Hay momentos y circunstancias en la vida que nos hacen pensar que el sufrimiento será un común denominador, posiblemente llegamos a creer que la condición de tener algo y lograr metas está reservado a los grandes apellidos, las más abultadas herencias y a un relacionamiento demasiado particular que tan solo se mueve en las esferas de poder. Las personas nacen predispuestas a fracasar o a celebrar triunfos increíbles, todo dependiendo de las bases económicas, sociales y educativas que tengan. Ganar no es complicado, tan solo demanda una mixtura de valores lo que incluye la honradez, disciplina, puntualidad, compromiso, menos voluntad y más propósito.
Tener plata muchas veces no garantiza nada, es bien sabido de personas que reciben testamentos supremamente generosos, el ahorro de una vida marcada por buen juicio, conducta correcta, adeudo y algo más que visión, una precisión innata para cerrar buenos negocios, pero lamentablemente quien recibe ese imperio no le da el mismo valor, lo atiende por momentos y gasta a manos llenas, eso explica el por qué tantos ricos terminaron en la calle, vendiendo comidas rápidas en cualquier esquina, viviendo de lo que se tuvo y lamentando el ya no tener. Es normal y hasta común en nuestra sociedad ver desmoronarse grandes empresas y atomizarse un patrimonio, fortunas del pasado, historias alegres que terminaron en la oscuridad, todo un compendio que forma seres humanos, una cartilla hecha en la universidad de la vida para no fallar, para construir vida y no arruinar nombres, apellidos y hasta sociedades.
Al otro lado del río hay historias para enmarcar y diseminar, el paradigma de los logros alcanzados sobre pilares de esfuerzo y fe, pero igual, dosis trascendentales de trabajo, amor, estrategia como también entrega, todo sin plata, herencias, suerte o malos actos, no, un premio a la constancia, pero asimismo a elaborar una hoja de ruta que garantice superación y adquisición. Todo con bendiciones, credo, ánimo y toda, pero toda la decisión.
Hace un tiempo el departamento del Casanare fue testigo de una historia increíble, pero lamentablemente real, unos padres que posiblemente se juraron amor eterno y al sabor de aguardiente y sus efectos le dieron irresponsablemente rienda suelta a los amores, sin darse cuenta se encontraron con una realidad que en su momento los paralizó, iban a ser padres, un bebé venía en camino.
El tiempo maduró como las frutas, los almanaques como el otoño de la vida dejaba caer las hojas reiteradamente hasta que llegó el momento del nacimiento, pues bien, el nene vio la luz de la vida, pero al parecer la felicidad no iluminó el aún desconcertado rostro de sus padres que tomaron una fría, cruel y calculadora decisión, abandonar al recién nacido. Eso pasó en la Orinoquía, el llano, pletórico de naturaleza vio gente desnaturalizada, con mal corazón y les tocó a las guacharacas y garzas blancas dar la bienvenida, fueron padrinos de honor los pájaros cantores, turpiales, alcaravanes y zancudas, entre ellas corocoras rojas, una orquesta de aves del llano que hicieron figuras en el cielo la llegada de un pequeño niño, uno que creció entre ganadería, agricultura y todas las vicisitudes, pero finalmente hecho empresario de la palma, cultivo al que le agradece la dignidad lograda, los puertos de felicidad que tocó y la manera más noble de pertenecer a una asociación y al gran gremio, allí, a punta de labor y empeño encontró una familia muy grande, esa que lo supo rodear entre espaldarazos, admiración y respeto, hoy ese niño abandonado hace parte de una tremenda saga, la de los palmicultores colombianos.
Con una mirada noble y fija que parte de unos ojos rasgados de color negro, una tez morena y toda una personalidad llanera, aperada con sombrero negro de vaquero y su poncho de cuadros doblado al cuello, el palmicultor Tito González le dijo a Diariolaeconomia.com, que está en el negocio de la palma de aceite desde hace veinte años, tiempo en el que creció económicamente y prosperó junto con otros agricultores.
Con la palma pudo levantar su familia, educar a sus hijos y beneficiar a muchas otras personas que han sacado beneficio de la actividad palmera. Es un hombre bueno, trabajador y honesto que construyó la familia que no tuvo de niño para formar personas de bien y con verdaderos propósitos en la vida.
Nació en Yopal, Casanare, lugar que ama y lleva en el corazón porque le permitió superarse al abrir unas puertas de éxito que de alguna manera soñó y que a fuerza de ahorro y método pudo cristalizar.
A 40 minutos de Yopal tiene una finca, La Chiripa, de cuatro hectáreas sembradas con palma de aceite, es un mediano productor que trabaja bajo el esquema asociativo, un modelo de obtención y renta que le ha dejado muy buenos reductos. A la fecha está asociado con Altamira, una planta procesadora de fruta de palma que le reintegra con dinero el trabajo aplicado que hace.
Agregó que efectivamente la palma ha dejado las mejores experiencias en el campesinado colombiano porque este cultivo de importante rentabilidad matriculó a los labriegos en la dignidad y la rentabilidad, esquiva y huraña en otras labores de la ruralidad. Destacó que la palma es una siembra de grandes beneficios que le permitió creer y apostar por su propio proyecto ya que se cansó de trabajar en diversas actividades, de ser un asalariado hasta que se enteró del sistema agrícola asociativo que le permitía optimizar ingresos y vivir tranquilo, con dinero en el bolsillo y pensando en una mejor estancia.
“Cuando me dediqué a la palma no tardé mucho en darme cuenta que era muy grande el beneficio que esta plantación nos daba porque ya había visto unos palmares en el meta y decidí entrar en el negocio pues confié, trabajé, sigo adelante y estoy convencido que ahí está mi futuro”, declaró el respetabilísimo Tito González.
Anotó que cuando no era palmero su tiempo transcurrió caminando entre departamento y departamento, entre finca y finca, todo un hombre de aventura que supo laborar en regiones como Vichada, Meta y otros sectores del país en donde solicitaban mano de obra o jornaleros. Eso lo llevó a trabajar en ganadería, oficio en el que ejerció la vaquería porque tenía que trasladar bovinos a distintos sitios, fue tanta esa pasión por los vacunos que inclusive llegó a Medina Cundinamarca a prestar sus servicios en unas haciendas. Donde salía trabajo ahí se aparecía Tito, siempre comprometido, incansable y con anhelos en la vida.
Reconoció que fue jornalero por capricho, pero claro, también por la plata que se ganaba, él tenía tierra y tan solo esperó el momento adecuado para dar un gran salto de calidad en su existencia, se dedicó de lleno a la palma, atrás quedó la ganadería y los múltiples quehaceres del llano, decidió concentrarse en sus cultivos y fue tomándole mucho apego a unas palmas de alta productividad.
Tito con arrojo recordó que se crio sin papá, sin mamá y sin estudio, anotó que sus padres lo pusieron en este mundo, pero no le dieron crianza ni lo que necesitaba, sin ponerse colorados, sus padres biológicos lo abandonaron. El tema conmueve porque los niños necesitan amor y atención, pero ese vacío fue llenado por Tito con valentía, retos y planes para el devenir, fue un empresario hecho a pulso que hoy sigue contando historias gratas de su vida entre palmeras.
Este campesino echado para adelante nació en 1960, se mantiene joven y lleno de vitalidad, el día que no trabaja lo deprime y tiene claro que la vida solamente tiene sentido cuando lo que llega a la casa se compra con el fruto del trabajo, no importa que sea bajo sol y agua. Con 64 años se siente de 15 y recuerda las narraciones de los viejos casanareños que daban cuenta de violencia y cosas macabras en tiempos para la vida y el campo sumamente difíciles.
Su infancia prácticamente no existió, gentes buenas lo cuidaron hasta que gateó y pensó en trabajar casi que cuando dio su primer paso, fue un niño laborioso y desde muy chico empezó a meterle plata al bolsillo, según el palmicultor fue levantado en varios hatos ganaderos en donde no solo tuvo trabajo sino alimento y atención de las personas con las que laboraba, nunca, pero nunca, anotó, se quedó quieto.
La vida da buenas revanchas y Dios no abandona a sus buenos hijos, Tito trabajó siendo muy niño, pero encontró en cada hato y en cada hacienda buenas personas y compañeros de trabajo, también buenos patrones, todos lo rodearon y supieron hablarle, jamás olvida ese consejo amable y oportuno, “siempre para adelante, para atrás jamás”.
Así se formó como un trabajador juicioso y excelente administrador que llegado el momento pensó en tener una familia, conoció a Jaira Abella Bosa, el amor creció y con el tiempo fue padre de seis hijos, tres hombres y tres mujeres. Lo dice horondo Tito su esposa es gran señora, espectacular trabajadora y un a casanareña buena y entregada a la familia y la empresa.
A esos hijos Tito les dio el amor que le fue negado siendo un bebé, con todo su esfuerzo sacó su descendencia adelante, hoy todos sus hijos ya definieron vida y están haciendo hogar por aparte. Hoy en la finca solamente quedan el par de viejos y una felicidad gigante porque se cumplió y hubo espacio para consentir y dar el mejor ejemplo a los niños.
Este lugareño expresó su tristeza por la realidad del campo como un todo porque al productor le toca muy duro y sin incentivos, caso opuesto hay impuestos, créditos caros, cero bienes públicos, infraestructura por hacer, un libre comercio que acabó con muchos empresarios de la ruralidad y una inseguridad que campea como si no existiese la ley en Colombia.
El propio Tito fue víctima del crimen, hace cuatro años unos hombres armados ingresaron a su casa, lo amarraron, le robaron y sin piedad lo humillaron, hicieron lo que quisieron para generar todo el detrimento posible. No olvida que lo despojaron de sus herramientas que pudo conseguir inclusive trabajando en otras palmeras. Ese día se fueron guadañas, motosierra y otros bienes útiles para el trabajo.
“Prácticamente no me mataron porque por hubo una bendición de Dios, al final opuse resistencia, no tenía nada, nadie salió a defenderme, en el lugar donde pasó ese episodio todos se quedaron quietos. Fue una noche larga y llena de pavor, me ataron de pies y manos, me patearon, me insultaron y dejaron salir toda su ignominia, una situación terrible porque eso pasó junto con mi hija y mi nieta de ocho años. Ellos me dijeron que les entregara todo o de lo contrario se llevaban la niña, desde luego opté por salir de todas mis cosas menos de mi nieta”, anotó con voz entrecortada y ojos húmedos Tito González.
El asunto no ocurrió con los tradicionales grupos armados que suelen llegar a las fincas, fue un acto criminal ejecutado por personas de la misma vereda, un expresión maléfica de envidia porque no soportaban que el juicioso Tito tuviera y progresara mientras muchos, como vagabundos, caminaban porque veían caminar y no sabían cómo acopiar felicidad o ganar el pan con decencia y esfuerzo.
Tito trabaja y trabaja, a nadie le quitó, hoy no sabe qué es hacerle mal al prójimo, lo que ha conseguido es fruto del sudor de su frente, babor extenuante y dura que generalmente lastima y deja ampollas en sus manos, hace todo al derecho y hace todo con respeto, amor y temor por Dios.
No escondió su preocupación por la situación geopolítica y por los rumores de una posible guerra mundial, eso porque el conflicto es nuclear y puede lastimar el planeta, pero asimismo porque en medio de un conflicto a mayor escala, sin logística y sin campo, muchos podrían en el país y en la región morir de hambre.
Dijo que Colombia está al borde se sufrir y padecer por un injusto abandono del campo, por unas políticas lánguidas para los productores y obviamente por unas importaciones que le bajan la moral a cualquiera. Cuestionó unos acuerdos comerciales que no consultaron al campesino y deploró que el lío apenas comienza porque vendrán tiempos muy duros que dejarán en la ruina a los empresarios del campo.
Descuidar el campo, dijo, desconectarlo y ponerlo en bandeja para su punto final fue un error histórico por el que debe responder la clase política, si hay hambre que los congresistas y expresidentes respondan, al campesino lo abandonaron, jamás le dieron un apoyo real de tipo gubernamental y por eso los colombianos tienen un agro que se hace a pulso y a fuerza de hombre y bestias en pleno siglo XXI porque maquinaria no hay, es imposible pensar en bienes de capital. Sembrar lo hacen los agricultores, pero solo porque les gusta y les nace poner semilla y cuidar cultivos, criar vacas, gallinas o especies menores.
El trabajo campesino es una herencia de los abuelos y el compromiso sigue, pero a juicio de Tito González, cuando los últimos agricultores se vayan se acaba la comida y la producción porque ni siquiera hay esperanza en la juventud que no quiere el campo y prefieren migrar para perderse en las ciudades.
Para el labriego, los créditos agropecuarios deberían ser diferenciados, con bajas tasas de interés y con la mayor facilidad porque hoy en día las exigencias son todas las cuales van desde llevar escrituras hasta casi exigir poner en la garantía al gato de la casa.
“Si uno cumple con los requisitos la respuesta es eléctrica, listo le prestamos tres o cuatro millones de pesos, nada más, y si uno se cuelga el plazo es mínimo para el embargo. Es por eso y por la falta de apoyo que el campesino no se anima a acudir al banco y si lo hace aparece el temor que se junta con otros miedos, hoy estoy amenazado y no sé si son paramilitares o cualquier otro grupo que se hace pasar como una organización armada, ya me han llamado tres veces y me han citado en un lugar determinado porque de lo contrario van y me recogen”, reveló el palmicultor.
Con tantos asuntos al hombro a este campesino le alegra la vida, vivir tranquilo y que por fin se logre la paz, pero lo entristece una violencia cruda, injusta y llena de crueldad que le tira duro hasta los ya casi extintos e inermes campesinos.
A su turno Herlinda Chaparro, una palmicultora de racamandaca aseveró que tiene cinco hectáreas sembradas con palma en la zona rural de Yopal, Casanare. En su finca, Palmarito, en la vereda Punto Nuevo en donde también esta actividad agrícola de espectaculares rendimientos cambió su vida y la de su familia.
La siembra de palma para esta agricultora es una bonita experiencia porque con el fruto de esta oleaginosa se puede vivir mejor, la vida da un salto importante en cuanto a ingresos, consolidación del tejido empresarial y desde luego en óptima calidad de vida. Sembrar palma, es una responsabilidad que se adquiere con la finca, con los hijos, ya que de una buena productividad depende que el núcleo familiar esté cada vez en perfectas condiciones.
“El cultivo de palma me cambió la vida, hoy soy una mujer feliz, hago lo que me gusta y lo mejor, soy propietaria”, precisó la señora Herlinda Chaparro.
La muy comprometida mujer del campo dijo que su amor por la ruralidad es tan grande que no solo se quedó en la siembra de palma, de manera paralela se dedica a la ganadería en donde cuenta con un hato compuesto por 30 cabezas de bovinos.
Los ganados de esta digna representante del agro colombiano son animales de cría en donde se destaca el engorde de ganado criollo junto con razas cebuínas. La dinámica ganadera, explicó, tiene unos precios que no son tan buenos, pero reconoció que al comercializar sus vacunos aumentan los ingresos de la finca permitiendo con ello una labor campesina de mayor sostenibilidad.
Al analizar el entorno productivo y la realidad de los campesinos, dijo que la ruralidad es rentable cuando hay apoyo del estado, organización, metas y desde luego infraestructura.
“Yo del campo no me voy, allá me quedo, porque soy consciente que en los lugares de siembra está el verdadero futuro”, acentuó Herlinda chaparro.
El hogar de la dedicada mujer está compuesto, además de su esposo, Pepe Chaparro, por tres hijos, dos mujeres y un hombre. Cabe destacar que la finca está bajo la entera responsabilidad de la eficiente campesina porque su conyugue tiene otras actividades que mejoran la economía familiar, básicamente con renta y venta de maquinaria.
Finalmente les dijo a las mujeres de la ruralidad colombiana que trabajen el campo y que eviten ser dependientes de otras personas ya que las mujeres deben ser empresarias, independientes y aportar el debido granito de arena para catapultar hogares ejemplares.
Tanto don Tito como la señora Herlinda estuvieron en Bucaramanga en donde participaron en el 52 Congreso Nacional de Palmicultores, una experiencia que les aportó mayor conocimiento y apego por una labor que realmente aman.