes celadores, encendiendo las alarmas en los campos en donde nadie duerme del todo tranquilo. En potreros y corrales braman toros y vacas, respondiendo al llanto de los terneros, relinchan caballos alterados y resoplan los más tranquilos equinos en establos. El día y la noche son especiales en los campos, grillos y susurros de agua ofrecen el concierto natural perfecto en la oscuridad, un escenario lleno de olores, por momentos taciturno, es el campo sitio de galope entonado por intrépidos e incansables jamelgos, rebuznos de burros estresados y balidos de cabras y ovejas.
Cerca de las casas, en los corrales, gruñen los cerdos y cacarean las gallinas. En la madrugada, como un mandato, canta potente el gallo, pone a funcionar su reloj biológico y dos horas antes del amanecer el oído se llena del primer aviso del día. Rato después está en pie el campesino muy de madrugada, poniendo su sagrada firma en cabeza, abdomen y hombros, se persigna mirando al cielo exhortando del Todo Poderoso su bendición para que sus siembras y ganados prosperen, claro está con la iluminada ayudita en aras de unos buenos precios y así poder salir a su cotidiana aventura, una rutina dura y compleja que arranca en firme con el sonido de los interminables toques de las campanas, avanza sonriente en su camión al gran mercado mientras que jornales y mujeres siguen con los quehaceres de la finca. Pronto será viernes y con amarga en mano, el valioso campesino celebrará en nombre de la Santísima Virgen, el poder seguir pujante en los impredecibles predios. Como es usual en la ruralidad, todo se da a la de Dios.
Para todos los campesinos de Colombia, nuestro reconocimiento en su encomiable dia y un agradecimiento enorme por los alimentos que ponen en nuestra mesa, siempre con ustedes.