Domingo, 21 Agosto 2022 02:09

Campesinos colombianos, muy lejos de pensión y otros derechos: OIT

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Si bien la tendencia es universal, la realidad del campesinado es difícil e injusta porque labora en medio de una desproporcionada informalidad y por fuera de la seguridad social.

No hay nada más complejo y carente de credibilidad que hablar de empleo en Colombia. Con la llegada de la apertura económica y el drama social y económico que la desgravación trajo, este indicador se fue al piso y casualmente cambiaron las maneras de informar las estadísticas sobre las personas formalmente vinculadas a un puesto de trabajo.

Es bueno decirle al Departamento Administrativo Nacional de Estadística, DANE, que sus informes son complejos y enredan a cualquiera, hasta hace unos años el dato era puntual, se daba la cifra de empleados con contrato laboral y de otro lado se mostraba la terrible situación del mercado laboral cuando ya las importaciones hacían mella en el entorno de trabajo.

Actualmente se habla de ocupación y para ello suman vendedores en los semáforos, labriegos, braceros y otro tipo de oficios que están muy lejanos de encajar en el lenguaje laboral, ya que son funciones matriculadas de lleno en la informalidad, nada parecido al contexto de trabajo decente. El país demanda cifras reales, mejor tabuladas y fáciles de comprender, como quien dice, al pan, pan y al vino, vino.

Hoy no se puede detallar con plena seguridad cuantos empleados hay, la pandemia se llevó más de 250.000 empresas, según el DANE en este periodo se perdieron en promedio 2.4 millones de empleos, sin embargo, el ministerio de Haciendo habló en su momento de 5.2 millones de colombianos sin trabajo.

 

 

En este momento, Colombia tiene cerca de 50 millones de habitantes y de ese monto más de 11 millones de parroquianos habitan las zonas rurales. Para tener una referencia cercana el DANE entregó un dato que invita a la reflexión. Hoy el país tiene 20.6 millones de personas ocupadas y de esa cifra unas 4.9 millones aproximadamente desempeñan alguna actividad en los campos.

El tema es bien complicado porque si los datos entregados por el ente estadístico se pasan por el cedazo, de los 20.6 millones ocupados en cualquier cosa y por un ingreso irrisorio en la mayoría de los casos, el empleo formal queda reducido a su máxima expresión y los contratos legales en la ruralidad pondrían a llorar a más de uno.

Los campesinos representan en promedio el 82% de la informalidad laboral, algunos expertos hablan de dos contratos debidamente rubricados de cada 10 personas ocupadas en las fincas o predios en explotación. Muchos piden que se hable de los sueldos, ya que hay personas que reciben menos del salario mínimo sin derecho a la seguridad social, todo un exabrupto.

En el café pasa algo atípico, un jornalero o “andariego” como se les dice a quienes recolectan café, puede ganar entre tres y 3.5 millones de pesos al mes, de acuerdo con sus capacidades y habilidades. Esas personas sin derecho a tierra duermen en las fincas y reciben desayuno, almuerzo y comida, es decir que su ingreso queda totalmente libre.

De esta actividad muchos han llegado a un relativo progreso, pero otros no alcanzan una vida digna por que dejan sus pagos en cantinas, burdeles y ocio.

Otros colaboradores sin contrato no cuentan con tanta suerte y ganan por día al destajo unos dineros que deberían darle vergüenza a quien canjea miseria y hambre por mucho trabajo. Es increíble, pero las mulas o animales de tiro tienen mejor calidad de vida y garantías mínimas.

Como es apenas lógico, el empleo rural casi no existe, es una utopía y las cifras de informalidad hacen que en temas pensionales el asunto quede en la parte más baja de la indignidad, entre otras cosas por falta de oficio gubernamental, puesto que la dificultad para pensionarse en el campo es consecuencia de la masiva importación de alimentos, igual pesaron fenómenos como la violencia y visiblemente, la ausencia de políticas rurales. Algunos cavilaron que, regalando dinero vía subsidios, las cosas mejorarían, pero como era de esperarse todo resultó un fiasco, la gente no quiere trabajar, esperan mana del cielo y la tierra pide a gritos que la trabajen y la hagan productiva.

Paola Campuzano JaramilloLa Coordinadora País de la Organización Internacional del Trabajo, OIT, en Colombia, Paola Campuzano Jaramillo, le dijo a Diariolaeconomia.com, que el organismo especializado adscrito a las Naciones Unidas hace un juicioso seguimiento a las políticas laborales colombianas, básicamente las que tienen que ver con la ruralidad del país en donde hay sendas falencias, una de ellas la baja oportunidad de ingreso formal y la casi imposibilidad de llegar a la jubilación.

Expuso que una de las apuestas que se vienen adelantando desde la OIT desde hace más de 10 años tiene que ver precisamente con promover el mejoramiento de las condiciones de trabajo del sector rural entendiendo que el campesinado es el que no solamente mueve gran parte de la economía, sino que además tiene unos altos y preocupantes índices de informalidad.

Agregó que la OIT, fundada el 11 de abril de 1919 en virtud de las negociaciones del Tratado de Versalles, entiende perfectamente que todavía los sistemas de seguridad social no llegan de manera eficiente a los campos y por eso desde el organismo se trata de impulsar obviamente la promoción de la protección social como garantía para los trabajadores rurales, pero también desarrollar capacidades que fortalezcan la formalización en el trabajo y de igual modo la empresarial.

Colombia desde hace muchas décadas experimenta un preocupante éxodo de labriegos, consecuencia de la violencia y el conflicto armado, pero reporta un olvido lamentable en los pocos lugareños que optan por no abandonar el terruño y que adolecen de asistencia en salud, pensión o riesgos profesionales.

La OIT reveló que a la fecha tan solo el tres por ciento de la población rural tiene la posibilidad de pensionarse, un índice abismalmente alarmante que evidentemente hace que las economías, los países, pero Colombia en particular experimente una enorme preocupación.

 

“Sabemos que más del 25% de la población trabajadora está precisamente concentrada en las zonas rurales, ahí tenemos un alto potencial para desarrollar realmente instrumentos que entiendan las lógicas locales para poder garantizar la formalización en el campo como un eje transversal, solamente para promover el cumplimiento de las normas laborales y alinear a nuestro país con esas obligaciones internacionales que se están dando y suscitando alrededor, por ejemplo, de la Ley de Debida Diligencia que busca proteger los Derechos Humanos de las cadenas de suministro y el cómo se conecta el sector agrícola en dichas secuencias, además proyectamos la forma de empezar a responder eficientemente esas lógicas de los regímenes subsidiado y contributivo para que los sectores, en este caso agrícolas, tengan la posibilidad de beneficiarse de un sistema de seguridad social que vemos normalizado, eficiente y que ojalá garantice la protección universal”, declaró Paola Campuzano Jaramillo.

 

El modelo económico golpeó el empleo rural

 

 

A criterio de la Coordinadora País de la OIT para Colombia, la entrada en vigencia del modelo económico aperturista arrasó con el campo y de paso con las posibilidades laborales en la población campesina que vio desplazada la actividad agropecuaria con las masivas y crecientes importaciones, en síntesis, el sistema neoliberal atomizó el empleo.

Paola Campuzano Jaramillo expresó que fue un craso error en vista que el tema de la industrialización avanzó en un país netamente centralizado que no pudo crear políticas industriales entorno a la ruralidad, todavía, añadió, en el caso del sector palmero el país exporta aceite de palma, pero es como si Colombia despachara petróleo en crudo, ya que es devuelto transformado en otros productos como maquillajes, pinturas, jabones y otros bienes, empero los colombianos no tienen una industria de valor agregado alrededor de esas cadenas que deberían estar conectadas eficientemente.

La conocedora dijo que dadas las condiciones hay unas potencialidades enormes para garantizar, no solamente, que el empleo se enfoque hacia las zonas agrarias sino que garantice de forma sólida la ocupación remunerada, ya que el sector agrícola es uno de los que más necesita una fuerte capacidad laboral, algo que no sucede en otros renglones industrializados y tecnificados, pero si en los labrantíos, lo cual obliga a mirar nuevamente al campo como un enérgico impulsor, una de las economías, pero de manera paralela el inaplazable llamado para que los jóvenes que evidentemente hoy, están saliendo y migrando de manera natural de sus lugares de origen, es decir la ruralidad, encuentren pronta respuesta a un trabajo que por fin logre ser digno, reconocido, valorado y conectado con una industria de la cual se adolece.

 

Asistencialismo versus trabajo

 

 

Actualmente existen fuertes críticas por el aumento de las políticas asistencialistas que no solamente fomentan pereza y ganas de no hacer, desplazando el mejor subsidio que puede ofrecer una economía inteligente como también productiva, el empleo. No es un tema de poca monta por cuanto asistir, de alguna manera, ha llevado a los estados a equivocarse pues terminan en un escenario indeseable, ayudas al ciento por ciento y empleo cerca de cero.

A juicio de Campuzano Jaramillo, existe sin lugar a dudas un problema de gran calado porque el asistencialismo no está conectado eficientemente con los aparatos contributivos y por eso mucha gente cree que la mejor forma de mantener su línea productiva es auto desconociéndose desde el sistema de seguridad social y por ello esas políticas de ayuda están jugando en contra de la formalización.

 

“Hay demasiadas personas que hoy no quieren que las afilien a salud, pensiones o riesgos laborales porque se ven expuestas a perder los beneficios económicos que a la fecha tienen, ahora, si nosotros contáramos con un aparato en donde se hablara de manera eficaz y que contribuyera realmente a comprender la realidad del empleo en Colombia, todo sería diferente. Por ejemplo, el sector cafetero es capaz de producir salarios permanentes casi durante seis meses en el año, pero los otros seis no, luego que bueno sería apelar a un método que hable entre esas dos lógicas estacionales en donde evidentemente se necesita la protección del sistema en el tiempo que un recolector o trabajador no puede laborar de manera permanente, respaldado con todas las garantías”, afirmó Paola Campuzano Jaramillo.

 

La experta indicó que prácticamente el mismo sistema juega en contra, algo que hace pensar que se necesita un entendimiento entre esos regímenes subsidiado y contributivo para que haya una protección eficaz para el trabajador.

 

Los desafíos de la mujer rural frente a la empleabilidad

 

 

La OIT recientemente sacó el convenio 190 que consiste esencialmente de la mujer, pero que inclusive va más allá dentro del componente de género, de qué sucede realmente en los lugares de trabajo. Este acuerdo compromete a las empresas para que no haya ni acoso ni violencia en el lugar de trabajo.

Anotó que es perentorio entonces pensar en el tema planteado y llevarlo a la ruralidad. Hace unos días la vocera de la OIT habló con una mujer que labora en el agro con quien pudo analizar y platicar sobre las problemáticas existentes en el entorno de trabajo, por ejemplo, ¿cuántos baños hay en el campo y de esos cuantos para mujeres en la ruralidad?

Lamentablemente, expuso Campuzano Jaramillo, la respuesta no llenó las expectativas, pues una mujer debe adaptarse a su ecosistema tal y como ha sido diseñado para el hombre que posee muchas más facilidades lo que tiene repercusión en términos de dignificación y de la misma estructura de salud porque muchas mujeres no se hidratan adecuadamente y como si fuera poco deben aguantar los deseos de ir al baño porque efectivamente no encuentran en la ruralidad una respuesta adecuada a su funcionamiento.

Desde la mujer, aseveró Paola Campuzano, hay muchos paradigmas por romper ya que existen demasiadas féminas ocupadas en su lugar de trabajo que además deben responder por los quehaceres del hogar. Según la OIT las mujeres colombianas laboran entre 14 y 16 horas diarias porque su jornada no termina en la empresa o el lugar que le ofrece su sustento, sino que al mismo tiempo debe dedicarse a la economía del cuidado, actividad exigente no remunerada, no reconocida y menos tenida en cuenta, sin dejar de lado lo que esta dedicación significa para la sociedad.

 

Inteligencia femenina con palos en la rueda

 

 

Si algo resulta evidente, es la inteligencia de la mujer colombiana, pero también muchos son conscientes que aparte de capaces, las mujeres son dueñas de grandes capacidades, lo cual incluye compromiso, cumplimiento, innovación y conocimiento. Esas virtudes no se han podido aprovechar en el país, según razonó Paola Campuzano Jaramillo, porque de manera tozuda los hombres no se hacen a un lado.

 

“Necesitamos comprensión en la masculinidad, ya que también puede tener un rol importante, por ejemplo, en los cuidados del hogar. Hay un número interminable de mujeres con mayores dotes comerciales y roles sumamente calificados en asuntos productivos, igual en términos de intelectualidad. Muchas damas con ímpetu y espíritu combativo frente a la vida pueden dotar al sector agrícola de valor agregado y soluciones, pero infortunadamente prevalece la terquedad, posiblemente el candado injusto de las oportunidades femeninas. Necesitamos que hombres y mujeres entendamos que estamos dotados de las mismas calidades y que evidentemente podemos potenciar a las mujeres en torno al cada vez más exigente sector productivo, requerimos mujeres con papeles preponderantes, que de alguna forma se haga esa justicia social sobre el entendido que por más de 2000 años, los hombres han tenido todo tipo de beneficios y toma de decisiones, hoy las mujeres no contamos con esos favores lo que hace de la lucha algo más difícil, pero no imposible”, puntualizó la destacada Coordinadora de la OIT.

 

Manifestó que lo importante es crear y gestar oportunidades para que tanto hombres como mujeres puedan participar de manera equitativa y el llamado inclusive al Gobierno que recién arrancó es indagar de qué manera se facilitará ese tránsito, la apertura al mundo del trabajo.

Un tema que no puede omitirse es que para seguir con mujeres totalmente garantes de los procesos productivos y de las propuestas de la nueva Colombia es perentorio tener niñas y jóvenes en la escolaridad, en las universidades y en todo lo que implique formación, no es sano de cara a la sana inclusión mantener el género al garete, marginadas de las aulas y el aprendizaje.

Según la OIT, en Colombia las mujeres tienen una curva de aprendizaje y de educación mucho más alta que los hombres, luego no se entiende porque si las mujeres están mejor educadas y preparadas, no hay avances. Algo, sostuvo Campuzano, está pasando y puede estar relacionado con esa falta de solidaridad y el asumir que hay seres humanos mejores que uno.

En términos de cifras, en la ruralidad el organismo tiene un índice entre analfabetismo y primaria incompleta en Colombia todavía superior al 45% y cuando se revisan esos indicadores comparados después de que una mujer logra superar la barrera de educación, quien lidera los números de formación técnica y profesional son las mujeres, luego en el país está todo por hacer en materia de género.

 

Tristemente no todos pueden ser iguales en lo bueno

 

 

La desigualdad no solo es un tema que debe analizarse a nivel local, ya que las brechas son mundiales y en entornos increíbles. Al hablar del trabajo como un todo, muchos se preguntan por qué no hay políticas laborales homologadas con las adoptadas por los países desarrollados que encontraron en la equidad la mejor renta.

A este respecto Campuzano Jaramillo afirmó que la inquietud es válida, pero encontró que el hecho obedece a varios aspectos, en primer lugar, Colombia tiene grandes falencias en asuntos básicos, uno de ellos en el diálogo social, la base sobre la cual se concibió la OIT. Aún se desconocen las capacidades de los trabajadores, pues se les ve como poco capaces de innovar, rediseñar y proponer maneras de mejorar los negocios.

En los entornos o estructuras donde hay un diálogo roto, expuso Paola Campuzano, evidentemente hay dificultades y objetores, es decir una gran dificultad de repensar las actividades o de pensar en un proceso productivo mucho más eficiente. Allí el diálogo social tiene un valor empresarial y económico incalculable.

 

“Los países nórdicos que son los que tienen cifras mucho más altas en industrialización y libertad sindical siguen siendo vanguardistas de desarrollo y equidad, Hoy en Colombia la libertad sindical no llega al 4% y en otras latitudes mucho más, desarrolladas, industrializadas y tecnificadas, los índices de sindicalización superan el 50% y los de bienestar dejan ver holgura y son realmente para mostrar tal y como pasa en las “tierras del Norte”, que alberga los cinco países del famoso eje vikingo, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia”, destacó la amable vocera.

 

 

Desde su análisis, cuando los colombianos logran reincorporarse en un mismo sentido, con iguales propósitos y procurando el gana-gana, tanto empleadores como trabajadores están en capacidad de luchar en búsqueda de la competitividad como factor importante, un problema que desnuda las falencias y el rezago en los países latinoamericanos en donde prevalece un patronato omnímodo que no permite las garantías generales.

Finalmente, Campuzano Jaramillo reconoció que el país debe avanzar hacia la ruralidad con unas políticas bien definidas y enmarcadas en la inclusión, el derecho a la tierra, la defensa del género y al trabajo entre tantas solicitudes. Ese revolcón agrario, precisó, demanda el deprenderse de mitos como el origen mismo de la industria en el país y apostar por un contrato social rural que en este momento, según recalcó la invitada, no es una necesidad sino una prioridad que le permita al campesinado estar en la agenda de reconstrucción de la economía primaria que debe transitar hacia la formalización empresarial rural que hará que los derechos lleguen a una población totalmente invisible por falta de política o alejados de la dignidad por temas geográficos o de conflicto. Es urgente, manifestó Campuzano llegar con institucionalidad a la Colombia profunda en donde no hay absolutamente nada, en donde no se pueden garantizar los mínimos a los habitantes de un país aún en la edad de piedra. “Llegó la hora de pagar una deuda histórica”.

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