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Domingo, 04 Junio 2017 01:10

Andariegos: Seres humanos que cambian vida por café

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Estas personas llevan una existencia complicada que se mueve en torno a las cosechas del apreciado grano. Muchos tienen como gran compañía la soledad porque el entorno familiar debe relegarse por su duro trabajo.

En Colombia hay unas personas que luego de revisar su labor resultan más importantes que el Presidente de la República, que el Congreso en pleno, que los Altos Tribunales, que la iglesia o de quienes hacemos parte del denominado Cuarto Poder. Se trata de los agricultores que alimentan países y de los cosecheros de café que prestan sus manos a cambio de un estipendio para que Colombia pueda hablar de manera oronda de exportaciones y de comercio exterior.

Por lo general nadie habla de la base de la cadena agrícola, del primario y de quienes sacrifican vida para poner en las mesas del mundo una suave y aromática taza de café. Los caminantes o andariegos son recolectores de café que se caracterizan por su elevada capacidad de trabajo, muchos saben los mínimos secretos de una buena recogida de grano, pero esa profesionalización tan solo les sirve para canalizar unos recursos que en algunos casos se guarda con celo, pero que en otros terminan en estancos de mala muerte, burdeles y tiendas.

Los recolectores o cosecheros son personas que nacieron en la parte más básica de la caficultura o simplemente son campesinos que saben de monte y de cómo enfrentar los rigores de la naturaleza y del clima pues deben trabajar bajo aguaceros intensos o con la inclemencia de un sol sofocante que dificulta aún más su tarea. Como se les mire y como se les califique son estos trabajadores los directos responsables de la economía cafetera porque de nada sirve tener una finca repleta de buen café si no hay mano de obra presta a recogerla para su beneficio y posterior venta.

Los recolectores de café o conocidos “andariegos” conviven con el aroma intenso a vegetación que se combina con humedad pues en esos cultivos convergen olores a hoja fresca y a grano los cuales se mezclan con el olor característico de la tierra que trae consigo el rastro de los fertilizantes y esa fragancia rancia que produce en las plantas elementos como agua y sol.

Estos hombres y en ocasiones mujeres, tímidos, callados, furtivos y huraños, trabajan en entornos muy afables porque su oficina es el campo y el paisaje cafetero que de alguna manera aminora el cansancio y permite respirar pensando en el siguiente puerto. Suelen ser personas solas o con familias que no ven en meses y que las van perdiendo entre cosecha y cosecha. Conviven con matas de café, mulas y patrones que suelen ser una lotería porque los hay buenos, justos y generosos, regulares y malos. En ese último escalafón existen los llamados “negreros”, tacaños y abusivos.

Por lo general al cosechero se le brinda un ingreso que incluye desayuno, almuerzo y comida, pero hay fincas que ya decidieron cerrar la cocina de manera tal que ese rubro de alimentación corre por cuenta del recolector.

Actualmente Colombia que se apresta a recoger la gran cosecha o que ya empezó en departamentos como el Huila requiere de más de 60.000 recolectores, pero es difícil reunirlos porque muchos se cansaron y se fueron a la minería, a los trabajos de infraestructura o cambiaron de cultivo, eso en el mejor de los casos porque una gran mayoría decidió aterrizar en zonas prohibidas en donde mandan los cultivos ilícitos, principalmente la hoja de coca. Esto hace el panorama aún más complejo para la actividad cafetera que ante esta situación está pensando en mecanizar los cultivos de café y reducir el estrés de buscar mano de obra que por lo general llega de una población flotante que migra de región en región buscando dinero para poder vivir a como dé lugar.

Para conocer un poco más en detalle sobre el mundo del andariego, Diariolaeconomia.com habló con el señor, Juan de Jesús Gotache quien lleva años de su vida recolectando café y quien sabe cómo el que más de los pormenores de una actividad difícil, de aguante y de mucho conocimiento. Tiene 53 años de edad y de esos lleva 36 en la recolección y caminando como alma en pena.

“En estos 36 años me ha quedado como experiencia mucho sufrimiento porque se trabaja demasiado y para colmo de males uno como recolector desbarata todo lo que se gana, no ahorra y cuando se piensa en hacer algo ya es demasiado tarde ya que los años pasan y la vejez nos coge de sopetón con la tristeza que llega y plata no hay”, declaró el señor Gotache.

A quienes están empezando en iniciarse en la colecta de café, este hombre nacido en la arrocera Natagaima (Tolima), les recomendó acudir al ahorro y a vivir en medio del juicio porque el retrato de hoy puede ser lamentable toda vez que hay gente que ha llegado a una avanzada edad y con todo y dificultades siguen detrás de un grano de café para subsistir.

“Esa fue gente que en la juventud se gastó toda la plata, se bebió y se parrandeó todo lo que trabajó y finalmente no hizo nada. A uno verdaderamente le da angustia ver recolectores de la tercera edad en este trabajo tan duro”, narró el recolector.

Gotache dijo que actualmente está trabajando duro y ahorrando para tener algo y recibir la vejez con un dinero que le permita subsistir en condiciones de dignidad y no seguir a las volandas buscando la opción de un jornal en medio de la longevidad cuando más le niegan trabajo a la gente.

Estos nómadas que hoy están en Santa María Huila y en municipios aledaños terminarán esta cosecha y arrancarán para el sur del Huila a las zonas cafeteras de Guadalupe, Pitalito, Acevedo y otras. Al terminar la recolección que puede tardar un mes los andariegos migran para Antioquia, Eje Cafetero o Santander en donde hay buenas siembras.

Este recolector tiene su familia en Rivera (Huila) y aún recuerda con algo de nostalgia que tuvo compañera y cuatro hijos, pero su mujer lo abandonó llevándose su descendencia y él sin más alternativa optó por seguir caminando.
Por lo que ha visto, Gotache indicó que hay andariegos que tienen esposa e hijos, que logran afianzar una familia, pero lamentablemente salen detrás del café y duran años sin ir a la casa, ha sucedido que transcurren 10, 15 o 20 años y cuando deciden volver ya no encuentran ni a los seres queridos porque estos han partido para ese amparo de la luz perpetua.

Por la condición de caminantes, los cosecheros han visto de todo en la vida, se enfrentan a zonas diversas en donde hay plagas, mosquitos indeseables y una que otra culebra en los palos de café o en los caminos. Estos colombianos tienen que trabajar en zonas peligrosas por el orden público, pero van recogen y como dice Juan de Jesús, a Dios gracias nada les ha pasado.

Al preguntarle por Natagaima, su cálido terruño, no niega que lo extraña, que lo añora y que quisiera estar allá, pero la vida lo volvió andariego y por eso le saca más gusto en caminar de un lugar a otro.

Recalcó que la clave del éxito en la recolección del café está en el ahorro porque el dinero se ve, pero si se malgasta tan solo deja tragedia y problemas sociales.

Este buen hombre es muy consiente que si sus manos no arrancan el grano expresado en cereza roja, el mundo no toma café y de igual manera sabe que con su labor crecen las empresas que transforman el café y le dan valor agregado.

Esas manos son capaces de llevar café a Japón, a Bélgica, a Estados Unidos y muchos otros países, pero el día que estas articulaciones o destrezas se enfermen o paren habrá un frenazo en la economía de grandes proporciones porque si no hay recolección, sencillamente no hay café y sin café el mundo se queda sin negocio y sin el placer de un buen bebestible.

“A mí me produce gran tristeza saber que he trabajado mucho y que no he sabido ahorrar ni pensar algo sensato para la vida. Este es un sufrimiento enorme para uno porque pensar en lo que se ganó y se gastó mal afecta el ánimo, pero hay que recomponer y seguir adelante”, apuntó.

No todo es malo en los andariegos porque hay ejemplos de vida que dan muchas personas dedicadas a coger café. Unos ahorraron con dedicación su plata y lograron invertir en negocios que hoy atienden y les da buen resultado porque viven bien y tienen una familia con los impulsa.

En Antioquia un recolector dijo que iba a dar un salto de progreso y con la plata de la recolección empezó a comprar ropa que fue vendiendo en su camino, hoy cuenta con almacén acreditado que le permitió inclusive hacerse a una finca que hoy disfruta de la mejor manera.

A sabiendas que hay otros cultivos que generan mayores recursos, Gotache al igual que muchos prefieren la tranquilidad que da el café porque saben que la plata que bien se gana es bendita más cuando se usa para prosperar. Este caminante le hace el quite a los cultivos ilícitos y no niega su amor por el café del que espera le de una ganancia importante para invertir en lo que le resta de vida.

Reconoce que poco le rinde la cogida de grano, pero el año pasado en la cosecha de Antioquia logró ganar cuatro millones de pesos, pero anotó que los buenos recolectores han sacado diez y hasta doce millones de pesos. “En esto el que guarda su plata tiene futuro, pero hay muchos que se la toman o la botan y después no tienen ni para el pasaje para coger café en otro lado”.

Juan de Jesús Gotache, curtido recolector de café ese que se ve reflejado en la sonrisa amable de Juan Valdez, decidió ahorrar mecanismo que hace por sí solo o en ocasiones confía lo ganado a personas muy cercanas que le guardan sus utilidades.

Gotache con su ropa de dril totalmente manchada por el café en fresco y la humedad del sitio ya había comido con sus compañeros de recoleta y en medio de la reposada que hizo bajo nubes oscuras y condensadas que anunciaban un fuerte aguacero accedió a contar la historia de quienes se ganan la vida recogiendo café. Nos despedimos y me dio la mano y pude ver en su rostro moreno y algo quemado de rasgos indígenas una sonrisa tenue que marca ese deseo de cambio y de lograr metas para su vida con la destreza que ganó arrebatando con entusiasmo, las cerezas que brotan espléndidas de los cafetos de las verdes montañas colombianas.

Soledad, su trabajo y su fe, todo por el café

La mujer ha cumplido un rol determinante en la caficultura y desde tiempos de la colonización antioqueña por allá en 1830 y casi que de manera paralela cuando el café incursionaba en Salazar de la Palmas y en Toledo Norte de Santander, las matronas y sus ayudantes colaboraban en las siembras, en la recolección del grano y en la preparación de los alimentos. La mujer fue, es y será vital en la actividad cafetera porque le puso orden a las cosas y pudo ver lo que muchos en su afán no veían.

Ella, la gran madre y abuela sabe de felicidad, tristeza y llanto en los cafetos, igual conoce de amor y familia porque muchas mujeres cafeteras, bellas de por sí, alimentaron corazones solitarios y los enamoraron para hacer de la caficultura una tarea familiar desde tiempos pasados.

La señora Soledad Becerra, nació en las montañas fértiles de Santa María en el departamento del Huila un seis de agosto de 1948 cuando el país aún lloraba la muerte del caudillo liberal, Jorge Eliecer Gaitán y en 68 años ha visto recolectar café en cantidades, según ella, impresionantes, en donde las asoleadas y mojadas hacen parte de una muy difícil labor porque no solo se soporta el clima sino que hay que arrancar el grano, almacenarlo y cargarlo por laderas de montaña pese lo que pese.

El padre de doña Soledad fue caficultor y a los siete años de edad la feliz cafetera ya ayudaba a preparar el sancocho para los trabajadores que llegaban hambrientos a buscar el almuerzo o la cena. Desde pequeña pelaba plátanos y colaboraba con ese gourmet campesino para los recolectores.

Claro está que Soledad no se quedaba solo en las enormes cocinas abrigadas por el clima y las estufas de carbón o leña, ella también se aperaba y entraba a los cultivos a coger café porque con lo que le pagaban compraba ropa y calzado además de otros gustos que se daba con el fruto de su trabajo.

“Eran tiempos difíciles porque no había la tecnología o las facilidades de hoy, por ejemplo no había marquesinas y cuando llovía nos tocaba correr y guardar el café para que no se mojará o se dañara. Llegábamos lavados de pies a cabeza, pero cumplíamos con la tarea y ya después esperábamos como venía el siguiente día. No fue fácil, pero trabajamos con mucha entrega”, señaló doña Soledad Becerra.

En esa época, dice, no había motores en las fincas porque se carecía de energía eléctrica y por eso les llegaba a los Becerra la madrugada despulpado café a mano. Las cosechas eran grandes y para no perder grano, el padre de Soledad salía a coger café en medio de lluvias intensas y de tormentas que iluminaban las oscuras tardes con fuertes y sonoros rayos. Era muy duro, pero había una familia que alimentar y una siembra que recoger.

Con la plata del café, la familia de Soledad Becerra invertía en alimentos, vestuario y algo de diversión, por eso recuerda los paseos a Palermo en donde su padre brindaba comidas y golosinas, pero evoca que también los llevaba a visitar a la patrona, a Santa Rosalía.

Esos tiempos fueron duros, dice, y en sus remembranzas están los trabajos de desmonte a machete porque no existían las guadañas ni otro tipo de ayudas. También llega al recuerdo de esta grata señora el sacrificio de cerdos para hacer el típico asado huilense con lo cual se atendía a los colaboradores que ingerían chicha y agradecían la buena recogida.
Finalmente no olvida Soledad que de tanto trabajar, su señor padre don Octavio Becerra sufrió una trombosis que cegó su vida quitándole un apasionado a la bella y ancestral caficultura.

Esta es la historia detrás o dentro del cafeto, una síntesis de caficultura desde lo más básico, pero que resulta siendo de una importancia nada despreciable. El andariego o recolector de café es un activo que de a poco se marchita en la caficultura porque está yendo a otros sectores lícitos e ilícitos. Ganar 30.000 0 40.000 pesos en promedio por día ya no seduce a los que ganaron dinero con cosechas de café.

El experto en temas cafeteros, otrora representante por Caldas ante el Comité Nacional de Cafeteros y amigo de esta casa, Mario Gómez Estrada, indicó que el problema de la mano de obra no es nuevo pues esos inconvenientes los ha tenido Antioquia y el Eje Cafetero. Precisó que los precios de recolección suben cuando hay lluvias por cuanto lo ideal es salvar el grano y el total de la cosecha.

Según Gómez Estrada, una de las grandes bendiciones de departamentos como Huila y Cauca es que todavía cuentan con su mano de obra toda vez que en el Huila se recolecta café casi que todos los días del año porque una cosecha se recolecta en un semestre y la otra en los otros seis meses. Ese factor, dijo, explica el por qué la caficultura de estas regiones crece y prospera.

Gómez aseveró que lamentablemente para el resto de la caficultura la remuneración cafetera está atada a los ciclos de precios internacionales del café lo cual se convierte en verdaderos cuellos de botella y es por eso que muchos van a otras actividades como los planes de erradicación de hoja de coca que le quita mano de obra al café.

Antes de abandonar la finca Villa Victoria del amable Raúl, nos llamó la atención la presencia de don Gerardo Medina, un hombre de 80 años de edad que vio la luz de la vida en 1937 y que actualmente sigue pidiendo trabajo porque la vida paso y hoy es un octogenario pobre y sin esperanza de nada ya que de manera inexorable el tiempo transcurrió y el ahorro no se vio.

Este es el mundo cafetero, ese que según dicen los expertos empezó a dar lora en 1512 cuando se hizo la primera descripción de la planta en el mundo, esa que en 1713 fue considerada un jazmín y que en 1737 fue elevada a la categoría de café, mata propia de África y Madagascar.

La historia ubica el café en América en 1719 cuando según dicen los que saben llegó a Surinam que hacía parte de la Guyana Holandesa. Igual en los albores del siglo 18 esta planta incursiona en Brasil y Colombia. En tierra colombiana la comunidad jesuita la introduce y el reverendo, José Gumilla, impulsa las siembras en la Orinoquía según reza en los registros históricos.

Los cultivos comerciales tienen su origen en Salazar de las Palmas en Norte de Santander cuando el padre, Francisco Romero, imponía como penitencia a quienes se confesaban, la siembra de café. Allí los cultivos crecieron y se propagaron por Santander, Cundinamarca y Antioquia para luego ir al suroccidente de Colombia sin que hayan dejado de ser un motor para el desarrollo y la generación de tejido social.

Desde 1835 miles de hombres y mujeres han caminado por los cultivos del suave grano y al igual que los cargueros que transportaron a Alexander Humboldt o los arrieros de polvorientos o embarrados caminos de herradura, los andariegos marcaron una huella en la historia económica de Colombia, particularmente de la muy bonita caficultura que literalmente ha pasado por las verdes y las maduras y que no para porque el mundo necesita esas manos untadas de tierra pegajosa que llega a ese estado por los fluidos de las matas, arrebatándole grano a los árboles para poder beneficiar, tostar y moler un café que tanta felicidad lleva a hogares, oficinas y empresas, muchas de las cuales viven del sabroso y aromático producto que obtienen por un trabajo potencialmente complicado y hasta injusto porque lo hacen hombres y mujeres que cambian vida, amores y familia por las cosechas de café.

 

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