El tema se volvió recurrente, la ruralidad productiva está expuesta a menores ingresos por cuanto el clima seco continúa haciendo de las suyas, afectando los rendimientos y golpeando la calidad de las áreas agrícolas sembradas.
Hoy el sector agropecuario aumenta sus apuros porque a falta de infraestructura, a una desbordada inseguridad y a unas condiciones imposibles para producir alimentos se intensifica el factor climático que resulta nocivo por los excesos de calor y de lluvias, un asunto que va para largo y que está maltratando plantas y obtenciones.
Los agricultores no la han tenido fácil puesto que hay falencias en crédito, igual en bienes públicos, elevados costos de producción y una carga impositiva que termina castigando a quienes producen alimentos, a esos labriegos que deberían tener un trato diferenciado en tributos y empréstitos por hacer patria desde cada explotación que se logra con estrés, sufrimiento, miedo y deudas.
Existe un temor que invita a la humanidad a replantear su compromiso con el medio ambiente, hoy con mucha dificultad el campo produce comida, pero se agota el agua, se sigue secando el preciado recurso, en pocas palabras se va la vida.
El sector arrocero se caracteriza por su permanente innovación, implementación de tecnología, investigación, manejo responsable del agua, compromiso con el medio ambiente y una marcada sostenibilidad, con todo y eso hay desvelos porque hay factores que impactan de manera adversa la economía primaria en vista que se omite que si se acaba la labranza los días están contados, pero el mundo insiste en una globalización para beneficio de las economías más poderosas, un ejercicio que hoy tiene freno de mano por geopolítica, situación que obliga a repensar las economías y a darle el trato de primera que demanda el campo, hoy se sigue mirando con desdén y el poder o los mandatos siguen empecinados en negar una política de Estado que garantice la laboriosidad agraria y firme compromisos para mejorar la productividad, aplicar mayor competitividad y asegurar la rentabilidad con mejores perspectivas de comercialización en donde todos ganan menos los cultivadores y los consumidores.
En diálogo con Diariolaeconomia.com, el agricultor y arrocero Libardo Cortés Otavo dijo que el país sigue sin brújula en materia agropecuaria, no hay política de Estado, de eso, señaló, son responsables todos los gobiernos, los partidos políticos y todas las instituciones estatales que jamás se decidieron por una rígida, así como salvadora fórmula diseñada entre el ejecutivo y el legislativo para evitar hambrunas y hacer de los campos verdaderas factorías. No solo falto iniciativa, reflexionó el experto, sino inteligencia y sentido común porque la comida se produce en los campos.
Para nadie es un secreto que la agricultura se está cambiando por cemento, hoy muchas fincas que suministraron alimentos y todo tipo de bienes del campo se convirtieron en proyectos de vivienda o condominios, un fenómeno que pasó de Girardot y sus alrededores a la sabana de Bogotá y Boyacá, pero para fortuna del campo muchos municipios se están cuidando de eso y tienen limitantes del uso del suelo para venta, de hecho, apuntó Cortés, no permiten transferencias o escrituras fraccionadas para facilitar la construcción de multifamiliares de lujo o cualquier otro tipo de edificación.
En los últimos 34 años el país optó por la apertura económica, por el libre comercio sin medir los daños que vendrían para la economía agropecuaria, desde ese momento, 1990, las importaciones saturaron los puertos, el agro empezó a debilitarse, se atomizó el empleo y creció el descontento, demasiadas personas migraron a las ciudades, vino un proceso de descomposición social y ahora con los TLC se avecina la más cruda banca rota de los agricultores, a decir verdad, las condiciones están dadas para que los labriegos declinen, salvo que el nacionalismo y la marca país salven el momento.
Como si fuera poco el mundo está a las puertas de una Tercera Guerra Mundial, hay países exacerbados con misiles apuntando, haciendo que el conflicto escale y acrecentando la incertidumbre, un estallido que pondría a más de uno contra la pared y a Colombia tratando de superar un desabastecimiento que no llenara el incambiable libre comercio, ese que vende enfermedad, cáncer y productos modificados genéticamente, unos granos que no le dan garantía ni siquiera a la cría de cerdos.
Hace poco, y como periodista narro esto como una anécdota que coincide con tantos temores, vino un amigo con su señora de Estados Unidos desesperados por comer bien, sin químicos, sin sabores raros y sin colores pálidos en los platos, es increíble, pero los dejó fascinados el popular “Caldo parao”, un sitio en donde la carne sabe a carne buena, el pollo agrada y las sopas valen oro. Eso dice que si en el norte sufren y se exponen con unos alimentos que no ofrecen inocuidad, que intoxican y afectan la salud humana, qué pensar de lo que el país importa, es realmente aterrador.
En arroz las cosas bien, por un lado, mal por el otro
Actualmente, ratificó el agricultor Libardo Cortés, la cosecha arrocera ha estado bajo parámetros normales y expuso que, en lo atinente a recolección, está terminando el ciclo de la colecta corriente a nivel nacional por las informaciones canalizadas. Apuntó que Casanare y Arauca están finalizando y comentó que a nivel central las cosas son muy puntuales porque se conocen las áreas existentes y por eso hay total normalidad en una producción arrocera que vio como aspecto negativo la baja en el precio que hasta hace 45 días estuvo en 235.000 pesos descendió hasta los 205.000 pesos, es decir que hubo un trabajó muy fuerte en el ciclo de la cosecha por un precio que lamentablemente no se pudo mantener. Lo paradójico del tema, afirmó Cortés, es que no se esgrimió un argumento lógico para bajar ese valor al productor porque como constató con dos molinos no hubo error ni una abundante cosecha.
“Cuando hay exceso de arroz en otras partes, de los sitios de origen llega el cereal en tractomulas, pero eso no se ha hecho, la situación es muy normal, luego el argumento de una cosecha desbordante era justificación para bajar el precio porque se hablaba de excedentes, eso no ha pasado, pero la industria siempre tiene una tesis para tumbar el precio, todo con planteamientos que no encajan en la realidad. En mi modesta experiencia considero que como están las cosas y las producciones en unos 15 o 20 días comenzará nuevamente a repuntar el precio. Esas son lecciones que se deben aprender a nivel de gobierno y de gremios para analizar cada año la misma problemática pues la industria siempre sale con el mismo argumento”, declaró el señor Libardo Cortés.
Agregó los productores ven cómo se hacen trampas de secamiento y no cambia nada pues en producción sigue lo mismo. Estimó importante esperar de qué manera cierra el año sin analizar los impactos climáticos, un tema que por su naturaleza y efectos es mucho más grave todavía.
La industria igual debió leer el perjuicio por los intensos aguaceros de La Mojana que generó daños en unas 40.000 hectáreas aproximadamente, pero la industria muy a pesar de que se les plantea todo tipo de circunstancias van a las mesas de diálogo, pero sin aceptar nada de lo que acontece, todo un inconveniente que se agudiza con el coco de las importaciones vía tratado de libre comercio, una razón adicional de los molineros para apelar a ese tipo de argumentos.
Importaciones, dicha de una minoría y caos de la mayoría
Un escenario que contrista es que la industria por la vía de las importaciones prefiere el producto extranjero, independiente de sus problemas y trazabilidad, sin duda lo prefiere por encima del colombiano, una afrenta al campo que pide una mesa de diálogo porque prácticamente se le está dando un entierro de quinta al agro nacional, una apuesta peligrosa porque con tantos eventos a nivel mundial, jamás se sabe cuándo se anhelará y se exhortará porque las semillas vuelvan. Hoy es visible que con las toneladas de alimentos que ingresan se sigue poniendo en vía de extinción la agricultura colombiana que parece que no tuviese doliente, hay sectores que ven con angustia como baja con mucha velocidad el reloj de arena sin que se diga o se haga algo, algunos saben que están cerca de expirar porque era más importante firmar un muy mal negociado TLC al que no se le ve la retahíla de compromisos anotados en la agenda interna de competitividad. Santo Dios, y no eran tiempos de Petro.
Colombia necesita retomar el campo, hacerlo de verdad productivo, sembrar, garantizar la seguridad y soberanía alimentaria, para ello se necesitan suelos vivos y vigorosos, una ruralidad activa, de suministro, exportadora y generadora de empleo, el país debe hacer de las veredas, las más exitosas empresas, el lujo de liquidar el agro no es algo que Colombia deba o pueda darse.
A juicio de Libardo Cortés el país reúne todas las condiciones en extensión y calidad de suelos para ser toda una potencia alimentaria con capacidad exportadora en casi todos los frentes, es algo que en su opinión se puede adelantar. Basta con recordar, acentuó, cuando hace seis o siete años atrás el gobierno a través del ministerio de Agricultura propuso sembrar un millón de hectáreas para reactivar el campo, en seis meses los agricultores duplicaron esa producción y los arroceros se reportaron con 50.000 hectáreas más de producción y aportaron 150.000 toneladas, un problema a posteriori porque no había almacenamiento ni producción.
El productor matizó que infortunadamente Colombia no tiene política agropecuaria, tan solo políticas sectoriales sin mucho músculo y por eso es fácil ver en el país un sector más desarrollado que otro, algo que no debería ser así. La directriz, dijo el empresario, debería ser totalmente integral, toda una política de Estado para el agro que ayude a definir las producciones, a trazar la hoja de ruta para la obtención rural y definir si en definitiva Colombia quiere ser una nación agrícola exportadora de alimentos o caso contrario un importador neto de comida.
Desde la perspectiva de Libardo Cortés, el día que Colombia desarrolle ese potencial agrícola que tiene no necesitará importar muchas cosas, sin embargo hay que pasar por la pena de ver como se importa arroz, maíz y sorgo, una vergüenza enorme con los nacionales, anotó, porque los campos colombianos están en capacidad de producir lo que se les pida, pero para que eso fructifique hay que actuar con audacia y poner en marcha una sólida y eficiente política de Estado y hacer adecuaciones, habilitar riego y hacer algo por lo que no nos preocupábamos y es la transformación agroindustrial pues hay mayor ganancia cuando se le agrega valor a la producción agrícola.
“Si no logramos esto, nos vamos a quedar haciendo lo mismo de los últimos 50 años, produzca, guarde y consuma, pero sin generar valor añadido salvo algunas excepciones, pero en producción extensiva como arroz, maíz y sorgo no lo hemos hecho porque se miran otras políticas tendientes a importar mejor. El sector agropecuario, lo dicen, es el comodín de otros renglones productivos de industria, servicios y tecnológicos, pero a mí como agricultor me da vergüenza que en una región como el sur del Tolima, sufrida y con tantas adversidades que se viven aquí, se tenga que competir en precios por orden de la autoridad y el estamento con una potencia agrícola como Estados Unidos con toda la tecnología, apoyos y subsidios, es una exigencia estatal que duele”, expresó el reconocido agricultor.
Con una política de Estado, los gobiernos y los sectores productivos del sector primario hubiesen ordenado la agricultura, habrían trazado con disciplina el tipo de cultivos y las áreas a utilizar, solo así hubiese sido más sencillo definir la capacidad exportadora porque hay muchos países que están necesitando provisiones que el país perfectamente está en capacidad de acopiar, pero vino la fiebre de los TLC y los acuerdos se firmaron con las naciones más potentes.
Un hecho real es que desde la apertura económica de 1990 el gobierno de la época le puso los Santos Oleos al sector agropecuario porque aparecieron las importaciones, los gigantes de la producción y en Colombia jamás se definió un crédito de fomento y de bajo costo para el productor rural. Un ejemplo, anotó Cortés, fueron los préstamos vía Banco Agrario para adecuación de predios, empréstitos que se tomaron y que debido a la confianza y la necesidad, no se miraron las condiciones de los desembolsos y por ello lo que estaba supuestamente a tasas de 6.5 por ciento o 7 por ciento para esa finalidad, el crédito resultó oneroso ya que el componente de la tasa era variable y los intereses subieron actualmente al 19 o 18 por ciento, es decir que un crédito entre comillas barato se pagó más caro y eso porque el Estado iguala a los agricultores con grupos económicos, grandes financistas, firmas de servicios o empresarios de gran estructura capaces de aguantar las fluctuaciones de los tipos de interés.
“Si una tasa de interés para el campo no tiene un apoyo del Estado de ahí en adelante ¿qué va uno a concluir?, ahora está la tarjeta agropecuaria que la brinda el gobierno con el Banco Agrario, entidad que presta a unas tasas comerciales que no dan para apostar por agro y si ese es un indicativo del apoyo gubernamental igual el labriego puede concluir cómo está el resto. Se nota que el Estado no recomienda el banco y la realidad lo dice porque la gente ya no quiere vivir en el campo y se volteó la tendencia de hace 30 o 40 años cuando había mucha población rural y ahora el gran problema es que no hay quien trabaje en el campo, la gente no quiere saber nada de agricultura y lo desconsolador es que el Estado tampoco reacciona para revertir esa situación”, apuntó el arrocero.
Ahora bien, otro problema es que el campo perdió rentabilidad y una tarea urgente del ejecutivo es devolverle ese rubro al productor y si se logra el agro volverá a ser atractivo, pero para sembrar y no para construir casas de recreo o condominios.
Otro problema del campo es el asistencialismo puesto que fomentó la pereza y acabó con las ganas de trabajar, ahora hay ayudas para todo y la gente se volvió extremadamente exigente, luego no les interesa estar muy pendientes del campo.
Otro tema a tener en cuenta son las reformas y en ese sentido Cortés dijo que el gobierno desconoce totalmente la dinámica de cómo funciona el campo, de la manera en que se trabaja y cómo se paga. La solución no es como lo están planteando, hacerle un contrato a cada trabajador lo cual haría imposible producir y todo va en desmedro de los colaboradores porque ya genera temor contratar una persona dos o tres días a la semana porque no se sabe cómo va a terminar el dueño de la finca.
Tributos, todo un calvario para el agricultor
En el tema tributario igual surge la inquietud, ¿no deberían los agricultores, los productores de alimentos y materias primas tener un trato diferencial en el pago de impuestos, no sería ideal premiarlos y bajar la tasa impositiva?, parece que eso no les suena ni a los de izquierda ni a los de derecha, sabrá el de arriba por qué.
El arrocero Libardo Cortés expresó que nadie se imagina el calvario que significa para un productor o un agricultor llámese arrocero, papero o lo que sea, el tema tributario, un asunto muy complicado y que genera angustia, prueba de ello es que el campo no le interesa a nadie en el gobierno lo cual se hace visible con el asunto fiscal porque el agricultor está abocado a un procedimiento fiscal común y corriente, como una empresa manufacturera, industrial o un grupo económico de gran tamaño. En su plática Cortés especificó que hay que facturar electrónicamente un gasto mínimo y si no hay detalle o factura no vale.
No todo termina con ello, en el campo hay una retención en la fuente que fue fijada hace muchos años, más de tres décadas, del 1.5 por ciento de lo que el productor vende, una retención que se resta del ejercicio económico para pagar impuesto de renta, nada más y nada menos que el mismo mecanismo aplicado a cualquier empresa grande, industrial o a un grupo económico.
El tema es largo, ahora hay una exigencia en el mecanismo de pagos y si la gente no paga a través de una cuenta bancaria no hay validez, todo un inconveniente, pero hay reglas que se crean sin conocer cómo funciona el campo y cómo vive el campesino.
Como si los impuestos y los demás controles no fueran nada, salió otro chicharrón, la Unidad de Gestión Pensional y Parafiscales, UGPP, entidad del orden nacional adscrita al ministerio de Hacienda y Crédito Público a la que se le debe pagar una contribución por la producción lograda en salud y pensión. Al comienzo, en 2010, eso fue algo escandaloso, pocos le pararon bolas y más de uno quedó arruinado porque la UGPP embargó e hizo de todo, luego, hace unos cuatro años, le hicieron unas modificaciones con la resolución 209 en donde se fijaron unos topes mínimos de costos y una utilidad mínima, monto o referente para pagar la contribución.
“Con esa fórmula que tenía su resolución por una producción normal uno estaba pagándole al Estado en promedio el tres por ciento y hablo del labriego que cultiva más de una hectárea hasta quince hectáreas. De manera elemental un sector aporta por esa resolución un tres por ciento adicional que se aplica cada vez que el agricultor vende, es decir, si monetizó la cosecha el 20 de septiembre en el mes siguiente, en este caso octubre debe hacerse el pago de la contribución a la UGPP, dicho de otra forma se le aplica la utilidad mínima que permite el Estado”, explicó el agricultor y arrocero Libardo Cortés.
En el actual Gobierno, detalló el agricultor, sacaron una nueva resolución hace como dos meses la cual está como en prueba para entrar en vigencia a partir del primero de noviembre que aumenta la utilidad para lo cual disminuye los costos y el contribuyente paga más, una figura llamada los costos presuntos, es decir lo que el Estado presume se gana un agricultor con una determinada producción, algo absurdo para el flagelado sector agropecuario con el que prueban fórmulas para evitar la evasión con la utilidad presunta, nada fácil y sí muy oneroso para todo lo que paga un productor que no recibe ayuda de ninguna índole.
Con esta medida se paga doble tributación porque por un lado se contribuye con la UGPP y por el otro se liquida y paga renta al año siguiente cuando se hace la debida declaración, a esa figura hay que sumar IVA y otras tarifas elevadas porque lo cierto es que Colombia es un país costoso, poco competitivo, pero eso sí endeudado, corrupto, inseguro, pobre y con un retraso en infraestructura que da vergüenza. Surge otra pregunta, ¿vale la pena seguir en el campo?
Con todo esto, adicionó Cortés, es demostrable que no hay un apoyo del Estado a la producción agropecuaria, un sector altamente vulnerable y complejo porque no se le puede poner aire acondicionado al campo, menos ventiladores a las vacas o hacer adaptaciones como lo hacen las empresas que compran extractores e invierten en comodidades, el campo no da para eso y la cosas pueden variar si llegan brotes fitosanitarios, si el ganado se enferma y si el clima aviva las plagas, en la ruralidad productiva se pierde con sol y con agua, hay afectaciones, si la producción mejoró los precios pueden caer y aparecen todas las vicisitudes que son generalmente incontrolables.
Hay cultivos perecederos que deben sacarse y comercializarse para evitar pérdidas, un ejemplo la papa, la leche y otros, el arroz igual hay que cosecharlo y venderlo pronto para no tener faltantes de dinero. Es grande la vulnerabilidad en la ruralidad, pero el Estado hace muy poco por paliar tantos problemas, o al menos el señor Libardo Cortés como agricultor no lo siente.
Cuota de fomento, vaya que vale la pena
Desde su punto de vista, Libardo Cortés aseguró que las cuotas de fomento siempre valdrán la pena porque son determinantes en el desarrollo, la sostenibilidad, la investigación y el crecimiento. En el caso del arroz, dijo, el mecanismo generó no solo sostenibilidad sino transformación tecnológica.
El versado anotó que en algunos sectores ese rubro habrá que enfocarlo de mejor manera, sin embargo, para el caso del arroz la cuota de fomento resultó eficiente, pero insuficiente porque investigar no es tan fácil, es un ejercicio que demanda estudio, tiempo y unos resultados que son demorados, distinto a la adquisición de máquinas o herramientas, las plantas necesitan observación, trabajo, laboratorio, desde luego la experiencia de un científico con su equipo de profesionales y más tiempo porque en agricultura hay que detallar en su entorno la mata, los ciclos normales que deben ser minuciosamente analizados, la modificación a la adaptación y todo los que tiene que ver con resistencia que necesita ese valioso factor tiempo.
Según el agricultor, la investigación en el sector rural es compleja y cuesta mucho, en el caso del arroz no es suficiente la cuota, pero tampoco se puede aumentar porque no hay margen para hacer que sea mayor. Insistió en que hay que trabajar con ella y por eso estimó que debe dársele la máxima aplicación. Dijo que en el sector arrocero y con conocimiento de causa le consta que se ha hecho una muy buena inversión en el tema de semillas, procesos, de nuevos métodos y todo lo que ha llevado a mejoras y cambios.
Afirmó que cada día que pasa todo es más complicado porque los climas son cambiantes, en inviernos o veranos los tiempos llegan con cosas adicionales que afectan el medio ambiente lo cual conlleva a hacer modificaciones en las plantas una labor complicada porque demanda conocimiento, inversión y los resultados no se ven de la noche a la mañana.
“Ojalá, pensaría yo, las cuotas de fomento y los parafiscales alcanzaran como para invertir en mejores apuestas y ejercicios agroindustriales que permitan ir de extremo a extremo. Probar modelos y procesos que piden genética muy precisa factor que no permite invertir en otro campo, es muy limitada, un espacio que podría ser para el concurso del gobierno que debería liderar o ser el modelo con un gran ministerio de agroindustria vital para diseñar los pilotos y formas de producción, vinculando las microempresas que generan valor agregado en cada producción y en su respectiva región porque agregar valor en las capitales no tiene sentido, lo ideal es lograrlo desde las comarcas productoras”, manifestó Cortés.
Cada región consideró el arrocero, debería tener agricultura y agroindustria de valor agregado para mejorar las posibilidades comerciales, formar jóvenes, conocer procesos y asegurar la permanencia de la ruralidad, de la gente y la juventud que no ven ninguna oportunidad porque no la conoce, pero con el estado podría impulsarse la agroindustria en cada sector y eso sería otra historia.