Hablar de San Francisco de Sales resulta grato por su historia, belleza paisajística y clima, pero este municipio tuvo una caficultura supremamente dinámica que ofertó grano excelso al mundo en momentos en que la cordillera oriental mandaba en la pujante economía cafetera, y hablamos del siglo XIX y un siglo XX que presentó algunas vicisitudes como la caída del Pacto Cafetero en 1989 y otros aprietos de tipo fitosanitario.
Qué momentos del café tuvo Cundinamarca, esta labor resultó trascendental en la oferta de empleo, generación de riqueza y un aporte en calidad de máximo reconocimiento. Si bien los escenarios fueron cambiando, quedó por legado ancestral unas buenas prácticas y unos granos diferenciados que literalmente marcaron la fina nota en un mercado que fue cambiando con la llegada de nuevos jugadores, por ejemplo Laos y Vietnam, pero con escenarios cambiantes como la ruptura del Acuerdo de Cuotas y el consecuente manejo de precios a merced de algunos fondos y las tostadoras internacionales, un tema duro porque sumando roya y broca, el cultivo de café cayó en algunos países y para el capítulo Colombia también bajaron las siembras por la tacaña rentabilidad, el cambio climático y las oportunidades que ofrecieron otros sectores productivos de la ruralidad.
De alguna manera el café de Cundinamarca se fue quedando en cuitas y con cargo a la herencia y el legado cafetero, unas cuantas plantaciones sobreviven en determinadas regiones en donde fue desplazado o erradicado, de todas maneras sigue muy fuerte en Viotá, pero asimismo en las 12 poblaciones de la Provincia del Gualivá en donde la caficultura sigue muy vigente con calidad y desarrollo. Hoy siguen en la tarea cafetera Albán, La Peña, San Francisco, La Vega, Nimaima, Nocaima, Quebradanegra, Sasaima, Supatá, Útica, Vergara y Villeta, todos con cafés de atributo y en el nicho de especialidad, motivo por el cual hay granos de muy alta calificación en taza, matizados por fragancia, cuerpo, sabor suave, con tonos de caramelo, chocolate y cítricos, un producto de tostión media muy a la medida de los exigentes paladares.
En San Francisco muchos lugareños pusieron la vida en el café que combinaron con siembras de plátano, cítricos, banano, caña panelera, avicultura y ganadería, aunque en la actualidad siguen repuntando los cultivos de aguacate Hass. Sin embargo por la cercanía con Bogotá, muchos capitalinos llegaron al municipio y vieron una oportunidad en el café, actividad que se realizaba en ese entonces bajo un clima templado y muy apropiado para ese plantío. Décadas atrás hubo una ventaja nada mínima y era la rigurosidad del régimen de lluvias y una atmosfera mucho más llevable, hoy todo se modificó, con la alteración en el clima, el café despareció de zonas bajas por el calentamiento global, prosperaron las plagas y sobrellevar la caficultura se hizo retador.
San Francisco fue un pueblo cafetero con disciplina en donde se cultivó café con mucho compromiso, empero, dos haciendas marcaron la pauta por extensión y volúmenes de grano recolectado, El Bosque y La Carlina.
Hoy con todos los relevos y partidas, algunos dejaron el café, pero este cultivo con más de 300 años en Colombia sigue presente en San Francisco en donde los cafeteros decidieron agregar valor y apostar por cafés especiales de significativos atributos, un beneficio y una tostión para enmarcar.
Los cafés de base arábica tienen unas variedades de muy buenos rendimientos, los productores han hecho decididas apuestas por café Caturra, variedad Colombia, Castillo y Típica, es posible que con el café diferenciado lleguen otras variedades como Geisha, Borbón Rosado y las que puedan ofrecer taza y calidad.
No hay duda, hablar de café es algo grato cuando se comparte del tema con quienes saben y han vivido la caficultura y por fortuna tuvimos la dicha de platicar con una autoridad en el tema, una persona que nos habló del ayer y el anteayer del café en San Francisco y Cundinamarca, una historia con raíces muy sólidas desde el siglo XIX.
En charla con Diariolaeconomia.com, el caficultor y exalcalde de San Francisco, Cundinamarca, Eduardo Junguito Bonnet afirmó que después de algunos años retomó el cultivo del café, pero evocó sus años de infancia en donde aún recuerda con orgullo que viene de una familia netamente cafetera ya que su bisabuelo fue uno de los pioneros del cultivo de café en el departamento más exactamente en la zona del Nilo, igual tiene fresca en su memoria los momentos en los que su abuelo Reinaldo Junguito adquirió la hacienda El Bosque en San Francisco, toda una empresa cafetera que le mejoró la vida a muchas personas y coadyuvo con el desarrollo gracias a unas cosechas voluminosas y repletas de propiedad.
Con 78 años a cuestas don Eduardo Junguito Bonnet nos invitó a subir a la apasionante máquina del tiempo para conocer detalles es sepia de lo que fue el momento de la gloria cafetera en San Francisco, un momento digno de rememorar porque vaya que le dio alegría y progreso al municipio. Su señor padre Eduardo Junguito dedicó toda su vida a la recordada hacienda, posteriormente su hijo también Eduardo entró a escena porque ayudó con el manejo de una propiedad enorme de donde brotaba grano de la mejor calidad. El tiempo pasó inexorable, dejó la gran caficultura hasta matricularla en la historia y el recuerdo.
Manifestó el contertulio que el café ha pasado todas las pruebas mostrando aguante, eso que ahora llaman resiliencia. En el siglo XIX, anotó, a todo el mundo le dio por sembrar café pues empezó en Norte de Santander, bajó por la cordillera oriental para luego ir a la central y occidental en donde la siembra mostró una expansión vertiginosa que fue todavía más dinámica con la Colonización Antioqueña, sin embargo con la Guerra de los Mil días entre 1899 y 1902, el campo sufrió un duro golpe y los cafetos quedaron en el piso, una situación que obligó a los productores a volver a empezar, pero no solo ese hecho castigó al café, vinieron bonanzas, acuerdos y el marchitamiento del Pacto Cafetero en 1989, un momento durísimo para los productores que impactó haciendas que dejaron de tener ventas aseguradas a ben precio, sin Acuerdo de Cuotas los caficultores quedaron a merced de los especuladores, sufrimiento que no vino solo porque azotaban la roya y la broca, tremendos dolores de cabeza.
Más allá de todo, la gente seguía sembrando café y el bisabuelo de Eduardo Junguito Bonnet, el señor Daniel Junguito, tuvo una oficina de exportación del bebestible en el centro de Bogotá porque de las haciendas de El Nilo exportaba café a Europa y posteriormente su señor padre en los años 50 despachó café a Alemania desde la hacienda El Bosque en San Francisco.
Junguito Bonnet recuerda que de El Bosque, hacienda comprada por su abuelo en 1927, y del municipio, salía un café excelente, de muy buenas características. La máxima producción la alcanzó la finca entre los años 50 y 60 cuando se lograron más de 1.500 cargas de café, en ese tiempo la hacienda tuvo 350 cogedores de café, a tal punto era la empleabilidad que la propiedad semejaba un pequeño pueblo, tanto que en determinado momento se contó con un puesto de Policía dentro de la hacienda en la que también hubo tienda. Gran parte de la juventud de don Eduardo transcurrió entre cafetos, cosechas y comercialización.
La dinámica era fue muy fuerte, la hacienda era un motor de la caficultura cundinamarquesa, inclusive se podía medir por las compras habida cuenta que en ese tiempo hubo un despensero en Facatativá que semanalmente cargaba un camión con papa, maíz y otros alimentos, la proteína no podía hacer falta y ello obligaba a sacrificar entre siete u ocho novillos a la semana para el suministro de carne. La yuca y el plátano se sacaban de la finca, paliando en algo los gastos que eran altos de todas formas.
Sin duda, la finca fue un pequeño pueblo y los fines de semana eran propicios para las borracheras de los trabajadores que terminaban en reyertas o peleas, algo infaltable en la alicorada ruralidad colombiana, de todas maneras la experiencia fue muy buena y la satisfacción fue aún mayor cuando se exportó café a Alemania.
“La hacienda tuvo un beneficiadero completo, contaba con secadoras de café que en ese tiempo se conocían como Guardiolas por la marca, esas dos máquinas eran movidas por una Penton y un motor Flaxton, tuvimos cuatro despulpadoras, cada una con cuatro chorros y el café se lavaba manualmente, pasaba a la despulpadora, se dejaba fermentar hasta el otro día, se lavaba en unos canalones para lo que se tenía gente especializada en ese trabajo, después de eso el café se dejaba orear para que botara humedad, paso siguiente iba a las Guardiolas y a las 24 horas quedaba listo para venderlo en la Federación Nacional de Cafeteros. El punto de beneficio tenía tres pisos", comentó Junguito Bonnet.
En ese tiempo el señor Melesio Vargas era el encargado de comprar el café, posteriormente se fundó entre 1978 y 1979 la Cooperativa de Caficultores de Gualivá con el auspicio del Comité de Cafeteros, por esa época se llevó a cabo una reunión entre productores de San Francisco, La Vega, Nocaima, Vergara y Supatá, finalmente se creó la cooperativa con sede en San Francisco, al iniciar labores entró a cumplir con la garantía de compra y funcionó varios años. Junguito Bonnet tuvo el honor de ser el presidente de consejo de administración por espacio de cinco años, con el caer de las hojas de los almanaques fueron cambiando de administración y lo que fue ya no era, en su momento el señor Junguito dio un paso al costado, pero se acuerda que la cooperativa construyó el edifico que queda entrando al pueblo por la carretera de La Vega, más adelante fue vendido y ya en ese instante el caficultor bogotano le había perdido el hilo al tema, se había dedicado a otros menesteres.
Indicó que la caída del Pacto Cafetero fue un golpe duro para la caficultura porque el mercado quedó sin brújula y al garete porque ya no había acuerdo de cuotas y el negocio pasó a unas manos inexpertas en la bolsa de Nueva York porque el precio lo fijaban fondos y multinacionales que pensaban en todo menos en la rentabilidad del productor primario, ese momento fue lamentable, dijo, desde allí empezó una marcada inestabilidad en los precios y en el ingreso de las familias cafeteras.
No todo fue malo
La década del 70 arribó con problemas, de arranque experimentó crisis en el petróleo, inflación y una preocupante pérdida del poder de compra de los activos financieros. El momento sirvió para que los especuladores se volcarán hacia commodities como café y azúcar, apartándose de las monedas. El efecto fue notorio porque las exportaciones globales de café pasaron de 1.800 millones de sacos en 1967 a 4.200 millones de sacos en 1973. Para redondear lo que iba a ser una fiesta se reportaron heladas en Brasil en dos periodos, 1969 y 1972, factor que golpeó los inventarios con la menor producción de grano brasilero impulsando un ajuste al alza en las cotizaciones del café.
El asunto no era fácil, el consumo de café creció entre 1970 y 1976, independiente de que la producción fuera menor que el consumo por las políticas de erradicación de cultivos y veto a las siembras, los inventarios almacenados ayudaron a subsanar el déficit. Los inventarios que estuvieron en 59 millones de sacos en 1970 se desplomaron a 22 millones de sacos ya en 1978.
El escenario no era halagüeño porque en 1962 se acordó disminuir siembras y por esa vía meter el mercado en cintura. Todo se hizo y todo se pensó, menos que el clima fuera a pasar su onerosa factura. En 1975 Brasil fue víctima de la Helada Negra, fenómeno que provocó una caída fuerte en la producción de grano brasilero. La destrucción fue grande, los cultivos fue total en el Estado de Paraná, pero los registros mostraron caídas superiores al sesenta por ciento en la obtención de Mato Grosso y Sao Paulo. Automáticamente vino el déficit de inventarios que sumaban 28 millones de sacos, Brasil era nada más y nada menos que el 50 por ciento de la oferta, en la última etapa de 1978 esos inventarios estaban cerca de cero. La situación disparó el precio y el periodo se conoció como la Bonanza Cafetera que llevó el precio del café colombiano a niveles máximos de 3, 32 dólares por libra en 1977.
En ese tiempo repasó Junguito Bonnet, los jornales subieron de precio, la medida del café que se conoció como cuartilla, dos arrobas y diez libras, que sirvió para recibir café en cereza se elevó a cifras increíbles, fue un tiempo de abundancia y jamás se olvida que del guarapo, la chicha, la pola o el aguardiente, los recolectores pasaron al whisky y el Marlboro porque tuvieron muy buena plata, la prosperidad fue tal que hubo dos bancos en San Francisco.
Manejar y administrar la hacienda El Bosque no era un asunto sencillo, en momentos en que se pagaba los sueldos las filas eran interminables, la jornada de dicha se alargaba, con algunos reclamos y revisiones, había que parar la operación y extender labores hasta la madrugada del siguiente día.
La experiencia dejó enseñanzas, el flujo de dinero era tan grande que inclusive se crearon emprendimientos familiares que ayudaron con un ingreso paralelo, allí las mujeres fueron determinantes porque mercadeaban de todo, comidas, tejidos y manufactura.
La cocina fue una factoría, la preparación de desayunos y almuerzos empezaban desde la madrugada y se repartían en carros y hasta en mulas. El menú era variado, las comidas tenían un sabor campesino especial y muchas veces se empacó en hoja de plátano para conservar y aumentar sabor. La dinámica de la hacienda era muy tenaz desde todo punto de vista.
Otro recuerdo de aquellas épocas cafeteras a gran escala fue la presencia de la llamada Araña Roja, un bicho que atacó el café y por poco arruina a los productores, fue un tema pasajero, pero dejó una lección para nunca olvidar porque en caficultura y con cambio climático cualquier cosa llega de manera intempestiva.
“Mi papá duró cerca de 25 años como miembro del Comité de Cafeteros de Cundinamarca y a través de sus gestiones logró cosas importantísimas para San Francisco a través del Comité, enumero varias, la luz de Bogotá, su energía fue auspiciada por el Comité de Cafeteros en los años sesenta, posteriormente vino toda la electrificación rural y lo destacable es que San Francisco fue de los primeros pueblos en tenerla a nivel departamental, la traída del Banco Cafetero y de la Caja Agraria. Otro hecho importante fue la construcción San Francisco-La Vega, otra obra auxiliada por el Comité de Cafeteros y mi papá estuvo a la cabeza de eso en el sector de San Francisco en la Zona del Gualivá y parte de Rionegro. Casi todas las escuelas de la circunscripción fueron hechas por el Comité de Cafeteros, un desarrollo apalancado en el café, no hay duda”, expuso Eduardo Junguito Bonnet.
Más adelante y de buenas a primeras, el Banco Cafetero resultó en La Vega, pero cierto es que San Francisco fue un municipio con liderazgo que estuvo siempre a la cabeza de todo, la cooperativa que tuvo su sede en la municipalidad terminó en una cooperativa que aglutino a todos los productores de Cundinamarca. El tiempo siguió pasando y los hijos de Junguito Bonnet crecieron, una razón de peso para regresar a Bogotá, pero nunca este hombre de alma cafetera se desvinculó de San Francisco. Bondades para el productor fueron muchas y para la comunidad también porque el primer supermercado de San Francisco lo instaló la cooperativa.
Lo estupendo es que después de 20 años este hombre de grandes capacidades volvió a sembrar café, lo hizo con 3.000 matas. Al entrelazar sus dedos, miró fijamente a sus interlocutores y trajo a colación la otra gran hacienda cafetera del pueblo, La Carlina, que tuvo beneficiadero y un a casa muy bonita, en sus inicios El Bosque secó y procesó las primeras cosechas, pero después invirtió en todo el montaje para beneficio.
Siempre tiene en la mente su vena cafetera, recuerda los logros de su padre, igual la visión de don Reinaldo y la capacidad negociadora y de expansión de su bisabuelo Daniel quien fue dueño de las haciendas La Fragua, Cariaga, El Nilo y La Viña en Viotá.
Sin temor a la equivocación, la familia Junguito vivió el café, suspiró por el noble cultivo y literalmente gateó por entre matas y cafetos, de hecho de niños los Junguito Bonnet jugaban entre el café, aún está fresca la imagen de esas pilas de grano seco, igualmente vigente está el recibo de café en cereza en la tolva gigantesca. Eran tiempos de mucho café, en esa época todo se apuntaba, pero por momentos había que parar el proceso en vista que las cuatro máquinas despulpadoras, cada una con cuatro chorros, no daban abasto, en efecto llegaba muchísimo café, tanto que los niños Junguito jugaban sobre el grano, todo era felicidad, pues el café quedaba en los bolsillos y hasta en los zapatos.
Hubo espacio para recordar a algunos vecinos cafeteros, unos medianos, otros pequeños, los Ramírez, los Delgadillo y muchos otros que todavía tienen café, también llegaron a la memoria unos vecinos ganaderos de apellido Flores. San Francisco tuvo prestantes representantes en el entorno del café, en momentos en que Roberto Junguito Bonnet era ministro de Agricultura, presidió el Comité Nacional de Cafeteros y don Eduardo, su padre, igual mandaba en el Comité Departamental de Cafeteros de Cundinamarca, es decir que el café, por fortuna, persigue a la familia Junguito.
Dentro de todo, el contertulio aseguró que hubo momentos de la caficultura en que los precios servían para mucho aunque reconoció que los de hoy sí que están dando una mano. Dijo que la Bonanza Cafetera del 70 fue buena para todo el mundo. Expuso que su vida ha estado muy ligada al café lo que explica el por qué volvió a las siembras.
En competitividad, dijo Junguito, el país avanzó, dio pasos enormes en valor agregado y catapultó el café de especialidad, pero hay un problema actual que tiene contra la pared a muchos y es la escasez de mano de obra, todo porque la juventud campesina ya no quiere trabajar el campo y es un punto difícil. Anteriormente la finca El Bosque tuvo 350 trabajadores que se apoyaban en sus hijos y sobraba la mano de obra, se trabajaba y los jóvenes aprendían, pero actualmente el asunto es complicado porque no hay quien haga una limpia en determinado potrero, menos una abonada o una fumigada, el lío es grande porque la gente se está yendo para otros sectores.
En la remembranza cafetera y agrícola queda la recua de mulas y la arriería, tiempos en los que el sol era para máximo provecho y la noche para descansar y difícilmente celar porque en los viejos tiempos no había energía y desde luego nada de iluminación. En tiempos añejos la planta de don Jacobo Flores suministró luz eléctrica a San Francisco, pero era débil, algo parecido a meter una vela dentro de un bombillo pero ya en los años 60 llegó a plenitud la energía al municipio. La electrificación rural se dio gracias a los trabajos de un señor de apellido Pretón quien recorrió sendos tramos a caballo.
Una tendencia de San Francisco, pero igual de otros lugares es que las fincas cafeteras pequeñas están dedicadas al turismo y tienen una mata de café como por justificar la experiencia de quienes quieren conocer el cultivo y el proceso de primera mano. El tema es grave y se extiende por toda la agricultura puesto que no hay quien siembre café, plátano, yuca y otros productos. Deplorable, anotó fue la pérdida de cultivos de caña panelera que otrora ocupó grandes extensiones de tierra, hoy esa actividad no se ve, tan delicado es el capítulo caña que en la finca de Eduardo Junguito Bonnet fue necesario sembrar dos matas para que sus nietas conocieran la dulce planta. Lamentó la desafortunada desaparición de los trapiches, y dijo que es triste recordar esas moliendas intensas con mulas o caballos. Hoy el tema, acentuó, invita a la reflexión y la acción, no hay quien siembre y con el tiempo no habrá comida, dicho de otra forma está en riesgo la seguridad alimentaria.
El problema existe y lo temerario es que sigue creciendo, un momento para pensar en una emergencia económica, social y alimentaria porque en poco tiempo no habrá cosechas y nada para poner en la olla, un señor inconveniente. Ahora la gente olvidó que trabajar dignifica la vida, que llevar pan a la mesa honra la familia y que cultivar salva vidas, pero muchos se quedaron en ese regalo con plata ajena llamado asistencialismo y no quieren saber de siembras o cosechas, craso error.
Café Hacienda las Mercedes
En San Francisco de Sales, Cundinamarca, existe un café que lleva como sello el nombre de la finca en donde lo siembran, se trata de Café Hacienda Las Mercedes, un lugar paradisiaco en donde se hace una muy buena caficultura y se cumple con toda rigurosidad el plan de buenas prácticas agrícolas y ambientales.
El café es de enorme calidad, tiene una tostión media y una mixtura de sabores que van desde cítricos hasta caramelo y panela, si bien hay problemas, San Francisco sigue apostando por calidades en el café, sus productores saben que hay momentos difíciles, pero no aflojan y no dejan morir la caficultura.
La señora Clemencia González es la Gerente de la finca Las Mercedes y sostuvo que San Francisco es un productor de café de alta calidad. Dijo que los granos locales que han participado en concursos, siempre ha dejado ganadores y por eso quienes fueron a esos eventos posicionaron muy bien el café de la región.
En la finca Las Mercedes que cuenta con una muy buena infraestructura para beneficio se siembran variedades como Castillo y Cenicafé Uno, el tema es que en la finca que luce muy bien organizada, hay todo un andamiaje de producción y beneficio que le permite a la firma cumplir las metas y llenar las expectativas de los mercados. Hoy la marca está metida de lleno en cafés especiales y valor agregado, la finca conserva el agua, la vida silvestre, propende por pago justo a los trabajadores y la siembra de árboles nativos que generalmente atraen muchas aves, mariposas y vida, es decir que como lo vimos vale la pena sembrar café bajo bosque.
La finca es muy agradable, tiene encanto y semeja un muy bien cuidado jardín de donde brota café de excelente calidad, en suelos vivos y en unos boscajes llamativos y protectores para los cafetos ya que ante los fuertes aguaceros los árboles operan como amortiguador, ofreciendo un blindaje apropiado y permitiendo que las plantas reciban el agua que necesitan sin deterioro de los frutos lo los mismos cafetos.
“El ambiente es fresco y las mariposas siempre nos están contando que por fortuna respiramos aire puro”, apuntó Clemencia González.
Hoy la caficultura, puntualizó la conocedora, necesita incentivos y no solo para los pequeños, los merecen medianos y grandes que son los que soportan las exportaciones y son sumamente útiles en el comercio exterior y la generación de riqueza. Agradeció el apoyo de la anterior y actual administración municipal en el tema de marcas de café y por ello varios caficultores se han lanzado al mundo del valor agregado ofreciendo café especial con sello propio, una apuesta que arrojó muy buenos resultados y que tiene a otros cafeteros con el deseo de ingresar a ese negocio de alta calidad. Sobre las posibilidades para quienes buscan apalancarse en su marca, González indicó que las puertas están abiertas pues vale la pena estar en un grupo selecto, distinto y ganador.
Celebró el retorno de Eduardo Junguito Bonnet a la caficultura y expresó que es necesario incentivar la actividad cafetera en San Francisco, la renovación por zoca y por nuevas siembras. Destacó que la caficultura es para quien sabe de ella y se apasiona con su demandante esfuerzo, eso sí manifestó que el café así no tenga precios muy altos sigue siendo un buen negocio.
Invitó a los caficultores a invertir en sus cultivos en este momento de buenos precios, bajar la cartera con los bancos y a ahorrar con mucho entusiasmo. Afirmó que el café colombiano es el mejor del mundo, un plus que lo pone arriba en demanda y en mejores valores, un esfuerzo respaldado por la marca Café de Colombia y una institucionalidad gremial fortalecida en la Federación Nacional de Cafeteros, institución de derecho privado que hace uso del sistema de información cafetera, SICA, con lo cual sabe cuántas plantas tiene un productor y que producción puede haber, es por ello que los cafeteros esperan una cifra record de 15 millones de sacos en 2025 toda vez que las proyecciones y las condiciones están dadas.
La caficultora hizo un llamado para que los colombianos consuman café nacional de grandes condiciones expresadas en sabor y aroma, dijo que no es bueno comprar cafés importados, con tostiones muy altas y muchas veces desconociendo su trazabilidad. Colombia, señaló, tiene un bebestible de superior calidad, los otros productos de pasilla de café no dejan de ser eso, una libra de cualquier cosa.
Sobre algunas cifras, asintió que el país vende casi todo su grano, pero aclaró que hay cafés de origen finca, unos granos de San Francisco y de otras regiones cafeteras que siembran y comercializan su café. Dejó muy en claro que por productores como los de finca los colombianos tienen la oportunidad de tomar café arábica suave en distintas variedades, café realmente colombiano, un activo invaluable.
La siembra del café ha ayudado a potenciar el tejido social y en ese sentido la mujer es protagonista de honor porque tiene prestigio y fama de producir y beneficiar los mejores cafés en Colombia, un hecho palpable en distintas regiones en donde cada apuesta de valor agregado es sorprendente y ganadora.
“La mujer es muy importante en la caficultura y en sus procesos, lo digo por todo el país y por Cundinamarca en donde hay ejemplos a imitar como en Viotá. A todo nivel la mujer sigue escalando y ganando posiciones ya que en los comités municipales y departamentales hay mujeres figurando por sus conocimientos y esa capacidad de trabajo e innovación. No es exagerado, el café tiene mucho de mujer”, aseguró Clemencia González.
Cada libra de café producido por las mujeres posee sin vacilación una diferencia manifiesta porque tiene una delicada recolección, ojo fino para seleccionar granos que terminarán siendo café de especialidad, lo que permite comprobar que su beneficio se adelanta en detalle cuidando mucho los niveles de fermentación que es a la postre en donde está la diferencia de los cafés especiales bien sea honey o lavado, igual los naturales.
La empresaria subrayó que todo tipo de café colombiano tiene como común denominador la calidad sin importar la región pues un café bien llevado, con buen sombrío y un debido beneficio garantiza calidad en taza.
La caficultura tiene claro que el enemigo a vencer es el cambio climático, pero solo trabajando y sembrando con responsabilidad y sentido común porque los árboles, dijo la cafetera, no solamente salvan producciones de café, son los llamados a tirarle el salvavidas al planeta y es un hecho palpable porque donde hay bosques hay agua, aves, insectos, vida silvestre y café, luego debe cuidarse el medio ambiente con la reforestación ya que los árboles son un blindaje contra el sol porque brinda sombra y si llueve muy fuerte, contiene y absorbe humedad.
Hoy la caficultura, apuntó Clemencia González, goza de buena salud, hay un buen acompañamiento técnico por parte de la Federación Nacional de Cafeteros y recordó que el cafetero debe estar en continua renovación por el método que escoja. Dentro de los pendientes, concluyó la empresaria, está el aumentar la producción de café, una necesidad porque cada vez piden más y más café colombiano, ese que disfruta del prestigioso contrato C, una invitación a subir volúmenes, mejorar calidad y defender la reputación.
Agradecemos este trabajo que fue posible por la amabilidad de San Francisco en cabeza del prestante comerciante Jairo Chimbí y su respetable señora Socorro Franco, ciudadanos comprometidos con el crecimiento de tan prospectivo y grato lugar.