Jueves, 17 Octubre 2024 20:52

Somos Agricultura Tropical: hablemos del agua

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Los bosques tropicales son reguladores de caudales y corrientes de agua, conocidos como santuarios de biodiversidad, controladores de la erosión y maravillas estéticas del paisaje.

Por: Cesar Antonio Jaramillo

El buen juicio se desarrolla a través del conocimiento que obtenemos mediante la observación y la validación de ese aprendizaje. Basados en esto, como seres humanos y profesionales, adquirimos la independencia mental necesaria para realizar de la mejor manera nuestras actividades diarias. Un ejemplo claro de cómo el conocimiento básico que adquirimos en nuestra formación se puede profundizar y cuestionar, es el ciclo del agua. Desde la escuela, nos enseñaron que este ciclo, al ser un elemento vital, es un proceso simple de cambio de estado; aprendimos que el agua de los mares se evapora formando nubes, que luego la liberan en forma líquida o sólida; que gran parte de ella vuelve a la tierra como agua congelada que se acumula en nevados o glaciares y que, al descongelarse, forma ríos y quebradas.

Sin embargo, el ciclo del agua es mucho más complejo; es una danza de energía, en la que, gracias al sol y al agua, la vida es tal y como la conocemos en la actualidad. Este ciclo es el ecosistema más robusto y mejor diseñado del planeta, en el que se interrelacionan lo biótico y lo abiótico; pero con una dinámica que varía entre zonas septentrionales y tropicales. En las primeras, ocurren estaciones; en las segundas, no. Por ello, se deben considerar otras variables como la temperatura constante, la humedad relativa y la condensación (o rocío) a nivel del suelo.
“Al comparar los páramos tropicales y su riqueza hídrica con la aridez de los páramos septentrionales, el trópico tiene la mejor carta de presentación para defender su principal diferencia: la humedad relativa y la condensación oculta o rocío, declarando así un Ciclo del Agua Tropical” (Oscar A. Naranjo H., 2010).

La naturaleza ha establecido normas diferentes para suministrar agua a los suelos tropicales durante las épocas de verano. Por ello, durante los periodos secos, el rocío reemplaza a la lluvia, entregando lentamente agua a las especies vegetales situadas a nivel del suelo, como malezas, pastos, musgos y rastrojos, que tienen la capacidad de atrapar este valioso liquido generado mediante el proceso de condensación.

 

 

El suelo cubierto de vegetación recibe los rayos solares sobre las hojas de las plantas, en donde la energía, en lugar de transformarse en calor, se convierte en biomasa a través de la fotosíntesis. Es importante resaltar que, la cobertura vegetal también libera agua en forma de vapor al ambiente, tanto de día como de noche, lo que aumenta la humedad relativa bajo su dosel y reduce la evaporación a nivel del suelo. Este fenómeno explica el porqué, en climas cálidos, los bosques presentan en su interior una frescura característica de zonas más frías.

En un día caluroso, al observar los niveles de energía que rodean los árboles en un bosque o huerto, se puede notar que junto a su copa hay una capa de aire más húmeda y fría, en comparación con las más alejadas de ella. Como el aire frío es más pesado, tiende a descender al suelo, propiciando que la sombra de un árbol sea más refrescante en un clima cálido que la de otros elementos.

Por su parte, las plantas extraen grandes cantidades de agua del suelo con sus raíces; este proceso se realiza mediante la presión osmótica, que consiste en absorber los iones y el agua necesarios presentes en el suelo. De esta manera, las plantas se hidratan y además absorben nutrientes esenciales como nitrógeno, fósforo, azufre y cationes minerales.

Cuando una planta, obligada por la sequía, cierra sus estomas y limita su transpiración, se disminuye el flujo de savia bruta que sube por su tallo, dificultando su alimentación. Por este motivo, es preciso analizar la presencia de la cobertura vegetal y su aporte a la humedad del ecosistema, que es generado por las plantas durante sus procesos biológicos; así, no solo consumen agua del suelo, sino que también la liberan a la atmósfera a través de la evapotranspiración.



 

Por otra parte, el tamaño del bosque, la profundidad de las raíces de sus árboles y su capacidad de almacenar agua, son determinantes para la estabilidad de las fuentes hídricas en épocas de verano, pues los arroyos, las quebradas y los ríos, son de vital importancia para el ecosistema; por esta razón, estos lugares se conocen como nacederos de agua.

No se debe perder de vista que los bosques tropicales son reguladores de caudales y corrientes de agua, conocidos como santuarios de biodiversidad, controladores de la erosión y maravillas estéticas del paisaje. También es crucial reconocerlos como productores de agua líquida, gracias a su función oculta durante la condensación; lamentablemente, pareciera que esta acción no ha sido evaluada objetivamente por las generaciones actuales.

El ciclo del agua en el bosque comienza con la llegada de la lluvia, que es recibida por el follaje, las ramas y el tronco de los árboles, liberando a la atmosfera parte de la humedad, a través de la evaporación. Al llegar al suelo, el agua es retenida por las hojas caídas y la capa vegetal, en donde parte de ella se infiltra o se percola para alimentar a las plantas, mientras que otra se almacena o sigue su curso como escorrentía, si el suelo del bosque se encuentra saturado.

En los suelos tropicales, donde los periodos lluviosos y secos se alternan indefinidamente, la naturaleza ha establecido mecanismos diferentes para suministrar agua en épocas de verano. El rocío, que es una pequeña precipitación diaria durante las madrugadas, entrega lentamente agua a las especies vegetales a nivel del suelo, como malezas, pastos, musgos y rastrojos, que son capaces de realizar el proceso de condensación.

Por su parte, las coberturas herbáceas no solo controlan el calentamiento del suelo, convirtiendo la energía del sol en carbohidratos, oxígeno y agua en lugar de calor, sino que también facilitan la condensación o formación del rocío; si comprendemos la importancia de estas coberturas, como parte de la biomasa de los bosques tropicales, podremos considerar que esta función no es exclusiva de los sistemas silvestres.

 

 

Si observamos atentamente, los huertos de frutales arbóreos también pueden brindar este valioso servicio ecosistémico, cumpliendo con los requisitos para comportarse como un bosque diverso. Sin embargo, hemos abordado su cultivo de tal manera que debilita su accionar, especialmente al considerar la diversidad de flora como un enemigo de la agricultura, llamándolas “malezas”, y creyendo, erróneamente, que nuestro papel como ingenieros agrónomos consiste en implementar tecnologías que alejen a los huertos de su condición natural.

Este manejo hídrico natural, presente en los cultivos: permite la infiltración; evita la evaporación; reduce la desertificación; regula la temperatura; disipa el calor transformándolo en energía; mantiene el flujo del agua en los arroyos, las quebradas y los ríos; regula la frecuencia e intensidad de los vientos y protege el suelo de la acción directa del sol.

Las arvenses en los huertos de frutales arbóreos, podrían seguirse denominando como “malezas”, pero no debemos olvidar que desempeñan un rol fundamental para garantizar la vida; en el caso del agua, son parte indispensable de su ciclo, para el beneficio de los suelos tropicales.

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