Domingo, 01 Noviembre 2020 02:09

Café del Magdalena: Ancestral, resiliente y con fina esencia tairona

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Los cafeteros del Magdalena si tienen quien les escriba, el mercado internacional. Un grano suave, lleno de aroma y sabor que no imaginó la increíble y mágica Macondo.

De los 32 departamentos de Colombia, el departamento del Magdalena se muestra como uno de los más prósperos, biodiversos y atractivos del país toda vez que tiene montañas y alturas importantes en la imponente Sierra Nevada de Santa Marta, pero igual, valles y rutas que conducen a la inmensidad del mar Caribe. Fundado el 16 de febrero de 1533, esta comarca costeña con enormes atributos fue muy apta para las labores agrícolas, pero con el correr del tiempo y estrenando el siglo XX, cuando aún quedaba esa huella indeleble de la Guerra de los Mil Días, el café llegó para quedarse y poner literalmente su grano y brindarle así calidad de vida y soporte económico a una región trabajadora, alegre y capaz.

Según los historiadores, esta zona es una de las que tuvo una temprana exploración por parte de los europeos que con quistaron las muy bellas tierras que desde la inmensidad de la mar permitía contemplar unos altozanos verdes que coqueteaban alegremente con nubes bajas que formaban cortinas las cuales cubrían gran parte de la vegetación. Desde 1499 las costas del Magdalena fueron rodeadas por embarcaciones de resistente madera donde bajaban hombres armados, algunos en animales enormes de cuatro patas, toda una novedad en la incipiente época. En ese tiempo se le dio inicio al proceso de repartición y demarcación política que finalmente le dio origen al Nuevo Reino de Granada compuesto por gobernaciones e interminables predios entregados a los conquistadores de mayor rango, logros y poder militar.

El sitio denominado Nueva Andalucía que hizo parte de una destacada gobernación, tuvo tierras y jurisdicción en vastas zonas costeras que llegaban al Cabo de la Vela y el golfo de Urabá. En 1535 tras algunas divisiones, las tierras ubicadas al costado derecho del río Magdalena conformaron la gobernación de Santa Marta. Entre 1564 y 1724 fechas determinantes porque implicaron la Presidencia en Santa Fe y la creación del virreinato, la provincia hacía parte del centro del país con tierras a lo largo y ancho de la Costa Atlántica que llegaban inclusive a Norte de Santander, puntualmente a Ocaña y obviamente por el momento tuvo influencia en la hoy Venezuela. Todo termina con la secesión de los departamentos de Padilla en 1898 siendo la Guajira un territorio independiente y en 1967 el Cesar logra también su autonomía.

En 1819, ya en tiempos de la Gran Colombia, el Magdalena hacía parte de Cundinamarca, pero en 1824 el centro del país dejó de tener mar cuando el país fue fragmentado en doce departamentos y Magdalena, dese luego, fue uno de los de la lista. En ese momento la región estaba conformada por Guajira, Cesar, Atlántico, Bolívar, Sucre, una considerable extensión de Córdoba y en el mapa entraba el norte antioqueño. Los procesos de división política fueron una constante hasta llegar el gobierno Federal de 1886 que transforma los estados en departamentos, las ordenanzas de 1905 y la división total en 1967 cuando el Cesar queda como departamento independiente tal y como sucedió con Magdalena y Guajira.

Esta es una región poderosa, pletórica de encanto en donde aún se escucha el grito de taironas y caribes, el rugir del dios jaguar entre selvas y bosques que albergan al mismo tiempo aves cantoras y decenas de colores y fragancias nativas. En esos extensos baldíos crecieron unas culturas que hoy siguen siendo la huella afortunada del ayer, de la Colombia indígena y básicamente el apéndice chibcha que venía desde Centroamérica totalmente vestidos de blanco poniéndole alma pura a la gran Sierra Nevada.

El origen de la caficultura magdalenense empieza a narrarse en la alborada del siglo XX cuando algunos empresarios migraron desde Europa haciéndole el quite a las guerras y dejando su corazón en las tierras promisorias de Suramérica, en este caso las de Colombia. En esos tiempos las ayudas del gobierno fueron determinantes y se daban desde finales del siglo XIX a los capitalistas que llegaban de lejanas tierras.

Según el Comité de Cafeteros del Magdalena, en la actualidad la mayoría de los Caficultores del Magdalena son campesinos naturales del interior del país que llegaron como inmigrantes en la espinosa y traumática década de los años 50, dejando en su avanzada diversidad de grupos.

De acuerdo a su origen cultural, las familias van instalándose en la parte media de la Sierra Nevada, en la que hubo marcada concentración de personas provenientes del interior del país, puntualmente de departamentos como Cundinamarca, Tolima, Santander, Boyacá y Antioquia.

El gremio precisó que los indígenas, pertenecientes a tres pueblos originarios según su raigambre cultural son los kaggaba o kogi, ika, también llamados arhuacos y wiwas conocidos en su lengua como arsarios o malayos. Cabe anotar que buena parte de estas familias indígenas habitan las partes altas del macizo.

El Magdalena tiene una caficultura diferente y muy especial, quizás por ello hubo interés y una inversión notable en las fincas cafeteras, fenómeno que ayudó con el crecimiento del área cultivada en las haciendas, sin alterar el área total de las fincas en la región, que se mantiene en 87.370 hectáreas, en un cinturón cafetero que va aproximadamente de los 800 a 1600 metros sobre el nivel del mar.

El agua en este sector de Colombia es un común denominador y eso es visible con las cuatro cuencas hidrográficas que hacen parte del magdalena ya que dos de ellas la norte y la sur trasportan agua pura desde las alturas de la imponente Sierra, de igual manera se suma el recurso hídrico de la Ciénaga Grande y el Río Grande de la Magdalena, finalmente aportan al desarrollo y a la agricultura las aguas del río Ariguaní.

Todo el escenario natural hace que la siembra del café sea prometedora y demasiado exótica, fácilmente se va a una finca en medio de tucanes caribeños llenos de color, de pájaros coloridos, colibrís y monos. El cielo azul puede ser escenario de loros o pericos, tangaras, pero igual de águilas de montaña y cóndores andinos.

Edgar Ramírez Perdomo

En diálogo con Diariolaeconomia.com, el Director Ejecutivo del Comité de Cafeteros del Magdalena, Edgar Ramírez Perdomo, aseguró que el departamento goza de buena salud toda vez que la siembra de café se hace en unas 18.000 hectáreas. Agregó que la región está terminando con un proceso muy importante en los últimos veinte años el cual consistió en la renovación del parque cafetero. La estrategia de aplicación de tecnología, apuntó, estuvo aplazada debido a que en 1970 el lugar estuvo en manos de los cultivos ilícitos, los mimos que le dieron su reputación a la “bonanza marimbera”, fenómeno social que después estuvo mezclado con guerrillas y otros agentes generadores de violencia.

Al término del indeseable proceso de prácticas espurias, la caficultura siguió imparable, pero sufriendo un frenazo por la carencia de tecnología. En dos décadas la región aprovechó la calma y el amor por el café para actualizar la capacidad productiva del departamento y por ello pasó a tener 80 por ciento de caficultura tradicional a un 85 por ciento de actividad cafetera tecnificada, una labor que permitió que en los últimos cinco años las cosechas hayan sido constantes y con cifras interesantes puesto que suman en promedio 14 millones de kilos de café pergamino seco, el fruto de haber intervenido las plantaciones, llenándolas de innovación y rejuveneciendo los cafetos, un escenario ideal que permite aumentar la productividad porque fácilmente se pasó de 500 a 900 kilos por hectárea.

Explicó que hay fincas de alta eficiencia en donde la producción cafetera oscila entre 1.500 y 3.000 kilos por hectárea gracias a la juventud de sus árboles.

 

“Nuestra caficultura es muy antigua pues como se dijo fue fundada por empresarios extranjeros a comienzos del siglo XX cuando aún se hablaba de la Guerra de los Mil Días y del líder Rafael Uribe Uribe. Por esos tiempos llegó la indemnización de Estados Unidos a Colombia por el caso Panamá. Esos 25 millones de dólares permitieron desarrollar el país en materia de comunicaciones, electrificación y ferrocarriles, un sector en el que participaron activamente los ingleses, alemanes y americanos porque en esa época la prioridad estatal era infraestructura férrea para aumentar las exportaciones de café”, declaró el señor Ramírez Perdomo.

 

En el Magdalena las locomotoras llegaron con mucha fuerza por el mercado bananero que fue la primera producción agrícola a gran escala de exportación en Colombia tras la terrible experiencia de un colombiano que envió 1.500 racimos de plátano a Nueva York en 1891. Los empresarios ingleses y estadounidenses que sabían del negocio compraron algunas fincas al angustiado empresario que perdió en la operación 20.000 pesos oro por la inexperiencia y el deterioro de la mercancía.

Con esas inversiones y la llegada de más extranjeros seguía aumentando la dinámica económica hasta que años después esos inversionistas vieron potencial en el café de la zona ya en pleno siglo XX en una zona tropical en donde generaba pánico el dengue y la malaria.

De todas maneras hay un estudio interesante Raúl Ospino Rangel, el cual reza que en 1778 el Gobernador de la provincia de Santa Marta, Antonio de Narváez y La Torre informó acerca de unos pocos cafetos en la Sierra Nevada de Santa Marta los cuales eran de poco consumo y sin comercio.

Según el autor a partir de 1800 aparecen extranjeros sembrando café en grandes fincas entre 900 y 1.600 metros sobre el nivel del mar. Desde allí los nombres y apellidos extranjeros empezaron a marcar un hito en la caficultura costeña, en especial magdalenense, en vista que se trataba de alemanes, belgas, franceses y rusos. De todas maneras entre 1890 y 1920 se logra la mayor expansión cafetera en la Sierra icónica consolidando siembras y haciendas dedicadas a una caficultura de gran calidad.

Según Edgar Ramírez, la mano de obra para el café del Magdalena era traída de Italia y Puerto Rico puesto que en la región no existía una cultura cafetera que permitiera darle mayor impulso a las siembras, sin embargo los almanaques fueron cambiando y con ellos la actitud de los empresarios y agricultores de la región que apostaron fuertemente por el café.

Los extranjeros que escribieron su nombre en la caficultura del Magdalena fueron el norteamericano Orlando Flye, impulsor de la caficultora empresarial, Guy Opden Bosch, un ciudadano belga dueño de la finca Jirocasaca, Joaquín De Mier y Benítez, Pedro Cothiné y el español Juan de Minca. En Santa Marta igual hubo pioneros nacionales que aún hacen eco en la actividad cafetera y ellos son Ramón Goenaga, Manuel Diazgranados Pumarejo así como también los hermanos juan y Manuel Dávila Pumarejo.

Después de la primera piedra, la caficultura del departamento pasó a minifundistas y se volvió incluyente y repleta de tejido social porque les abrió opciones a las comunidades indígenas, pero en general a todo aquel labriego de la región o advenedizo que quisiera plantar café.

Paradójicamente, comentó Ramírez, entre 1910 y 1920 las empresas cafeteras lograron unas producciones muy altas porque contaban con tecnología de punta, fue el tiempo de despulpadoras inglesas Gordon, Guardiola y otras herramientas de mucha utilidad en las 50 haciendas en los alrededores de Santa Marta que contaban con 1.000 y 3.500 hectáreas como se contabilizó en 1925.

En esos tiempos la producción era masiva y fue muy usual la variedad Típica. Colombia estaba en pleno conocimiento de la industria cafetera y de las siembras por lo que fue necesario importar mano de obra. Las únicas experiencias que se conocían eran las de Norte de Santander, Cundinamarca y Tolima.

 

La gran ventaja del Magdalena y de Santa Marta como ciudad en el momento fue su cercanía al puerto que permitió hacer conexiones con el mercado internacional y con ello fue floreciendo de manera importante la caficultura en gran volumen. Después con la corriente migratoria de los años 50 que llegaban del interior del país empieza a abrirse camino el café en Ciénaga que con el tiempo pasó a ser el mayor productor del grano. En este momento el municipio tiene 11.000 hectáreas consolidándose como el quinto en Colombia en área cafetera y el décimo en producción de café, siendo una población muy importante para la actividad cafetera, pero igual para el departamento ya que se conoce como el municipio con mayor área sembrada de café en el Caribe colombiano”, anotó el directivo.

 

El mapa cafetero fue cambiando con el correr del tiempo y es así como entre 1950 y 1965 fueron ingresando nuevos municipios en la siembra como Fundación y Aracataca que vieron llegar a cafeteros de Norte de Santander. Como puede verse la caficultura del Magdalena está matizada por la inmigración de nacionales y foráneos que encontraron en los cafetos, no solo un ingreso y una labor sino toda una pasión. La bondad del café es toda pues igual incluyó a las familias indígenas ancestrales que le dieron buen recibo al cultivo, a tal punto que koguis y aruacos han logrado producir cafés especiales con el sello único de la Sierra Nevada.

Las islas del Caribe fueron el comienzo de la caficultura en América Latina, verbigracia Martinica, y por su cercanía con la Costa Norte los conquistadores y virreyes lo fueron importando a Colombia en donde encontró un ambiente propicio para su desarrollo.

Es bueno precisar que para el caso Caribe hay una sola cosecha concentrada porque el clima del litoral atlántico es diferente al andino. En la Costa Norte el primer trimestre suele ser muy seco lo cual hace que el café florezca solamente cuando llegan las lluvias a mediados del mes de abril. Una vez termina esa temporada húmeda no hay más floraciones porque cesan los tiempos de torrente en lo que resta del año, un fenómeno que explica el por qué la cosecha se da en noviembre, diciembre y enero, unas condiciones totalmente desiguales con la caficultura del centro del país.

Una particularidad del café de ésta región colombiana es que los granos muestran buen crecimiento lo cual brinda un factor de rendimiento bastante importante, alrededor del 86 y 87 por ciento en una cosecha. La taza, muy apetecida, tiene como particularidad el ser un café de aroma, con alto cuerpo, pero de baja acidez, una condición ideal para preparar expresos que permiten resaltar finamente fragancias y sabores de mucha exquisitez.

Todo el entorno del café en la Costa Atlántica muestra la necesidad de tener el café bajo sombríos porque la sequía del primer trimestre hace que sea mucho más fácil hacer una caficultura sostenible porque tanto roya como broca tienen ese periodo de escape, pero con una limitación muy grande en la multiplicación de hongos por la carencia de humedad porque son tres y hasta cuatro meses sin lluvia. La caficultura de un solo ciclo tiene como ventaja el control de plagas porque se reduce el alimento para la broca, situación que acompañada de un exhaustivo recoja y repase, RE-RE, garantiza meter en cintura el problema fitosanitario.

“Eso hace que tener grano protegido por sombríos en terrenos agroforestales facilita las certificaciones por café orgánico como UTZ Certified, 4C The Global Coffee Platform y Rain Forest Alliance entre otras. Más del 50 por ciento de los cafetales están certificados con sellos sostenibles y el resto lo estamos vendiendo como regional aprovechando las condiciones del café magdalenense. En 2017 fue posible conseguir la resolución de la Superintendencia de Industria y Comercio con la cual quedó protegida la denominación Café de Origen Sierra Nevada de Santa Marta, un logro que llegó por un trabajo juicioso de cinco años con el Centro Nacional de Investigaciones del Café, Cenicafé, con los comités municipales y otras autoridades que coadyuvaron con la toma de muestras, verificando y demostrando las condiciones especiales que tiene el cultivo y la taza de café, aspectos bien diferenciados que agregan valor”, afirmó el Director Ejecutivo del Comité de Cafeteros del Magdalena.

En línea con la Federación Nacional de Cafeteros, que desde hace quince años invitó a cosechar granos con valor añadido para paliar la limitación de producción por hectárea, los cafeteros hicieron caso y acudieron a la única vía para ganar terreno en rentabilidad, sembraron café diferenciando, obtenido con toda la excelencia en el departamento. De esta manera y con la puesta en marcha de una asociatividad madura la caficultura avanzó y entró en otra tónica. A la fecha existen más de seis asociaciones grandes y de trayectoria en el Magdalena que lograron desarrollar una caficultura orgánica de excelente demanda.


En una plática amable, el directivo anotó que también con la Cooperativa Cafetera de la Costa, Caficosta, que cumple doce años, se ha podido afianzar un trabajo importante para comercializar granos certificados y con características adicionales. La cooperativa ofrece tres orígenes de café en grano o molido para los diversos paladares y predilecciones del consumidor. Caficosta, señaló, ha logrado marcar diferencias llamativas por su tostión, con la que logra óptimos aromas y el sabor Caribe del Café, haciéndole honor a su marca.

Ramírez destacó que en el Magdalena está la Red de Productores Ecológicos de la Sierra Nevada, una organización numerosa y con inmejorables resultados, a tal punto que ya exporta café y que fruto de su trabajo como también estrategia tiene tostadora y una serie de valores agregados que la hacen grande. Agro-Nevada, enseñó, es una cooperativa de Santa Marta con un trabajo aplicado y contundente, Aprosierra, una asociación con toda la experiencia, pero igual Coocafé y Agrotec, unas cooperativas de Ciénaga y junto a ellas otras tantas asociaciones que están formándose siendo desde ya muy distinguidas en cafés especiales.

 

“Este grupo de asociaciones permite darle un apoyo y una fortaleza a la producción de cafés especiales del Magdalena, unos granos totalmente diferenciados y con una taza de gama alta”, expresó Edgar Ramírez.

 

Los buenos precios no los ha disfrutado la caficultura costeña

Una noticia buena durante el 2020 ha sido los precios del café que sobrepasan el millón de pesos gracias a unas cotizaciones aceptables en Nueva York y a la tasa de cambio. En medio de este escenario la fiesta de buenos precios no ha llegado al Magdalena ni a la caficultura de la Costa Norte precisamente por la concentración de la cosecha que será 42 por ciento en diciembre, 22 por ciento en noviembre y un 24 por ciento restante esperada en enero.

Sobre el tema dijo que solamente los productores de Fundación y Aracataca pudieron vender café a precios superiores al millón de pesos la carga de 125 kilos.

En el caso del Magdalena, los cafés podrán tener un precio, ojalá liquidado por arriba del millón, pero además con primas adicionales y reconocimientos por calidad, sellos y producción orgánica. Todo eso, puntualizó Ramírez, significará el ir mejorando los periodos difíciles que han tenido los caficultores. Exteriorizó que el año ha resultado de mucho reto por la presencia de la pandemia, lo que obligó a hacer cambios en recolección y en todo un proceso marcado por controles y protocolos de bioseguridad.

Igual hay desafíos en el poder concentrar la cantidad de recolectores aclarando que el Magdalena es una zona ideal para aplicar la tecnología desarrollada por Cenicafé porque al tener una cosecha concentrada y con retención de pases, el contexto es perfecto para las derribadoras y lonas para apoyar la recolección.

 

“Con la Universidad del Magdalena vamos a poner en marcha un proyecto de validación de tecnología, buscando la adopción para que esta se vuelva común en el sector cafetero del departamento porque las nuevas opciones de cosecha suman en productividad y competitividad”, estimó el vocero.

 

En el departamento del Magdalena de igual manera están comprometidos con el Plan Cosecha Segura coordinado con las alcaldías y la fuerza pública para hacer una recolección eficaz, esperando, eso sí, que todo salga bien. Un punto favorable es que florezca el café en abril porque se da ya en la temporada seca, un favor enorme porque las carreteras están en mejores condiciones y el secado del café que es una debilidad de la región se hace más fácil.

El mes de abril es quizás el de mayores lluvias en el Magdalena y por eso en enero, febrero y marzo que son periodos de sol intenso, el café puede secarse más fácilmente y su transporte se asegura, indiscutiblemente todos los procesos de beneficio y comercialización llegan en tiempos de verano en favor de los cafeteros de la comarca.

 

El futuro en cotizaciones es incierto

Para el Director Ejecutivo del Comité de Cafeteros del Magdalena, Edgar Ramírez, la caída estrepitosa de la oferta de café suave de Centroamérica, hace parte de la ecuación que termina en buenos precios, empero el directivo aclaró que la lectura es cierta porque independiente de tener la fama del mejor café suave del mundo, aparte de los robustas, Brasil, un jugador importante, tiene una oferta nada despreciable en arábicas, con lo cual el país de la samba puede, súbitamente, cambiar las cosas en el mercado.

 

“En este momento esa percepción de granos suaves nos tiene con una prima para el café colombiano muy buena y así se ve el panorama cercano, pero realmente no hay una certeza, y en café no es fácil atreverse a cantar victoria porque de la nada surgen sorpresas que cambian los escenarios. Por ahora venimos trabajando en una campaña bautizada Más Agronomía, Más Productividad, Más Calidad, que busca mejorar los rendimientos, propiedades y atributos de nuestro bebestible. Lo cierto es que teniendo plantas mucho más jóvenes y con más producción, aguantamos cuando el precio está bajo y ganamos cuando el indicador mejora. Esta es una estrategia de la que esperamos mucho y hay con ella esa planeación que busca mejorar no fincas sino lotes jóvenes en producción para estabilizar las cosechas con una visión de largo plazo, aprovechando más las ventas de café a futuro y de seguir apostándole a los cafés diferenciados de alta calidad que finalmente son un nicho que va para un segmento de consumidores aún pequeño en el mundo y que en Colombia hay que trabajarlo y posicionarlo”, opinó el experto.

 

Una meta para el Comité de Cafeteros del Magdalena es que los colombianos y la región empiecen a pedir más café nacional porque tristemente el país ignora de dónde viene el café que consume, perdiendo la oportunidad de disfrutar y vivir la experiencia del mejor grano en taza. Las tiendas de café, dijo, están creciendo en la Costa Atlántica, un factor que unido con el turismo nacional y exógeno, puede catapultar ventas y consumo para mejorar las cifras del país.

En el Magdalena alrededor de 5.000 familias viven del café, pero las cifras pueden ser más altas porque los indígenas tienen propiedades colectivas que hacen difícil el cálculo. Como quiera que sea hay un grupo importante de productores con cédula cafetera que trabaja con el Comité departamental para seguir dándole impulso y exclusividad a la caficultura.

La deuda cafetera que fue bastante complicada muestra mejores indicadores en cartera porque en la última reunión que hubo entre los cafeteros con el Banco Agrario, los reportes fueron más que alentadores porque la cartera de este acreedor natural dejó ver un saneamiento importante en las obligaciones y allí destacó el buen manejo que le han dado a su actividad los caficultores.

 

“La economía ha encontrado un salvavidas en el café y las cifras lo muestran. Lo mejor de todo es que hay unas acciones sociales que redundan en calidad de vida y en progreso, ahora falta que el gobierno le meta a las vías del campo y así poder sacar café y otros productos de exportación. La materia de infraestructura la venimos perdiendo y para el cafetero no resulta justo porque no está en el juego en donde todos ponen sino donde pone todo y las mejoras viables no se ven en un siglo XXI en el que solo se habla de globalización y competitividad, el tema asusta y hay que enderezarlo porque sin vías el país no existe comercialmente”, concluyó.

La caficultura es sin duda el mejor ejemplo para hacer una buena agricultura porque hay liderazgo, disciplina y experiencia organizativa, un modelo a replicar por otras organizaciones productivas del campo. Al salir de la pandemia el reto es retomar el derrotero productivo porque Colombia necesita seguridad alimentaria y tranquilidad, pero además un voto de confianza en su ruralidad que ha estado a la altura en la dura coyuntura.

En buena disposición está la institucionalidad cafetera en el Magdalena, hoy ven los frutos de su arduo trabajo y asumen con responsabilidad el mantener un prestigio con la vara muy arriba. Los cafeteros ya trabajan en la consolidación del Eje Norte porque ven que la caficultura colombiana tiene varios ejes, el Cafetero que sostiene calidad y mejoras, el del Sur conformado por Huila, Cauca y Nariño con elevada calidad y alta productividad, pero hoy el Eje Norte que demanda reconstrucción ya empieza a verse como una afable realidad.

Magdalena tiene como meta en la cosecha que recién empezó recolectar 14 millones de kilos de café pergamino seco que a precios de hoy se acercaría a los 800.000 millones de pesos.

 

El café es un regalo sagrado de la madre tierra

Roberto Robles Chaparro

En un viaje espiritual a la solemne Sierra Nevada de Santa Marta, tuvimos la fortuna de hablar con Roberto Robles Chaparro, un caficultor Arhuaco con herencia cafetera porque sus ancestros dedicaron su vida a la siembra del café en tiempos en los que se aprendía de los extranjeros.

Roberto anotó que la caficultura le ha ayudado a crecer económicamente y sostuvo que gracias a ella hay mejor calidad de vida, desarrollo y perspectiva para su familia. Su abuelo fue caficultor en pequeña escala y su padre logró sembrar en un área más amplia.

Destacó que está ingresando al tema gremial y por eso representa una organización de reconocida labor cafetera como lo es la Asociación de Cafeteros Orgánicos, Arhuacos y campesinos de la Sierra Nevada, Asoprocasines, apuesta asociativa que sigue creciendo y mejorando en productividad.

Dijo que hay un compromiso muy grande con las siembras de cafés orgánicos y diferenciados, un trabajo que les representó a estos productores cinco sellos y el compromiso de comercio justo a nivel internacional.

Los caficultores de la Sierra Nevada, en este caso los de Pueblo Bello que apenas iniciaron cosecha, esperan que los precios sigan altos para poder vender bien y mejorar los ingresos que estuvieron duramente castigados años atrás. Los cultivos mejoran, las técnicas siguen aplicándose y por ello el café de esta enigmática y atractiva región del país va a Estados Unidos, Japón, Alemania, Nueva Zelanda y Canadá.

 

“Una buena siembra de café es el mejor negocio porque se ofrece café limpio, sin químicos y totalmente garantizado en inocuidad y buenas prácticas agrícolas así como ambientales. Los precios por este grano suben y esa plata le llega a la organización y a la familia cafetera que con un mayor ingreso ahorra y destina liquidez en el hogar e igual en los cultivos”, dijo Roberto.

 

El café de Pueblo Bello goza de unas características asombrosas porque tiene unas notas especiales y diferenciadas al grano del interior del país. El solo hecho de contar con sello denominación de origen hace que las fragancias y sabores sean distintivos así como excepcionales. Esos cafés son ligeramente dulces, los matiza un cuerpo y acidez media, aroma intenso y sabores a cítricos, frutos rojos, chocolate y vainilla.

En opinión de Juyaringumu, su nombre en arhuaco que significa nacimiento cuando sube el sol, hay que mejorar en beneficio y productividad, es decir no conformarse con lo que se tiene sino aprender de otras regiones para profesionalizar la caficultura. Indicó que los caficultores de la Sierra Nevada necesitan más tecnología y mejores técnicas de obtención de café diferenciado, es decir ampliar el parque de marquesinas y patíos de secado.

 

“Muchas veces para no perder, los productores entregan su café verde o recién lavado y allí está el río crecido o la ganancia. Si mejoramos y seguimos concientizándonos de lo que tenemos en el café, pronto vamos a vender mejor y lo más importante a poder ofertar café con mejores cualidades”, dijo el muy amable Roberto.

 

Después de años aciagos, la caficultura pudo recuperarse y reconstruirse a tal punto que en Pueblo Nuevo hay ocho asociaciones de café orgánico, prácticamente la meca de ese tipo de grano.

Con 45 años cumplidos, una mujer que lo acompaña en unión libre repleta de amor y cinco hijos, Roberto dice estar en la flor de la vida y lo mejor disfrutándola en medio de un paisaje imponente y majestuoso en donde crece su café en unos lotes que cuida con mucho esmero.

Sus hijos asisten a la escuela, se forman para el mañana y solo el más pequeño el último retoño de dos años y medio corre por la casa mientras el viento frío de la Sierra acaricia su cara e iza su cabello. Por ser un cafetero ancestral, Roberto anhela ver que el cultivo siga y pase a las siguientes generaciones que lo pueden llevar inclusive a esferas mucho más altas tanto en producción como en comercialización.

No hay que obviar que el café de la gran prominencia del Caribe es totalmente espiritual, diferente, misterioso, con huella precolombina y un entorno de familiaridad en las comunidades indígenas que caminan por los senderos de la amada montaña rodeados de paisajes, nubes, aves y cafetales.

 

“En el uso del suelo hay algo que es requisito por tradición y es hacer los ritos espirituales a la madre tierra para poder acceder a ella y tener beneficios con el trabajo. Esta ceremonia que se hizo para todas las labores agrícolas fue adoptada por el café que cumple con unos procesos ancestrales rigurosos que son de obligado cumplimiento”, explicó el caficultor.

 

La caficultura, manifestó, llegó a la sierra para quedarse y los habitantes eternos de la región aprendieron de caficultura gracias a las migraciones de caldenses, huilenses y ciudadanos de otras regiones que llegaron como trabajadores y fueron enseñando y haciendo transferencia de conocimientos por lo que es normal reconocer que es más lo que aprendieron los indígenas de los colombianos del interior que los migrantes de ellos.

La caficultura, por fortuna, es una sola familia y por ello resultó importante que quienes llegaron a la Sierra Nevada entregaran sus conocimientos para que el sector cafetero siguiera creciendo con innovación, productividad, producto diferenciado y denominación de origen.

 

Los cachacos no solo nos enseñaron a decir eh Ave María, sino a trabajar y a mejorar la caficultura, a sembrar con mejores resultados matas de plátano y a darle al café un mejor beneficio. Los cafés de esta zona están en sombra con especies nativas y otras adoptadas que crecen entre cafetos para obsequiar frescura y evitar el estrés, una técnica que conlleva a la certificación”, replicó.

 

Sobre la comercialización, este arhuaco entregado a las siembras de café indicó que con el trabajo en cafés especiales, en grano orgánico y en todo lo que marque una diferencia, Colombia será el gran centro de compra de cafés de elevada calidad por lo que no sería de extrañar que los productores le perdieran interés a la bolsa de Nueva York porque sencillamente quien quiere lo mejor del mercado cafetero, obligadamente tiene que visitar Colombia.

Subrayó que en la medida en que se mejore en secado, beneficio y comercialización, el café del Magdalena no tiene nada que envidiarle al producido en otros lugares que es un poco lo que pasa en la totalidad de la caficultura nacional que sabe que tiene como gran activo en las laderas o en las partes altas de las montañas, el mejor café del mundo, y eso el extranjero lo sabe.

Un reto de corto plazo es adoptar los estudios hechos por Cenicafé y adaptarlos en cada una de las unidades productivas, un paso trascendental porque ya varias empresas y firmas especializadas en café le pusieron el ojo al café de la Sierra y si se puede mejorar, mucho más alentadoras serán las noticias por taza, calidad y precio.

Finalmente urgió a las autoridades cafeteras, al gobierno y a los departamentos a poner en marcha una campaña para que los colombianos tomen café nacional, con denominación de origen y sin mezclas irregulares por compras de pasillas o granos de otros países. El lema es colombiano toma café colombiano, vender a buen precio y no regalar un producto que se logra con sacrificio, trabajo y mucho amor.

 

Los hechizos de la caficultura macondiana

En la tierra asombrosa del premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez, el enorme escritor que desde su máquina de escribir fundó Macondo, quizás mirando las calles polvorientas y embrionarias de su natal Aracataca, se cultiva un café de espectaculares propiedades, un grano que se le pasó al hombre de la gran chispa, porque de haberlo probado, seguramente hubiese escrito “Crónica de una Cosecha Anunciada”.

Allá en Aracataca, en donde el inolvidable “gabo” vio personajes como Aureliano Buendía, Úrsula Iguarán y muchos más, acompañados de mariposas amarillas, ojos de perro azul y todo un contexto de realismo mágico, está el caficultor Luis Eduardo Ortiz, quien habló con Diariolaeconomia.com, y dijo que la cosecha de 2020 pinta prometedora pese a que viene con algún retraso por la tardía floración. Con ánimo de buen cafetero, miro hacia las montañas, secó su sudor y expresó con entusiasmo, “la cosecha está buena” y le damos gracias a Dios.

Otro aspecto que le saca sonrisas a Eduardo es el precio que sigue superando la línea del millón de pesos por las cotizaciones en el mercado de Nueva York y el precio del dólar que sigue fuerte en Colombia.

 

“Estamos pidiéndole al Santísimo para que esos precios se mantengan por largo rato porque muy seguramente hasta febrero vamos a estar recogiendo café. A juzgar por la señales del mercado es posible que los valores sigan altos para tener un precio interno de compra favorable que permita reinvertir en los cafetos, castigar cartera y seguir con la calidad de vida que usualmente envuelve al productor”, afirmó Ortiz.

 

Frente a la cosecha brasilera que es de proporciones abismales y con su incursión en el contrato C de cafés suaves, los pronósticos no pueden ser tan optimistas, pero cierto sí es que el café colombiano tiene un plus y una calidad diferenciada que le permite escalar en precio porque como en todo el prestigio vale y la gente en el mundo no quiere robustas sino cafés suaves, especiales y muy diferenciados, justo lo que está haciendo Colombia y el Magdalena, desde luego.

Eduardo Ortiz estimó que hoy más que nunca hay que apostarle con mucha fuerza a los cafés especiales y de alto gourmet, granos que son cosechados en paz con la naturaleza ya que la caficultura se desarrolla en medio de buenas prácticas agrícolas y siguiendo las normas ambientales. Celebró que la tarea sigue haciéndose, a tal punto que los cafés de la región tienen excelente precio y los siguen buscando compradores internacionales.

Este virtuoso cafetero es dueño de una parcela pequeña en donde maneja cuatro lotes y uno adicional con Cenicafé 1, hoy en plena producción. El predio tiene espacio para seis y hasta siete lotes, pero Eduardo prefiere utilizar la mitad poniendo en la tierra variedad Castillo con lo cual mejoró la productividad y las ganancias. Admitió que ese tipo de cepa es de muy buenos rendimientos por hectárea y por lote, pero comentó que demanda agronomía y suficiente fertilización.

Ortiz es un caficultor por vocación, empezó con los cultivos hace siete años y descubrió que tenía pasión y vena para el café. Con esfuerzo y dedicación fue ahorrando dinero y así logró comprar su lote en donde vio florecer y brotar granos rojos de sus primeros cafetos. El amor por la caficultura es todo, pero profesa lealtad por la siembra con la que tiene una bonita deuda de gratitud. Eduardo ha vivido alrededor del café innumerables experiencias y por eso actualmente es representante del Comité Municipal de Cafeteros el mismo que preside para los capítulos Aracataca-Fundación y hace parte de una asociación de productores de café orgánico de Caficosta.

Por el apoyo que recibió de la Federación Nacional de Cafeteros y de la Cooperativa Caficosta, este hombre del café pudo hacer un curso con la Fundación Manuel Mejía en maquinaria y producción agrícola lo cual incluía transformación y producto terminado.

 

“Hoy hago un balance de mi vida y de mis decisiones y cada vez me convenzo más que con la caficultura, indudablemente, escogí lo mejor”, aseguró.

 

El orgulloso miembro de la gran familia, Grupo Cafetero, tiene 33 años y es casado con una mujer de 28 primaveras. Sus jornadas terminan y tiene tiempo para compartir con la señora y sus dos hijas de once y siete años, las que ve jugar y proyecta como seres humanos de bien, formadas bajo la rigurosidad de los valores y con educación, pero asumiendo a futuro las riendas cafeteras que su padre tomó para hacer de su vida un gusto que bien valió la pena. La felicidad de Eduardo es aún más grande porque su tercer bebé viene en camino y como a sus dos pequeñas piensa enseñarles de café y mostrarles que trabajar para el sector les permitió consolidar familia y una vida posible.

La esposa de Eduardo Ortiz tuvo la oportunidad de conocer Manizales en donde tomó un curso gracias a los programas que ofrece la actividad cafetera y su institucionalidad. El labriego e incisivo cafetero también ha recorrido país y así ha compartido una experiencia que tiene aroma y sabor.

Es un hecho, el café articula y convoca sinergias, gracias al cultivo de esta bebida hay una familia cafetera que habla el mismo idioma y comparte conocimientos y vivencias por la actividad cafetera. Colombia es caficultura y se une por ella, el grano madura en los cafetales de las tres cordilleras andinas, en el pie de monte llanero, en las fronteras y en los sistemas montañosos de la Costa Norte como la Sierra Nevada y el Serranía del Perijá, la tierra de la cumbia, el vallenato y el porro tiene un motivo más que suficiente para vivir, ya que como sus hermanos de labores le pone color a la vida sembrando café en medio de fauna, flora y una apacible biodiversidad.

Al terminar el diálogo el productor dijo que el café de Aracataca, ese municipio con historia, fundado el 24 de junio de 1885, tiene más que encanto puesto que su sabor y aroma enamoran, haciendo de la cuna literaria un destino más para visitar porque aparte de los atractivos macondianos, esta una buena lectura y lo mejor una exclusiva taza de café. Al final de la tarde, el espectáculo va por cuenta del firmamento que ofrece una gama de colores amarillos, rojos y naranjas, muy intensos y preámbulo de la tranquila noche.

Al despedirse, Eduardo Ortiz, reiteró su pasión por el café y el orgullo que le genera haber nacido en Aracataca, tierra bananera, palmera, ganadera y con importantes siembras de arroz. El buen cataquero dijo hasta pronto y retomó su agenda cafetera que no es nada sencilla, pero que finalmente lo llena de un silencioso, pero refrescante frenesí y de un orgullo que solamente se les nota a los caficultores.

 

Magdalena, un departamento que ofrece de todo

El café cultivado por comunidades campesinas, indígenas y afro-descendientes sabe cada vez mejor porque en los suelos de la región crece un café arábico de variedades Castillo, Colombia, Caturra, Típica, Cenicafé 1 y Tabi.

La economía del Magdalena está basada en actividades agropecuarias, ganaderas, turísticas y desde luego las portuarias. La región, aparte de café, siembra algodón, arroz, banano, palma africana, tabaco y algunos frutales. La ganadería se caracteriza por ser extensiva y tiene dentro de sus planes cría, ceba y levante.

Otro ingreso y parte de la alimentación lo brinda la pesca adelantada en espejos de agua, cultivos, ciénagas y en el mar Caribe.

El turismo se concentra en Santa Marta, parque Tayrona y la Sierra Nevada, mientras que el comercio y los servicios están solo en la capital. La Sierra Nevada es fuente de ingresos para los grupos armados ilegales o mineros informales, quienes practican la minería ilegal en sus estribaciones, afectando su ecosistema.

Mejor no pudo ser este recorrido por tierras del Magdalena y por una caficultura madura y con toda una historia. Es muy agradable escuchar las voces cafeteras de la región colmadas de compromiso y entusiasmo. Cada finca y cada árbol de café en este departamento se miran de manera solemne y con alguna reverencia porque esa planta genera ingresos, prestigio y una vida tranquila que poco a poco al bajar de la montaña, se va llenando de caribe, expresado en vallenatos, en acordeones exigentes, guacharacas bulliciosas, cajas rompedoras y voces ceremoniales.

Exultado baja el caficultor del sistema montañoso del Caribe, igual lo hace el visitante y todos aquellos quienes logran conectarse con el alma de la montaña loable. El café prospera mientras lo vigilan con enorme celo los picos Colón y Bolívar con alturas de 5.776 y 5.775 metros sobre el nivel del mar cada uno y en su orden. No puede haber otra experiencia más espectacular que visitar la emblemática Sierra o quizás saludarla a corta distancia desde Santa Marta y las azules orillas del mar que la ven grandiosa, adornada con el vuelo de aves y dejando escapar ese aroma tostado y fuerte del buen café.

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