Llegar a Inírida, la capital de Guainía es todo un encanto y la mejor experiencia a la hora de presentar credenciales con la otra Colombia, es placentero y sugestivo apreciar desde las alturas, selvas, ríos y ese compendio de vida que implica un ecosistema diseñado para el oxígeno y la prolongación de la raza humana, la que más pide, pero paradójicamente la que más destruye. Igual hay comunidades haciendo la tarea, preservando, y vigilando, haciendo de estas espectaculares y abigarradas regiones un paraíso y el más recomendable remanso de paz.
En Guainía el término portento quizás se quede corto ya que su belleza natural es tan enorme e ignota que los ojos no alcanzan a llenar el edén que esta región representa. Allí se izan como el máximo emblema los cerros Mavecure, Mono y Pajarito, el libro pomposo y en roca maciza donde se narra la historia de la bella princesa Inírida, una diva literalmente rompecorazones hoy aprisionada en una de las icónicas montañas.
Cabe anotar que en lengua yuri, Guainía significa, “tierra de muchas aguas”, un lugar atiborrado de oportunidades en donde todo está por hacer, tanto así que al ser uno de los 32 departamentos, ocupa uno de los últimos puestos en el PIB nacional. Con sus 72.238 kilómetros cuadrados, Guainía es el quinto departamento más extenso, su población, sumando la migración venezolana asciende en promedio a 52.627 habitantes. Esta provincia del Amazonas fue comisaría, pero en 1991 la Constitución Política la elevó a departamento.
La historia de esta región es reciente, se trata de un departamento relativamente joven ya que fue fundado el 13 de julio de 1963, su colonización está rodeada de historias mágicas y casi increíbles, tienen per se, todo el hechizo amazónico, pero igual escenas intrépidas y épicas, con un matiz semejante a la intrepidez de Robinson Crusoe, la atractiva obra del escritor inglés Daniel Defoe.
Las selvas del oriente colombiano empezaron a ser atractivas a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, en sus comienzos hubo explotaciones de caucho, plumas y pieles por parte de empresarios venezolanos, pero tras un litigio, Colombia se hizo al control de sus territorios, igualmente destinados a la colonización el 16 de marzo de 1891 luego de un dictamen arbitral.
La desafiante selva tropical se hacía cada vez más llamativa el comercio que se hacía con Venezuela y Brasil tenía como solución logística las embarcaciones que navegaban por el río Orinoco. Aún es recordada por algunos la única aldea existente, Amanavén y el puesto de Policía de Puerto Limón a orillas del río Guaviare.
Los primeros colonos e inclusive los vetustos representantes de las etnias evocan los tiempos difíciles de la explotación de caucho, un sector que en su momento fue impulsado con abuso y horror, un inconveniente que trató de subsanarse en 1900 con la creación de una comisaría, pero la leonina actividad siguió hasta 1921.
En manos colombianas, la extracción de caucho fue retomada por firmas nacionales desde 1935, pero ese boom terminó en 1972. Al lograrse acuerdos fronterizos entre Colombia, Brasil y Venezuela llega la colonización del río Guainía lo que presionó la creación de la Comisaría del mismo nombre a través de la Ley 18 del 13 de julio de 1963, cuando se hizo una escisión de las tierras que otrora conformaron el Vaupés.
Pasó el tiempo, terminó la década de los noventa y con ella el siglo XX, un momento especial para Guainía que empezó a ver en la globalización de los mercados y en una tendencia de valor agregado las oportunidades más grandes, en esencia de la de un turismo verde, ecológico y totalmente diferente, un viaje por fuera de montañas transformadas y costas saturadas de gentes pidiendo y recibiendo más de lo mismo. El siglo XXI le dio otra opción al país y al mundo porque fueron visibles las tremendas riquezas de una comarca amazónica que recibió a los primeros advenedizos con cosechas generosas de cacao, la bebida de los dioses, esa que tanto cautivó a todo un planeta.
Las comunidades y los pueblos indígenas están en una tónica de concertación, se volcaron a explorar opciones y hoy quieren vender productos y servicios, finalmente la selva es una alacena enorme y la más grande caja fuerte puesto que no son pocas las riquezas
En charla con Diariolaeconomia.com, el profesor Alipio Horacio Medina, un honorable y orgulloso indígena de Guainía, aseguró que es muy necesario que el Gobierno colombiano propenda por un esquema de negocio y economía justa para las comunidades indígenas en donde los productos tengan un sello especial de denominación de origen y cuidado ambiental para vender mejor y aportar a la generación de empleo, riqueza y crecimiento, una oportunidad para enderezar el producto Interno Bruto de la región, actualmente acercándose a los últimos lugares de manera inexplicable.
Anotó que es apenas consecuente entrar por la línea de rentabilidad en la comercialización de bienes y turismo en donde la mano de obra artesanal y el aporte de las etnias al impulso del turismo y exactamente del destino Amazonas, se vea realmente compensado con unos recursos que pueden reinvertirse en la preservación del medio ambiente y otros frentes sociales.
Lamentó que los productos de la selva siguen siendo mal remunerados en el mercado regional y anotó que esa situación invita a contemplar el mercado nacional y desde luego las exportaciones y la oferta turística, todo, reiteró, dentro de un marco de comercialización justa.
Le dijo al ministro de Comercio, Industria y Turismo, Germán Umaña Mendoza, liderar una serie de proyectos con financiación estatal para que los hombres y mujeres que ofertan productos naturales, prendas o artesanías hechas por las comunidades indígenas, cuenten con el acompañamiento estatal ya que la iniciativa demanda un sello especial para poder exportar con facilidad y las mejores condiciones de utilidad.
“Apoyo del Gobierno es lo que necesitamos y desde luego una línea para poder exportar nuestros productos y mostrarle al mundo que nosotros trabajamos porque nos tildan de no producir lo cual no es cierto, simplemente nadie nos apoya para sacar y llevarle al globo nuestras riquezas y talentos”, declaró el señor Alipio Horacio Medina.
Aclaró que de la selva son muchos los productos que pueden ir a los mercados los cuales van desde alimentos y bienes del río hasta artesanías, mañoco, manaca, plantas medicinales y materias primas, un negocio que debe quedar en la caja de las comunidades y no de personas ajenas a la región que explotan la selva y se llevan las obtenciones a mercados vecinos como Brasil.
Reconoció que es muy grande el esfuerzo que deben hacer las asociaciones de indígenas para conquistar los mercados locales y regionales porque lamentablemente hay un olvido que pasó cuenta de cobro hasta en la comercialización, algo deprimente porque es demasiado lo que hay por mostrar, verbigracia, las manualidades, enseres y confecciones, pero un universo de creaciones y productos típicos del Guainía.
Sostuvo que todos los productos extraídos de la selva deberían contar con el permiso de las autoridades indígenas y con ello evitar que las riquezas de la maraña se esfumen, llevándose una oportunidad de ingreso importante para las etnias. Este asunto, recalcó, reviste la mayor importancia habida cuenta que hay de por medio conocimiento y una medicina ancestral aborigen que se basa en las exóticas plantas selváticas.
“Le pedimos al ministro de Comercio, Industria y Turismo que nos colabore en ese sentido para que Guainía salga adelante y sea un espejo para todo el mundo”, apuntó Alipio Horacio Medina. Un indígena que aparte de hablar español se expresa perfectamente en kurripako, la lengua de su fallecido padre y puinave, el dialecto materno.
Este profesor dijo que si bien los años han transcurrido, sigue en la mente de las culturas amazónicas todo lo que aconteció en torno a las explotaciones de caucho en dónde hubo esclavitud, maltrato y pavor, como si fueras poco, la llegada de los explotadores de la costosa goma, cambiaron costumbres, nombres y atomizaron la cultura pues desaparecieron los bailes ancestrales y pasaron con los años a bachata y champeta, en la actualidad de hacen ingentes esfuerzos por volver a la mitología, la leyenda y la sabiduría ancestral.
Reveló que la sabiduría indígena está intacta y las comunidades quieren preservarla y defenderla como patrimonio de las nuevas generaciones, pero sin que se vuelva una actividad comercial o cuestionable moneda de cambio.
Las comunidades indígenas del Guaviare, explicó el profesor, están distribuidas en las diferentes riveras de los ríos Inírida, Guaviare, Guainía y Atabapo, un lugar en donde hay pueblos grandes y de norme importancia para la Amazonía, Kurripakos y cuinaves. Un hecho relevante es que en la zona fueron albergadas, por decirlo de alguna manera, indígenas siakuni y Piapoco, culturas hermanas que comparten las mismas costumbres y como las demás, son etnias hijas de la Amazonía colombiana.
Cómo luchador y defensor de los derechos de los pueblos indígenas, consideró que es bueno plantear a los gobernantes y futuros mandatarios, que tengan en cuenta las culturas endógenas para poder trazar políticas propias y aterrizar de la mejor forma a los territorios ancestrales, milenarios y totalmente inamovibles.
El vocero indígena llamó la atención a los alcaldes, gobernadores y a las tres ramas del poder público puesto que no hay respeto por los pueblos y territorios atávicos, totalmente lacerados en su cultura y seguridad por temas como minería ilegal y otras labores irregulares que golpean la tranquilidad y la identidad de las etnias del Guainía. El educador dijo que esperan de los nuevos gobernadores y alcaldes verdaderas propuestas e iniciativas que incluyan la voz ancestral y actúen en defensa de sus tierras y costumbres.
Dijo que la economía de los indígenas del Guainía se basa en la agricultura y en el suministro del río, pero recalcó que no hay un apoyo a la comercialización inclusive de productos autóctonos que podrían llegar a Bogotá y a otros países. Destacó el hecho de pensar en las ventajas competitivas porque el departamento comparte fronteras con Venezuela y Brasil, dos destinos internacionales de la oferta.
Los indígenas siembran yuca dulce, yuca brava, árboles silvestres como la manaca, el seje y otros productos exóticos. Igualmente, las tribus del Guainía están dedicados a la siembra de maíz y plátano, siendo muy conscientes que hay que incentivar y tecnificar esos cultivos para hacerlos mucho más eficientes.
En opinión del dirigente tribal, los cultivos ilícitos han bajado porque se trata de un negocio que desde hace ocho años entró en franca decadencia, seguramente por los nuevos narcóticos que vienen del lejano Oriente. Las cifras de tránsito de embarques por los ríos Guaviare e Inírida han bajado y quizás los reportes que aparecen hacen parte de la actividad espuria en otros departamentos.
“Por ser los ríos vías prácticamente únicas e internacionales, pasa de todo, pero lo cierto es que el flagelo en la región guainiana ha descendido, el problema ya no está tan acentuado, hay que reconocerlo”, aseveró Medina.
Desde su punto de vista es importante que, con el fin de atraer inversión nacional y extranjera, el Guainía debe pensar en fortalecer su turismo lo cual no será tarea difícil porque si algo le sobra a la región es encanto y por ello se hace viable la oferta de servicios turísticos muy enfocados en lo ecológico y cultural, todo un reto para las etnias que invita a un trabajo pedagógico para garantizar éxito y no colapsar.
Insistió que en la medida en que vayan presentándose proyectos de gran envergadura, serán los líderes los encargados de profundizar sobre el tema más cuando hay ríos, selvas y fauna que perfectamente se pueden mostrar. Todo esto prosperará, dijo si se logra afianzar la seguridad que terminarán dándole soporte a los planes de desarrollo para el sector turístico de Guainía.
Dejó claro que el turismo debe ser ecológico porque la selva es el gran proveedor de alimentos y materias primas de las etnias amazónicas lo que obliga a ser muy cuidadoso en la manera en que se tracen los deseables proyectos, un punto que conlleva a que las tribus sean consultadas porque con la preservación natural generan vida en el planeta.
El jaguar es sagrado
Exhortó por el respeto a la fauna y la flora lo que incluye bosques y especies nativas. Afirmó que de hecho hay reportes preocupantes de la menor población de jaguares, todo un problema para la naturaleza por tratarse de un animal ecosistémico.
Manifestó que el jaguar es un depredador que no se toca por parte de las comunidades por ser considerado sagrado y vital en la vida de los bosques y de la especie humana, anotó que el yaguareté es visto en la selva como el gato de la casa, un felino majestuoso que garantiza equilibrio en la naturaleza.
Sobre otras especies, el profesor Medina precisó que hay otras especies que son cazadas para el consumo familiar y como fuente de proteína, pero dejó claro que solo se toman las piezas necesarias para el abastecimiento sin que haya de por medio cacería desbordada o cualquier tipo de comercio.
Dijo que un voto de tranquilidad lo da la autoridad indígena que cela y mantiene el entorno en condiciones adecuadas y totalmente protegidas, un punto a tener en cuenta a la hora de trazar las políticas para los pueblos indígenas.
Cuando hablan de prevención, por obvias razones debe cuidarse la naturaleza que, en condiciones de cuidado y respeto, garantiza salud y vida.
Alimentos adoptados causan problemas de salud
En el Guainía los indígenas advirtieron que su salud se ha venido precarizando por el consumo de alimentos procesados o tratados por el hombre blanco, un asunto alarmante ya que golpea el estómago y otros órganos, poniendo en serias dificultades a la población aborigen.
Ante la tendencia en el cambio de la dieta el experto indicó que es recomendable educar niños y familias para que consuman responsablemente los alimentos adquiridos en otras latitudes, igual advirtió que la salud se blinda con una preparación correcta porque de lo contrario vendrán serios inconvenientes de salubridad, sobre todo cuando hay exceso, falta de higiene o agentes cancerígenos.
Señaló que muchos de los alimentos y bebidas procesadas son responsables de muchas enfermedades a tiempo que recordó que sus abuelos y bisabuelos jamás supieron que era exceso de azúcar en la sangre y gozaron de una sana longevidad.
Los químicos en las comidas y en los productos puestos en el mercado, señaló, están matando a la gente y la situación hace que la dieta sea revisada, ajustada y sin la presencia de síntesis química.
Guainía, concluyó, es una bella casa en donde todos los visitantes son bienvenidos y casi que adoptados porque la idea es que los turistas o inversionistas sientan la calidez y amabilidad del enorme territorio.
Guainía, una maravilla amazónica cargada de ensueño
Hablar de Guainía es ahondar en sus territorios y pobladores indígenas, pero su historia la empiezan a contar sus colonos que llegaron en medio de miedos y riesgos huyendo de la violencia bipartidista, una época en la que fue pecado ser liberal o conservador porque el color determinaba la diferencia entre la vida y la muerte.
Ese choque eléctrico e impulsivo de violencia que arrancó el nueve de abril de 1948 tras el asesinato en Bogotá del caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán, se fue expandiendo como una honda por el territorio y dejando en pueblos, ciudades, veredas y caminos muertos por cantidades.
El empresario Fabio Rivera Parra tiene plasmada en su mente una tremenda historia y cómo diría el desaparecido Gabriel García Márquez, vivió para contarla. Nació en 1949 en San José del Guaviare cuando la zona aún hacía parte de Vaupés. En ese instante la guerra entre rojos y azules estaba encendida y representaba una amenaza para las familias lo que incluía niños y ancianos.
Ante las circunstancias y la presión por vivir y salvar vidas, don Abelardo Rivera Ardila, padre del contertulio partió con su señora esposa, doña María de Jesús Parra León y sus hijos, entre ellos Fabio, con ellos salieron dos familias más que en una época compleja y sin mayores desarrollos para navegar salieron río abajo a remo limpio hasta que llegaron a San Fernando de Atabapo en Venezuela. Recordó que por el camino no encontraron colonos, tan solo uno que otro indígena, pasaron el raudal de Mapiripana a canalete, un paso bien complejo en donde la prudencia garantizaba la existencia porque se iba despacio, había tiempo de ubicar orilla, hacer cambuche y preparar alimentos, después de dos meses los recibió San Fernando de Atabapo, era un periodo de la historia en que no existía Barranco Minas, menos Puerto Inírida, era un paraje solitario en donde no se encontraba un alma.
La estadía en el sitio fue de tres meses y para llevar pan a la mesa don Abelardo trabajó con los curas hasta que se conoció de un acuerdo en las esferas del poder del gobierno colombiano y en el mandato del General Gustavo Rojas Pinilla enviaron de puerto López unas lanchas de la Armada a Puerto Carreño para que todo colombiano que estuviera asilado en Venezuela por temas de violencia regresara a su patria sin lugar costo. La familia no lo pensó dos veces y subieron a las embarcaciones, retornaron a Puerto López más empobrecidos, allí el señor Abelardo entabló amistad con Francisco Ochoa, un empresario buena persona que lo recomendó para cuidar una finca de otra exiliada.
La propuesta igual fue escuchada y aceptada, así lo recuerda Fabio Rivera que para ese entonces se acercaba a los cinco años. Evocó las inmensas tierras y la casona de la finca devorada por el abandono y llena de bejucos. La finca empezó a levantar gracias al empuje de los Rivera y al sistema o contrato de aparcería en donde el obrero ponía el trabajo y el patrón la alimentación y una parte de la cosecha al final del ejercicio.
Eran buenos tiempos, las tiendas despachaban mercado y abarrotes y cobraban solo hasta que los agricultores recolectaban su producción de maíz, arroz y otros alimentos de buena demanda en las grandes ciudades. El pago se hacía religiosamente, el único medio de pago eficaz era la palabra, la carnicería propiedad de una señora igual suministraba la proteína, es decir que se vivía muy bien, eso sí trabajando duro y con adeudo.
Después de cinco años la familia estaba plenamente recuperada, prestos a recoger una cosecha grande de maíz y arroz, algo cercano a las 100 hectáreas, se vino un invierno intenso que hizo desbordar el río y con ese infausto hecho la familia perdió absolutamente todo, aparte de todo, el aguacero dejó viva la deuda en la tienda de abarrotes por 1.500 pesos, un platal en ese tiempo, a la señora de la fama se le debía 600 pesos, mejor dicho, el caos.
Por fortuna llegó la dueña de la finca llegó y sin ningún reparo reconoció las mejoras. Don Abelardo tomó la decisión de volver al Guaviare con los pocos pesos en su bolsillo porque sabía de las riquezas de la región en donde brotaba el cacao de manera silvestre y se recogía por toneladas.
La moda europea les puso valor a las pieles de la fauna y fueron cazados tigres, tigrillos, perros de agua y otras especies que terminaron en el calzado de un rico o en el cuero destinado para sus chaquetas. Fue una economía que dejó dinero, pero destruyendo especies, finalmente en 1958 la bonita y luchadora familia Rivera volvió al río Guaviare, eran momentos de relevos políticos porque el Frente Nacional entró en vigencia y salió del mandato la Junta Militar.
Empezó una romería tranquila en donde se descansó, en el Coco hubo un encuentro con una familia brasilera y en la Piedra de Maviso la familia Zambranos les dio 15 días de posada. Un día pasó una embarcación pequeña que subía cada seis meses al río Guaviare y nuevamente don Abelardo logró embarcarse hasta llegar y ubicar un punto bueno para la pesca. Como si se tratara de la llegada de Viernes a la soledad de Robinson Crusoe, apareció Miguel Pusana, un indígena ducho para el monte y el río.
El aborigen los llevó a Laguna de Sastre un sitio hecho para la pesca, entre diciembre y enero pescaron y el hombre de la barca quien les había dejado víveres, recogió cerca de dos toneladas de pescado. En el sitio conocido como Pueblo Nuevo, Rubén Bobadilla ya había tomado posesión y vivía en un pequeño rancho en donde el cacao brotaba espléndidamente. Lo cierto es que a Rivera le ofrecieron la propiedad para que se fundara y fue el cacao el producto que pagó el predio, una propiedad que la familia aún conserva muy cerca a Barranco Minas.
Fabio que desde párvulo supo de cruzadas y desafíos tenía ya nueve años, pero tuvo como dificultad que no había dónde estudiar por lo que no sabía de números o vocales, en fin, se dieron a la tarea de limpiar cacao y arreglar la finca.
Un día cualquiera llegó la posibilidad de estudiar en la Escuela Sunapee, un centro educativo fundado por los curas en el Vichada. Ir a clases era una osadía porque se gastaban cuatro días a canalete del Guaviare al río Vichada, atravesando caños y caminando por la sabana día y medio hasta llegar a las costas del Vichada en donde estaba la misión de clérigos extranjeros.
A ese ritmo Fabio Rivera estudio por espacio de dos años, 1959 y 1960, ya por compromisos con su padre Abelardo dejó la escuela y bajo la premisa de que ya sabía las cuatro operaciones esenciales y leer, era el momento de asumir las riendas y la contabilidad de la finca poque había que liquidar cuentas, pagar colaboradores y hacer todo lo posible por tener buenos números, ese sacrificio le permitió estudiar a sus hermanos.
En esa finca, recuerda Rivera, se recogieron hasta 25 toneladas de cacao, eso sin sembrar una mata porque el árbol era silvestre y la tesis que la planta indudablemente es amazónica y de la Orinoquía. Muchos de los que entraron a colonizar esas tierras, iban tras del cacao. En el primer año fue posible cosechar una tonelada que sirvió para pagarle el predio a Bobadilla, un año después la recolecta fue de tres, cinco 10 hasta llegar a 25 toneladas. Groso modo, un mundo ideal, el monte disparando cacao y los Rivera vendiendo una lotería ofrendada por la naturaleza, quizás un premio al esfuerzo, la fe y el aguante.
En 1971 cuando fundaban a Barranco Minas al cacao le llegó una enfermedad que arrasó con todo, no quedó producto para la venta porque apareció la carmenta negra, sin embargo, los árboles quedaron a la de Dios y nuevamente la suerte había alzado vuelo, la plaga cerró esa fuente de ingreso para todos los que dependían de esa actividad.
Ya con el matrimonio encima busca una casa en Barranco Minas, vuelve a Villavicencio y compra ropa junto con otras mercancías para dedicarse al comercio, ante la dificultad de las lanchas que casi no iban al municipio se hace precursor de los vuelos de carga lo que le facilitó transportar panela, alimentos, víveres y todo tipo de bienes. En esa época volvió el cacao y tenía en su empaque 3.000 kilos de la bebida, era un ejercicio interesante llegaba a Barranco Minas con 3.000 kilos en provisiones y cargaba 3.000 kilos de cacao, como en los tiempos de mayas y aztecas, el cacao operó como moneda pues pagó todo.
En los tiempos antiguos la casa paterna estaba en jurisdicción del Guainía y la cacaotera en el Vichada, al otro lado del río. Buscando recursos Fabio y su padre, don Abelardo, deciden ir a la población de Amanaven en donde la familia Patiño les prometió una ayuda, era gente acomodada que había sacado provecho del caucho, pero al llegar al sitio al señor Patiño se le olvidó el compromiso y los Rivera de nuevo quedaron en un mundo raro.
Al final del día los indígenas rodearon a la familia de don Abelardo, su señora, María de Jesús y cuatro hijos que permanecían en la finca, por fortuna los indígenas fueron generosos y llegaron a la casa con pescado, racimos de plátano y otros víveres, tan solo faltaba dulce y jabón, que eran productos complicados.
En el resguardo reconocieron la propiedad de los Rivera, los rodearon y prácticamente los consideraron de la familia, hubo aprecio, respeto y toda la solidaridad posible, algo que sigue pegado en el recuerdo de Fabio. Eran una casa paterna en el Guainía de 55 hectáreas en pasto y la cacaotera que era una explotación de un predio con 120 hectáreas en promedio, no todo producía, pero las tierras eran promisorias.